domingo, 5 de octubre de 2014

Navegando hacia Chiloé desde el Sur

Pronto estaré en Chiloé.  Ya  me siento volando por la estratosfera desde España hacia el otro extremo del Mundo, un extremo que también es el mío. Hacia Chiloé, sí, esa intercalación de una <<o>> profunda en el nombre de Chile, que obliga a su <<e>> final a clavarse en el lomo un acento que es una banderola de señales, un ulular del viento entre los árboles o sobre las olas, un grito de alegría tranquila, un misterio.

Aunque en realidad yo empecé a navegar hacia Chiloé hace ya algunos meses. Porque desde entonces vengo jugando en mi PC una aventura virtual que me he inventado yo, la de cruzar en mi velero desde el Atlántico al Pacífico por el Pasaje de Drake, ese mar tempestuoso y ventoso que, al Sur del Cabo de Hornos, media entre el continente americano y la Antártida.

Una carta meteorológica de UGRIB como las que uso en mi
juego. Las curvas son isóbaras, y las flechas marcan la
dirección y la intensidad (por el color y el número de
plumas en la base) del viento.
Uso cartas meteorológicas reales, descargadas  de UGRIB. Salgo del puerto argentino de San Julian para navegar a vela hasta Ancud, en el extremo NW de Chiloé. Una o dos veces al día consulto la información meteorológica, determino la posición de mi barco y trazo el rumbo para la próxima singladura.

En San Julián han empezado siempre para los marinos las aguas magallánicas, frías y traicioneras porque el tiempo puede cambiar súbitamente de una calma a un temporal huracanado y éstos son frecuentes. Alcanzada la Tierra del Fuego, yo intento cruzar hacia Hornos por el estrecho de Le Maire, pero éste es peligroso con vientos fuertes del W porque, en tales circunstancias, las corrientes de marea creciente, que corren siempre hacia el Norte, empujan a un barco pequeño hacia los arrecifes de la isla de los Estados. De manera que si el tiempo está malo dejo la isla de los Estados al W y entro en Drake por fuera de aquélla. Luego, si puedo, me acerco lo más posible al cabo de Hornos para intentar ver su imponente, dramática belleza. Pero enseguida arrumbo hacia el SW y me alejo de la costa chilena, hacia el océano profundo del Pasaje de Drake, donde los peligros son menores. Siguiendo los usos de los capitanes

Mis tres últimas travesías entre San Julián y Ancud. En la segunda, trazada en amarillo, tuve que
contornear la isla de los Estados porque las condiciones en el Estrecho de Le Maire no eran favorables.
La tercera, en rojo, es la que realizo ahora, así que escribo este texto desde mitad del Pasaje de Drake.
La línea verde marca el paralelo de los 58ºS, que no debe atravesarse nunca hacia el Sur por el
peligro de los hielos flotantes
de los clípers que cruzaron por allí en el siglo XIX, para cargar el guano chileno que fertilizaba los campos europeos o llevando buscadores de oro hacia California y el Yukon, me pongo como límite meridional de mi navegación los 58ºS, porque más abajo aumenta mucho el riesgo de encontrar hielos flotantes. Y así voy navegando, ciñendo los fuertes vientos del W y barajando las grandes olas que llegan muy enfadadas y formadas desde el lejanísimo mar de Tasmania, hasta que alcanzo la longitud de los 80ºW, también según las viejas recetas de los capitanes cliperos. Alcanzada esta longitud ya estoy libre de los peligros de las costas chilenas y puedo arrumbar hacia el Norte, yo hacia Chiloé, aunque el Pacífico entero es ahora mío. Finalmente, cuando alcanzo la latitud de Ancud, viro hacia el E y entro en el canal de Chacao, para arribar a ese puerto ilustre del que zarpó un día la goleta que consiguió para Chile todo el SW americano, y que es también mi patria, mi casa.

Jugando así me preparo para el día que podría llegar en que el destino me abriese una ventana para emprender este viaje en real, a bordo de un barco de verdad y a través de ese océano austral que tantos marinos afortunados han podido cruzar. Así soy yo. Las pocas cosas extraordinarias que he hecho en mi vida se han cumplido porque cuando llegó la ocasión, que siempre lo hace por sorpresa, estaba preparado. Y, como lo hacen los niños, una forma eficaz de prepararse es soñando y jugando.


Pero si he traído esta aventura virtual aquí es para decir que cuando arribas a Ancud desde el Sur terrible, después de casi un mes navegando por unas aguas peligrosas y contorneando unas tierras que hoy todavía son salvajes, es decir, prístinas y a la vez desoladas, cuando avistas por fin la tierra de Chiloé, ésta se te aparece dulce  y tranquila, como lo que un marino antiguo llamaría “un regalo de Dios”. Entrando ya en el canal de Chacao empiezas a ver de cerca las jugosas pampas de un verde dorado entremezcladas con las manchas misteriosas y verdioscuras de los bosques. Entonces te das cuenta de que tienes ante ti un admirable equilibrio entre lo humano  y lo natural, lo civilizado y lo silvestre. Frágil como todo lo bello, está allí ante tus ojos, abierto en una invitación al abrazo. Y casi sin darte cuenta te ves desposeído de la sensación de soledad, de exilio y peligro, que te venía embargando durante tu insensato viaje. 

Llegas a tu casa, a tu otra patria, eso es lo que sientes.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Qué rápido pasa el tiempo-
Navigare necesse est, vivere non necesse