sábado, 21 de enero de 2012

Frida Kahlo (1939).- Las dos Fridas.


Muchos conocemos la apasionada vida de Frida Kahlo a través de la película que interpretó Selma Hayek. Fue la mujer de Diego Rivera, el inmenso pintor muralista mexicano, ella misma una pintora de muchos cuadros hermosos, casi todos autorretratos. Frida es, lo digo en presente porque su memoria estará viva mucho tiempo, una persona interesantísima, atormentada por su propio genio, ése que le rebosaba por todos los poros de su cuerpo y su alma. Es uno de los más interesantes arquetipos de la mujer de nuestro tiempo,  una contradicción permanente y creadora, amante a la vez pacífica y tempestuosa de otro genio, Rivera, al que nuca se sometió, sometiéndose, y al que amó hasta el extremo en que el amor empieza a encontrarse con el odio.  Latinoamérica puede sentirse orgullosa de haberla aportado al mundo, lo digo porque a Frida, personaje universal, no se la puede entender sino desde sus raíces latinoamericanas.

Entre las genialidades de Frida figura la de haberse pintado a sí misma fea, muy fea, cejijunta y con bigote, quizá queriendo manifestar así su rebeldía ante esa obligación de depilarse y maquillarse que ha sentido la mujer civilizada de todos los tiempos. Pero Frida no era fea, muy al contrario, era una mujer interesante y atractiva, con una mirada a la vez penetrante y ensoñada. Para demostrarlo presento en esta entrada algunas fotos suyas en diferentes etapas de su vida.
Una Frida joven, soñadora y arrogante

El autorretrato que quiero comentar hoy, "Las dos Fridas", lo pintó en 1939, y es quizá el único autorretrato escindido en dos de toda la historia de la pintura. Eso lo hace particularmente interesante y  me ha inducido a traerlo aquí.

A Frida la descubrió artísticamente André Breton, el padre del surrealismo. Sin embargo, ella siempre negó que su pintura fuera surrealista. "Yo no pinto lo que sueño, sino lo que veo", algo así era lo que decía enérgicamente, para rechazar que la adscribieran a una escuela determinada. Nadie iba a ser capaz de meter a Frida en una jaula.

En 1932, la Frida feliz con su don Diego
"Las dos Fridas" tiene una interpretación nacida probablemente de lo que la propia artista dijo del cuadro. Frida lo pintó en 1939, poco después de separarse de Diego Rivera. Las dos Fridas son la mexicana que vemos a la derecha del cuadro, a la que Diego amó, y la europea que está a la izquierda, en la que Frida se convirtió con la fama y los viajes. Las dos comparten, a través de un sistema circulatorio común, la misma sangre, que las alimenta desde el retrato de un Diego Rivera niño que la Frida mexicana tiene en su mano izquierda, y que se pierde por la arteria rota que la Frida europea mantiene cerrada o abierta, a su voluntad puede que autodestructora, con unas pinzas sujetas con su mano derecha.

Pero a esta entrada le va llegando ya su momento contemplativo. De una obra de arte grande, como es el doble autorretrato de Frida, no debe hablarse mucho, hay que mirarla desde el silencio, dejando que cada uno la contemple a su manera, como a una imagen sagrada, y la recree en lo más hondo y sensible de si mismo.

Otra foto de los 1930  y esa mirada soñadora
de siempre
Yo solamente quiero decir una cosa: Frida representa en su cuadro una verdad esencial de lo humano, algo que la mayoría de los autorretratos se dejan atrás. Esa verdad que Heráclito fue el primero en descubrir y que se cumple no solo en lo humano, sino en la naturaleza de todas las cosas. Se trata de la dualidad fundamental de todo ser_en_el_tiempo, que simultáneamente es ya y no es todavía,  cuyo presente es un conflicto permanente entre su pasado y su futuro, entre lo que fué y lo que llegará a ser, lo que no fué y lo que no llegará a ser, lo que fué y lo que no llegará a ser,  lo que no fué y llegará a ser, etcétera.

Ese conflicto crea en cada instante de tiempo dos seres distintos dentro de una misma persona. En su fondo, es el mismo conflicto que nos han mostrado, cada uno a su manera, otros dos grandes artistas que también han tenido su entrada en este blog, Bacon con su Head III y Escher con sus mosaicos perfectamente complementarios, en blanco y en negro.

Frida asume esta realidad esencial en su cuadro. Nos la presenta con una inocencia abrumadora, para que la comprendamos de una vez por todas. Solo por eso ya es una gran artista.

Una Frida mayor, en la que lo soñador 
de la mirada se ha teñido con un
 cierto desencanto
La lección práctica que yo saco de esta contemplación es que si quiero librarme de mi angustia, al menos mitigarla, tengo que asumir esta naturaleza escindida, contradictoria, opuesta en sus partes, de lo más íntimo de mí mismo. Que me obliga continuamente a apaciguar o a elegir.

Pero creo que me estoy pasando. Esto que acabo de decir no es sino una interpretación personal, poco más que una humilde receta.  Por respeto a la obra de arte que estoy comentando, y a esa gran Frida a la que admiro, más me vale callarme. Ya.

1 comentario:

Mercedes Conde dijo...

Este post me gusta especialmente. Yo soy admiradora de Frida, de su persona y su obra. Me fascina su vida y la manera de reflejarla en sus pinturas. Su pasion, fuerza y coraje.
Gracias por acordarte de Frida y compartirlo con nosotros!