martes, 24 de diciembre de 2013

Navidad del 2013

La Sagrada Familia.- Anónimo, España S. XIX
¡Qué año tan terrible este 2013, al menos para mí! Pero como todos los años, ya sean buenos o malos, la Navidad llega puntual envolviéndolo todo de un polvillo mágico, invisible, del que solo puedes percibir el rastro inmaterial que deja.

Se repite el misterio inexplicable, escandaloso, imposible. Dios se hace Hombre encarnándose en el vientre de una mujer virgen. Así Dios acompaña al hombre y a través de él a la Tierra entera. Lo hace desde la humildad más extrema, la del recién nacido, absolutamente necesitado de los cuidados de su madre para sobrevivir. Y viene al mundo con un proyecto quizá todavía más escandaloso que su nacimiento: resucitar después de morir, trayéndonos así a todos la posibilidad de la vida eterna.

Este lenguaje comunicativo nos habla de cuestiones imposibles de comprender con el lenguaje instrumental que usamos para entender el mundo de los fenómenos y las cosas, de las dimensiones del espacio y el fluir del tiempo. Es un lenguaje religioso, que enlaza corazones, ese mismo con el que una madre besa a su hijo o un humano se arriesga por los demás en acciones dudosas porque le parece que es su deber hacerlo.

Respeto a los que no creen en el misterio de la Navidad. Es seguro que son más sensatos que yo. Pero quiero compartir con ellos, desde mi mediocridad, la alegría de estos tiempos que ya vienen.

Te propongo a ti que me estás leyendo, seas quien seas y como seas, el siguiente ejercicio para  estos días: haz un intento inocente de salirte siquiera por unos instantes del espaciotiempo. Hay mil maneras posibles. Contempla algo hermoso, un hijo, un nieto, un niño, un árbol, una nube, un ocaso, un amanecer. Deja que su belleza te inunde. Libérate así de ti mismo, sométete a lo que entra dentro de ti por tus sentidos, vaciándote de tus preocupaciones, tu pasado, tu futuro. Mantente en este intento durante unos minutos, no más de cinco.

Inmediatamente a continuación vuelve en ti. Y cuando lo hagas, repasa una lista que has escrito previamente con unas determinaciones parecidas a las sugerencias que para un día de Navidad hizo Teresa de Calcuta, pero nacidas de ti, de tu determinación y tu libertad. Tales como:

 .- Sonríe a un hermano (un padre, un hijo, un amigo, un vecino) y estrecha su mano o dale un abrazo.

.- Mantente en silencio y escucha con toda tu alma al otro que te habla.

.- Rechaza todo lo que en ti y tu entorno margina a los oprimidos y los destierra de la sociedad.

.- Comparte tu esperanza, esa que tú tienes, la tuya, con los que están desesperados por la pobreza física o espiritual. Pero hazlo concretamente, con hechos que vayan más allá de los buenos deseos. Aunque lo que puedas hacer sea muy poco, no te importe, porque lo grande puede estar en lo pequeño.

.- Reconoce con humildad tus limitaciones y miserias.

Por último, aunque tú lo veas con escepticismo y hasta no te lo creas, dale a Jesús una oportunidad de que nazca para que él pueda entregarse a los demás. Dale siquiera un voto en blanco, una abstención. Y alégrate de que todavía los humanos, pese a todos los pesares y avatares de la historia, sigamos celebrando misterios así.

Feliz Navidad.

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