Rembrandt viejo.- Autorretrato. |
Cuando la tristeza acosa a un hombre viejo, no lo hace con
el dramatismo con que acosa a un niño, que llora y busca las faldas de su
madre, ni a un joven, que se desespera con la violencia siquiera interna con
que lo haría Werther, el héroe del romántico Goethe.
No.
La tristeza de los viejos es muy común pero no suele ser
advertida. Al viejo le parece que le han anestesiado el cerebro, siente un
vacío que es soledad (ausencia de los que quiere) y también fracaso (vuelan
aquellos en los que tenía esperanzas, que naturalmente no eran sino esperanzas
de viejo, es decir, un contrasentido).
El viejo disimula ante los demás su estupor y su disgusto.
Pero no puede hacerlo ante sí mismo. Se siente culpable de su tristeza. ¿Por
qué no la espanta? Vuela como un pájaro negro en la noche oscura, solo un batir
de alas por encima de él, podría alcanzarla de un manotazo. Pero no se siente
con fuerzas para hacerlo. Tiene hambre, y sueño, sobre todo sueño, pero tampoco
consigue dormir.
Son cosas de viejo, piensa. Pero no está dispuesto a
reconocerlo públicamente. Quizá esta noche consiga dormir bien y todo sea
distinto mañana, piensa otra vez. Pero duda que eso sea posible. En cualquier
caso, se toma obediente la media pastilla de somnífero que tiene recetada.
“Duro es el vivir”, piensa, “pero que dure” musita, para que
solo pueda oírlo él.
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