martes, 1 de enero de 2013

Nochevieja Añonuevo


Vivimos en estas 24 horas una situación mágica, en la que nos sentimos muy próximos a lo que podría ser la culminación de nuestro tiempo y a la vez su derrota definitiva. Todo ello porque este es el momento de cada año en que más próximos estamos del presente, un presente que por cierto no es nada más que un ideal inalcanzable, pero cuya cercanía nos ofrece por unas horas un refugio libre de la pareja que nos esclaviza, el pasado con el futuro.

Esta situación mágica deriva de la partición arbitraria del tiempo que tuvieron que hacer los grandes imperios para imponer su autoridad. Los egipcios inventaron el calendario solar de 365 días y nada menos que Julio César lo consagró definitivamente como medida del tiempo del mundo, aunque siglos después  la iglesia católica romana, que entonces era el nuevo imperio de Occidente, lo modificó ligeramente en el calendario gregoriano hoy vigente. Cualquiera de estos calendarios lo que mide y regula es el tiempo que nuestra Tierra tarda en dar una vuelta alrededor del Sol. Lo regula porque lo divide en partes de las que las más elementales desde un punto de vista humano son la noche y el día, equivalentes al descanso y el trabajo, el sueño y la vigilia, el tiempo onírico de nuestros subconscientes y el tiempo vigilante de nuestros músculos y cerebros.

Pero como lo que establece nuestro calendario es un ciclo circunsolar inacabable, hay inevitablemente un momento, éste que estamos viviendo ahora, en el que el final y el principio se unen. Ese es el momento mágico, que dura aproximadamente las 24 horas del día de Nochevieja/Añonuevo. Acabamos de dejar atrás el año viejo pero todavía no hemos entrado plenamente en el año nuevo. El viejo ya no es, el nuevo no es todavía. Pero el viejo es sin duda ya el pasado, como el nuevo es el futuro. Si no estamos en uno ni en otro, ¿dónde estamos? Pues nada menos que en los alrededores del presente.

Un presente que no siendo ni pasado ni futuro se reduce a una abstracción, de la misma naturaleza que el punto de la recta euclidiana, el cual, al ser solamente un punto, carece de dimensiones, no siendo otra cosa que un ente ideal necesario para poder definir a la recta.

Al menos eso es lo que el presente aparenta. Pero en realidad es mucho más, aunque su verdadera naturaleza es atemporal. El tiempo nos esclaviza, el presente es nuestra liberación de esa esclavitud. Alcanzar este presente es nuestra aspiración más secreta y permanente, tan secreta que pasamos la mayor parte de nuestra vida sin percatarnos de ella. Este presente, nuestro particular presente, es una fuente de gozo y una puerta que puede darnos paso hacia la misteriosa libertad del ser.

A veces, a lo largo de la vida, nos tropezamos con nuestro presente, lo que siempre tiene lugar como una sorpresa. Este presente inesperado puede estar escondido en el amor o en la contemplación.
1).- En el rapto de amor, que puede nacer de un  beso o del ensimismamiento que resulta de una caricia o incluso de la gota de placer nervioso con la que la especie nos remunera por nuestro trabajo para perpetuarla. El presente también se nos aparece en la muerte, en el momento de morir, quizá por eso Georges Bataille encontraba tan próximos el erotismo y la muerte, como Freud encontraba emparentados a Eros y Tanatós. También, si es que existe otra vida después de la muerte, la del cielo/infierno  judeocristiano o el nirvana budista, la eternidad que le corresponde solo puede ser atemporal, es decir, alguna forma inimaginable de presente.
2).- En el éxtasis místico, ese que tantísimos pocos han sido capaces de vivir en Oriente como en Occidente como en la América chamánica, donde el presente es el fruto del recogimiento y consiste en una puerta que se abre súbitamente y que, permitiendo al místico liberarse de su pasado y su futuro, lo introduce en un ámbito donde no existen ni el espacio ni el tiempo tal y como los intuimos los humanos… un inmenso, universal ámbito de encuentro.

Pero la enumeración anterior no es exhaustiva. Quién sabe dónde, cuándo y cómo puede hacernos su aparición el presente… solo sabemos que cuando situados mágicamente en él nos liberamos por fin del tiempo, de ese Cronos insaciable que camina sobre sus dos patazas, pasado y futuro, dejando por fin de ser sus esclavos y de soportar que nos devore (nos coma vivos) sin descanso.

El presente, en tanto estemos sometidos a Cronos, no puede ser otra cosa que un tránsito fugaz. Nos evadimos del tiempo para volver enseguida a él, eso sí, transformados misteriosamente y para siempre, tanto más cuanto más voluntad pongamos en vivir este tránsito, que es un rapto. 

Quizá sea algo de eso lo que puede sucedernos, a destellos y chispazos, en estas horas mágicas del Añonuevo.

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