La necesidad de leer la realidad que subyace
a las apariencias.
¿Y si en vez de ser los políticos
nacionalistas los que se han puesto delante de los ciudadanos catalanes para
conducirlos hacia la independencia, son los ciudadanos catalanes los que se han
puesto a huir hacia ninguna parte obligando así a sus políticos a correr por
delante de ellos para no ser atropellados?
Pero ¿se puede huir hacia ninguna parte? Toda
huida lo hace. Se huye de algo, no hacia algo.
Y ¿de qué pueden estar huyendo los
ciudadanos catalanes? De lo que, cada uno a su manera regional, están huyendo
otros muchos ciudadanos españoles. De España, desesperanzados respecto a ella, llenos de dudas acerca de su
futuro.
Desde esta perspectiva, el problema que en
estos días se pone de manifiesto ruidosamente en Cataluña sería compartido por
todos los españoles. Como en la Primera República, como en la Segunda.
Lo único peculiar de Cataluña es que, merced
a sus específicos componentes culturales, cree estar dirigiéndose hacia una
alternativa exógena, hacia una patria chica en la que poderse refugiar.
Pero en verdad, lo repito, está huyendo de
España, tiene miedo de España, desesperanza respecto a España, ve con
pesimismo, si es que siquiera lo ve, un futuro español para sus nietos. Por eso corre despavorida.
La única solución a la crisis
catalana, a la amenaza de secesión, tanto para los catalanes como para el resto
de los españoles, pasa por Madrid y se extiende a toda España. Los españoles con poder o influencia tienen que
ponerse las pilas. Empezando por los políticos. Los tiempos exigen no el
consenso, sino la concertación nacional. Y no para prohibir o dejar de
prohibir, sino para construir una esperanza de futuro.
Para ponerse de acuerdo en una estrategia
educativa, energética, científica, tecnológica, laboral, sanitaria, que lleve
hacia un futuro que como mínimo no empeore el presente. Comprometiéndose todos
juntos con ella. De esto se trata, no de cambiar o dejar de cambiar la
Constitución. Ni de teorizar, elucubrar, maniobrar o conspirar. Ni, muchísimo menos, de mirarse el ombligo propio.
Se trata de ver el mundo futuro, proyectarse en él y trazarse un camino hacia
él compartido por todos.
Hay que declararle la guerra al desaliento
español. Para hacer creíble a los jóvenes que los viejos cuentan con ellos, más
aún, que los necesitan. Para convencer a los ciudadanos de que sus dirigentes, no
solo pero sobre todo los políticos, están dispuestos a luchar por un futuro
común y son, ante todo, patriotas. Sí, patriotas. Nada hace más falta.
Parodiando lo que el ministro Margallo dijo
en su día respecto a Gibraltar,
PARA LOS POLÍTICOS Y PARA TODOS LOS DEMÁS PODERES ESPAÑOLES,
¡SE HA ACABADO LA HORA DEL RECREO!
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