La extraña sensación de que tu
tiempo transcurre a una velocidad enorme, inimaginable. Te levantas muy
temprano, todavía es de noche, empiezas a escribir y antes de que puedas darte
cuenta ya son las diez de la mañana. Luego el día pasa volando, como las nubes
lo hacen hacia el norte, tan blancuzco y neutro como ellas. Cuando regresa la
noche, quieres leer algo en la cama pero enseguida irrumpe la madrugada, lo
hace como un antiguo tren expreso saliendo de un túnel, implacable, imparable.
¿Cómo podrías detener a ese
tiempo cruel, convencerlo de que estáis los dos agotados, de que es
imprescindible que hagáis un alto en el camino? No te escuchará, lo sabes. Tu
tiempo es sordo, se esconde en lo más hondo de tu cerebro, muy por dentro de
tus oídos, incapaz por eso de percibir tu voz. Además tiene muchísima prisa, va
a llegar tarde, va a llegar tarde. Huye a la vez que persigue, sin saber de qué
ni a qué.
Galopa tu tiempo como un caballo
enloquecido por el vuelo inoportuno de una mosca. No podrás pararlo.
Caballo enloquecido por la guerra (trozo del Guernica de Picasso, mural de azulejos, Guernica 2009) (tomado de Wikipedia) |
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