lunes, 30 de noviembre de 2015

Chiloé marinero

Mi amigo Miro me invita a que los acompañe a la inspección técnica de la lancha Dalmacia III, que acaban de construirle los hermanos Pacheco en su carpintería de ribera situada en el puente Nercón. El día es precioso en el maravilloso fiordo de Castro. La inspección es rigurosa, la Armada de Chile hace las cosas bien, suben a bordo un ingeniero naval y un marino, navegamos desde el astillero de los Pacheco hasta el puerto de Castro y ellos se aseguran de que todo cumple las reglamentaciones establecidas, habida cuenta de que esta lancha, con 16 ms de eslora y capacidad de hasta 40 personas, se destinará al turismo. Luego, en el puerto, hacemos agua y petróleo para volver finalmente a nuestro punto de partida.

Hoy he experimentado una de las facetas de la profunda vocación marinera que Chiloé tiene: la de los constructores de barcos. Se embarcaron esta mañana con Miro y conmigo David Pacheco, maestro mayor del astillero, junto con los responsables de los equipos instalados que pueden presentar problemas inesperados en una primera prueba como era ésta: Alexis el mecánico con su ayudante Kika y Rodrigo el electricista, además de los dos inspectores de la Armada. Al
principio todo va bien. De súbito el eje que girando vertiginosamente une  la caja de cambios del motor con la hélice empieza a echar humo, que pronto se convierte en llama. El humo avanza por el pasillo de los camarotes y llega hasta el puente de mando, donde un detector empieza enseguida a sonar con una estridente señal de alarma. Nadie pierde los nervios. Con el motor en marcha y el barco navegando, Alexis se aplica a refrescar con un paño mojado el eje que arde, echado prácticamente encima de él, soportando
pacientemente el humo que ahora le cubre el rostro. Ni David ni su equipo ni los marinos le dan importancia al asunto. Saben que la causa está en una junta de bronce demasiado apretada sobre el eje motor que al girar roza con ella y genera un calor que hace que la grasa que lo lubrica se queme y llegue a arder. Alexis soporta estoicamente su papel de bombero hasta que llegamos al puerto de Castro, donde a barco parado retira la junta responsable del problema, que es menor y tendrá fácil solución.

Luego los marinos se van  y los de a bordo bebemos unas cervezas y comemos unas pizzas. Me encanta la felicidad que irradian David y su equipo, que ilumina sus rostros, convertidos además en una casi permanente sonrisa. Es la satisfacción del trabajo terminado y bien hecho, que hermana a los hombres.

De vuelta ya en el astillero, tomando otras cervezas, las penúltimas como dirían en mi tierra, le pregunto a Jorge, hermano de David, cuántos barcos habrán hecho desde que el astillero existe. Se para a pensarlo. “Tengo 51 años”, me contesta, “llevo más de 30 trabajando aquí y lo único que puedo decirte es que no hemos parado ni un momento de construir y reparar barcos. ¿El número? Innumerable”.

Y es que este trabajo de construcción naval en las carpinterías de ribera tiene tanto de arte como de técnica. Un barco construido aquí jamás será un número, en todo caso lo que tendrá es un nombre, por el que se le conocerá y recordará. Conozco a David y sus hombres desde hace ya algún tiempo, he visto cómo trabajan. Cuando van a construir un barco nuevo, empiezan pensando en el bosque. Los maestros de las capinterías de ribera como David tienen en su cabeza un catálogo de grandes árboles concretos, individualizados, existentes en los bosques de Chiloé, conocen de memoria las formas de sus troncos y de las ramas más grandes, las curvas que los unen. Saben lo que pueden necesitar para construir un barco determinado, por sus dimensiones y por la forma de sus cuadernas, su roda, su quilla, su codaste. De modo que las piezas imprescindibles que necesitan y que es imposible encontrar ya cortadas van a buscarlas al bosque. Igual que se hacía en los tiempos antiguos, los de los grandes veleros, que en muchas de sus maderas conservaban las formas y curvas que habían tenido cuando todavía vivas en los bosques, de modo que el barco era, en cierto modo, una prolongación de aquellos. El barco era un trozo de bosque  puesto a navegar. Y lo sigue siendo en estos barcos, lanchones y lanchas de Chiloé que en su inmensa mayoría están construidos en madera.

Por lo demás, con un maestro de ribera como David no se puede hablar de madera, sino de maderas. Un barco puede incorporar muchas maderas distintas, porque cada una tiene sus características  mecánicas y es más apta para ésto o aquéllo. Quillas de pino o coigüe, cascos de ciprés, interiores de mañío, la riqueza de maderas que tienen los bosques chilotes da lugar a muchísimas combinaciones posibles. Cada barco es único. Y no es solo la clase de madera usada, sino cómo ha sido secada antes de integrarla en la compleja estructura mecánica que un barco es. Así el olivillo, tique le llaman aquí, es una excelente madera naval si se ha secado bien, si no es así no sirve. La integración de las numerosas piezas de madera que componen la obra viva de un barco y yendo más allá su entero casco, a más de todas las piezas de sus interiores es una obra de arte. Porque un barco de madera en la mar no se mueve entre las olas y los vientos como una pieza única y compacta, sino que se cimbrea, se quiebra y curva, flexa aquí y allí ante los numerosos y variados esfuerzos con que la mar lo acosa.

Una manifestación importante, ésta de la construcción naval en las carpinterías de ribera, de lo que es Chiloé. En este caso, de la profunda relación que une a sus bosques con su mar. Yo espero que dure mucho tiempo. En todo caso, si llegara algún día, como ha pasado en España, donde los barcos de trabajo empezaron a hacerse de plástico o de hierro, quisiera yo que estas carpinterías de ribera de Chiloé se mantuvieran fieles a la madera fabricando con ella embarcaciones deportivas, de vela o de remo, que tendrían su mercado en ese ancho mundo que ha perdido ya lo que aquí son todavía bosques llenos de vida. Nada como la madera para un barco con el que se quiera, simplemente, gozar de la mar. La una está hecha para la otra.


Y en este sentido me gustaría añadir que, siendo cierto que los bosques de Chiloé están amenazados por su uso excesivo como un recurso, también lo es que la mejor manera de defender el futuro de estos bosques chilotes es seguir usándolos dentro del esquema cultural propia de estas islas afortunadas, lo que implica seguir usando en el campo la leña como fuente principal de energía, mantener una tradición mueblista y de construcción de cabañas en madera, y seguir haciendo barcos que integren en sus cascos las muchas maderas distintas que pueblan los bosques de Chiloé. 

Mientras que los chilotes sigan manteniendo sus formas de vida, los bosques de Chiloé seguirán vivos también, de eso no me cabe duda. Sin esa compañía humana cargada de cultura, el destino de esos bosques será incierto. Recuérdese lo que pasó hace ya muchos años con el Ciprés de las Guaitecas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me permito un punto de humor: un poco chapuzas sí que nos ha salido el tal Alexis. Por otros pagos la cara del patrón mirando al inspector durante la escena descrita sería digna de foto.
Aparte de eso, que siga disfrutando, Olo.
Jordi

olo dijo...

No crea, amigo Jordi. Lo que diferencia este caso de lo que podría haber sucedido como usted dice "por otros pagos", es que aquí se trata de una producción artesanal, frente a la producción en cadena del vehículo por antonomasia que es el automóvil. Allí todo está automatizado, el trabajo no pertenece a nadie, no se permite el menor fallo. Mientras que el trabajo artesanal, incluyendo el montaje, es una realización personal.

Aún así, ¿qué me dice usted de lo que ha pasado con el caso Volswagen? Seguramente han rodado un montón de cabezas de ingenieros, pero solo nos hemos enterado de la dimisión de algunos altos cargos. Marketing en acción.