domingo, 29 de diciembre de 2013

Hijos del Sol

Somos hijos del Sol, por eso los humanos más primitivos lo adoraban. Hermanos de los demás animales y plantas, engendrados por la misma estrella, de modo que toda la naturaleza viva comparte el tic-tac fundamental que es la sucesión del día y la noche.

Hay formas de resistencia que prolongan su sueño sin morir durante lo que puede ser muchísimo tiempo solar: las esporas en los microbios y las plantas inferiores, las semillas en las plantas superiores, los estados hibernantes en muchos animales de sangre fría y algunos de sangre caliente que viven en climas imposibles, como los osos en sus montañas heladas durante el invierno.

En cuanto a los humanos, nuestras formas de resistencia, nuestras excepciones al implacable tiempo solar, solo pueden ser culturales. Nos mantenemos vivos, aunque ocultos, en los buenos ánimos que gracias al amor hemos dejado en los demás. En el recuerdo concreto o difuso que de nosotros persiste en otros, ese que se alberga en lo más poderoso que un humano tiene, su memoria.


Este mecanismo de supervivencia es tan indirecto, tan sutil, que lleva inevitablemente a que lo más sólido y persistente de nuestra naturaleza humana tenga que ser espiritual. Así lo muestran la imagen que Narciso dejó reflejada para siempre en el estanque, el vaho húmedo y cálido que una joven soñadora exhaló en el espejo para dibujar sobre él un corazón, aquel beso, aquella promesa, aquel consuelo, aquella carta, aquel apoyo, aquella lealtad, todos aquellos recuerdos imborrables…

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