Alhambra.- Puerta de armas |
El Añonuevo es la otra cara de la
Nochevieja. Ésta es un final, aquél un comienzo, tan cercanos el uno al otro,
tan contiguos, que se funden en una misma cosa. Todo final de algo viejo termina
siendo el comienzo de algo nuevo, ese es nuestro sino. Nuestras vidas están
delimitadas en el tiempo por numerosísimas parejas de estos opuestos. Hay gente
que en estas inevitables transiciones solo ve lo que tienen de final, otra que solo
aprecia lo que de comienzo, los primeros
tienden a ser pesimistas, los segundos optimistas. Todos se equivocan.
Lo equilibrado es no perder nunca
de vista la doble perspectiva. Si todo final es un comienzo, cada
final/comienzo no es sino una sola puerta que atravesamos en el camino de
nuestras vidas. Para avanzar un paso nos hacen falta los dos pies, uno lo
lanzamos hacia delante, pero si no mantuviéramos retrasado el otro, firmemente
apoyado en el suelo, nos caeríamos. Así con nuestras vidas. Al atravesar cada
una de nuestras puertas, esas cuyo conjunto terminará componiendo nuestra
historia personal, podemos hacerlo porque ya éramos algo antes y porque
seguiremos siendo algo después. Pero lo decisivo es la puerta en
sí misma. Y es el conjunto de esta puertas innumerables el que le da forma,
estructura, a lo que somos, el que compartimenta nuestras vidas.
Parecería en principio que cada
una de estas puertas es etérea, puro presente, un instante, un pestañeo
insustancial entre lo que éramos y lo que seremos. Pero no es así. Tienen todas
ellas consistencia, dimensiones: altura, anchura y espesor. Gastamos un tiempo
en atravesarlas y este tiempo de transición tiene algo de mágico, es una suerte
de café con leche en el que se mezclan el pasado y el futuro. En ese tiempo somos como un revuelto de lo
que éramos y lo que seremos. Agudamente conscientes tanto de lo que hemos sido
como de lo que empezamos a ser. A la vez nostálgicos de lo que dejamos atrás e ilusionados respecto
a lo que nos llega. O alegres por abandonar un infierno pero temerosos de lo
que nos pueda venir. O una mezcla confusa de todo eso.
El caso es que cuando estamos
atravesando una de estas puertas nos sentimos vivir con más intensidad que
antes o después. Como si estuviéramos palpando con los dedos nuestro cuello,
sintiendo el palpitar de las dos arterias carótidas. Ese latir de la vida en
nosotros que ahora, en medio de la puerta del cambio de año, se aprecia tan
agudamente.
El rey ha muerto. ¡Viva el rey!
Con mi deseo de un feliz 2014 para todos.
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