Hay momentos en la vida en los
que te corroe el sentimiento de culpa. Te miras en el espejo del alma y te
dices a ti mismo: “Te crees el mejor de todos y eres un canalla”. Bueno, no te
lo dices así, no tienes el valor necesario para hacerlo, pero en el fondo de tu
conversación contigo mismo late esa conclusión terrible.
Combate de boxeo |
Ese sentimiento de culpa ha
brotado de pronto, te ha cogido por sorpresa, a traición, no estabas en guardia
y no has tenido tiempo de hacer nada para disimulártelo. Ahora te sientes
noqueado como un boxeador, solo piensas, si es que puedes pensar algo entre las
nieblas de tu estupor, en cómo vas a plantear el próximo round.
Y cuando ese árbitro misterioso
que no tiene rostro toca el gong para empezar de nuevo, tú te levantas
vacilante, dando claramente la sensación de que no sabes qué hacer con tu
cuerpo, ni con tu alma.
Al fin, cuando ya tu
contrincante, que sorprendentemente tiene tu mismo aspecto, se te echa encima
dispuesto a darte el gancho que te mande al K.O., reaccionas. Empiezas a mover
los pies y pones los puños en guardia, cubriendo tu cara.
“Soy un canalla, sí”, te dices
entre dientes, “pero tengo que seguir luchando”.
Y de esa decisión te sube hacia
lo mejor que tienes, si es que te queda algo, la convicción de que todavía
puedes, siquiera sea por puntos, ganar ese combate contra ti mismo.
2 comentarios:
La última entrada y esta, tienen mucho en común Olo... Cuántas veces nos hemos sentido en ambas situaciones, cuántas personas maravillosas pasan un instante o están constantemente en nuestras vidas... pero esa misma constancia no nos deja a veces apreciar que tienen ese "milagro" de empujarnos a seguir pese a todo y a nosotros mismos, también cuándo nos comportamos mal...
Pues si Paola, acierta usted. Es la misma sensación que se tiene ante algo muy superior a uno mismo. Por una parte se siente uno culpable, manchado. Por otra estimulado para trepar hasta la altura donde eso admirado está.
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