Esperaba yo en la puerta de entrada de la Cartuja a que los monjes acudieran a mi cita. La oscuridad era casi absoluta bajo un cielo todavía sin Luna, lleno de estrellas. En la fría noche otoñal el silencio solo se rompía por el murmullo ocasional del viento en las frondas de los árboles cercanos. Sentí desamparo, luego comprendí que aquello no era sino el puente que debía cruzar entre el mundo cotidiano y el universo mágico del monasterio. De pronto se encendió una bombilla anclada en la piedra, sobre el gran portón de entrada. Su luz me deslumbró, aunque no era intensa. Se oyeron ruidos que tomaron pronto la forma de pasos, luego el chirriar sordo de cerrojos por el otro lado del portón, que terminó entreabriéndose. Me esperaban dos monjes blancos, con las capuchas cubriendo de sombra sus rostros. Uno, el hermano portero, permaneció en silencio. El otro era el padre maestro de novicios, que me saludó cordialmente y me indicó que lo acompañara. Cruzamos un patio y recorrimos el corredor de un pequeño claustro, hasta llegar a la puerta de la hospedería, pesada y maciza, que el monje abrió con una llave que luego me entregó. Subimos una escalera de piedra y llegamos a la que sería mi celda durante los días que permaneciera en la Cartuja. Una habitación sobria y antigua, alta de techos y amueblada con sencillez, en una de cuyas paredes se abría una espléndida chimenea tallada en mármol, construida con motivo de que el emperador Carlos V se hospedó allí en 1520. Debía limitarme a dejar mi equipaje, porque el oficio de Maitines estaba a punto de empezar y teníamos que unirnos a la comunidad de monjes en la iglesia. Eso hice. De manera que mi entrada en la Cartuja fue más un chapuzón que una introducción lenta y sosegada. Después comprendí que ésta era la mejor manera de hacerlo.
El padre maestro de novicios me guió a través de pasillos y puertas camino de la iglesia, pidiéndome que recordara la ruta, porque luego tendría que volver solo. Desde la sacristía entramos en el coro de los padres, donde me dejó sentado como uno más entre ellos. Iba a empezar el oficio de Maitines, esa hora mágica de la medianoche con la que se inicia el día en una Cartuja. Me encontré de pronto trasladado a un mundo que apenas había cambiado desde el siglo XI. En dos filas a lo largo de los dos costados de la nave central de la iglesia se disponía la sillería del coro de padres, y allí, ante mis ojos, estaba la comunidad de padres cartujos de Miraflores. Los hermanos, un rango inferior, no sacerdotal y ocupado en trabajos manuales, rezaban en su propio coro, situado a continuación, hacia la puerta de entrada.
Monjes cartujos de Miraflores en el coro de padres, durante el oficio de Maitines (Foto a doble página de Ortiz Echagüe, en "Estampas Cartujanas") |
Retablo mayor, altar y sepultura de los fundadores (Juan II de Castilla y su esposa) en la iglersia de la Cartuja de Miraflores. A los lados puede verse el comienzo de la sillería del coro de padres. |
Lo que hacían los padres era cantar en gregoriano el Oficio Divino, una colección de salmos y otros textos de las Escrituras. El canto era monótono, sobrio, sin música que lo acompañara. Los padres cartujos se iban turnando en el facistol, un gran atril de madera situado en el centro del coro, estableciéndose un diálogo cantado entre el que dirigía el rezo desde el facistol y los que permanecían en sus sillas de coro. La gran nave de la iglesia estaba semioscura, con solo las luces necesarias para poder leer los textos, que la mayoría de los padres, por otra parte, conocía ya de memoria. Con discreción pude ir observando los rostros de aquella comunidad de monjes eremitas. Los había de todas las edades, estaban todos concentrados en sus rezos (ninguno cruzó la mirada conmigo) y me impresionó la mezcla de serenidad y alegría que se reflejaba en sus rostros. La atmósfera estaba impregnada de una profunda espiritualidad, quizá como no la haya percibido yo nunca, ni antes ni después.
En el centro, facistol, y a los lados, sillería del coro de los padres, con el retablo mayor al fondo. |
Pero, ¿que quiero significar con una atmósfera impregnada de espiritualidad? ¿Hay algo más en esta expresión que una simple figura retórica? Creo que sí. Aquellos padres cartujos estaban allí junto a mí sin llegar a estarlo, porque parecían tener sus sentidos vueltos hacia el interior de ellos mismos, aunque sus rezos se fundían claramente en una oración comunitaria. Todo ello en un marco de extrema sencillez, de inocencia, como ya describiré en una entrada próxima. Comprendía yo que para una vocación eremita como la del cartujo, destinado a la soledad, la oración comunitaria en la iglesia, al estilo monacal, era un elemento esencial de su vida.
La iglesia es el centro principal de la vida comunitaria, o monacal, en una Cartuja. En ella se reune diariamente toda la comunidad en tres ocasiones. A la medianoche, cuando durante dos a tres horas rezan los oficios de Maitines y Laudes. Por la mañana, en la misa comunitaria. Y por la tarde en que rezan el oficio de Vísperas. Mientras que los padres cantan el oficio divino en su coro, los hermanos, en el suyo, rezan individualmente, cada uno para sí mismo, Padrenuestros, la oración que nos enseñó Jesús. Un hermano cartujo puede rezar así, a lo largo de un año, cerca de medio millón de Padrenuestros. Cuando se ingresa en la Cartuja, se deriva hacia padre o hermano en función de la capacidad cultural que tiene el neófito de culminar o no los estudios del sacerdocio, y de la propia vocación.
Cuando no están en la iglesia, los padres cartujos permanecen encerrados en sus celdas haciendo vida eremítica, mientras que los hermanos trabajan en las distintas actividades necesarias para la vida del monasterio: sastrería, barbería, carpintería, cocina, trabajos en la granja, etc. Todo ello hecho, por padres y hermanos, en un absoluto silencio, roto solo durante unas horas los domingos. Este silencio, junto con la oración, son los dos pilares que sustentan la vida cartujana. Así de sencillo.
La oración es el foco espiritual de la vida de los cartujos. Una oración que no solo es un acto de petición y comunicación con Dios, sino una puerta de entrada a un mundo de muy difícil acceso, el de la contemplación y lo místico. Esta fue una lección que aprendí aquella misma noche. Yo me había imaginado a los cartujos solos en sus celdas, entregados a profundos arrebatos místicos. No es así. Los cartujos, en la soledad de sus celdas, en la comunidad de la iglesia o en el trabajo de los hermanos, lo que hacen sobre todo es rezar, es decir, hablarle a Dios. En esto se fundamenta toda su vida espiritual.
"Dime cómo vives y te diré quién eres", expresa en una de sus múltiples formas un viejo refrán castellano. Y en efecto, si uno llega a conocer la casa de alguien, su morada interior, es capaz de comprender mucho mejor su personalidad y su forma de estar en el mundo. Yo quiero presentar ahora,en tres vistas aéreas, las tres formas básicas de vivir como monje cristiano.
Ermitas de Córdoba (picar con el ratón para ampliar) |
1).- Eremitismo puro: ermitas de Córdoba.
Fundadas en la Córdoba hispanorromana del siglo III, por el obispo Osio, que estuvo en Oriente participando en el concilio de Nicea y trajo de allí las ideas para esta fundación. Estuvieron activas hasta los 1960s, en que la orden fue disuelta. El eremitorio está cercado por una tapia de piedra. En el extremo inferior izquierdo están la entrada y las dependencias comunes (granja, molino, hospedería, capilla, etc). Las emitas son viviendas pequeñas aisladas y repartidas por todo el eremitorio. El edificio grande en el centro del eremitorio es una construcción posterior, un noviciado construido por los carmelitas descalzos, que recogieron las ermitas una vez que los ermitaños se extinguieron. En estas ermitas se vivió durante 17 siglos el mismo espíritu de San Antonio abad de Egipto. Los ermitaños permanecían la mayor parte del tiempo en soledad absoluta, cada uno en su ermita, y solo en circunstancias excepcionales se reunían para algún acto comunitario.
2).- Monaquismo puro: monasterio cisterciense de Poblet (Tarragona, España).
3).- Combinación de monaquismo y eremitismo: Cartuja de Miraflores (Burgos, España).
Fundado en 1150. El monasterio está rodeado por una muralla con bellas torres de defensa. Como muchos otros monasterios durante la tormentosa Edad Media, cumplía también el papel de fortaleza donde los vecinos próximos podían refugiarse en tiempos de guerra o correrías.
El primer edificio de planta cuadrada en el extremo inferior de la foto es la sacristía. Encima de ella se situa la gran iglesia rectangular, centro de la vida monástica. Por encima de la iglesia, un patio cuadrado y ajardinado es el claustro, alrededor del cual los monjes rezan, meditan y pasean. El claustro está rodeado por edificios varios, que se extienden hasta el final del monasterio, en la parte superior: dormitorios de padres (sacerdotes) y hermanos, talleres, biblioteca, refectorio, cocinas, bodega donde se hacía vino, cárcel, dependencias agroganaderas, etc.
Las celdas en las que viven los monjes son habitaciones individuales dentro de grandes naves dormitorio, cuya función principal es el descanso. Porque los monjes rezan y trabajan en común.
3).- Combinación de monaquismo y eremitismo: Cartuja de Miraflores (Burgos, España).
Fundada en 1441 por el rey Juan II de Castilla. Lo que caracteriza a las Cartujas, lo que las hace únicas en una vista aérea, es el gran claustro y la disposición a lo largo de sus cuatro lados de las celdas de los padres cartujos, monjes eremitas. De estas celdas vemos bien en la vista aérea sus pequeños jardines rodeados por altos muros. En la parte inferior de la foto, hacia la derecha, está la entrada al monasterio, la misma que vemos en la primera foto de este capítulo. Inmediatamente arriba, hacia el centro, está la iglesia. Por encima de la iglesia, la mitad derecha de la foto está ocupada por distintas dependencias de la Cartuja. La mitad izquierda, por el gran claustro rodeado de las celdas de los padres eremitas;encima de este conjunto, la huerta del monasterio.
Los hermanos cartujos hacen una vida enteramente monacal, excepto en el silencio estricto al que están obligados. Los padres cartujos viven como eremitas en la soledad de sus celdas, cada una de las cuales es, en realidad, una pequeña ermita, con huerto/jardín, taller en la planta baja y oratorio/estudio/dormitorio en la alta; actúan como monjes cuando tres veces al día (Maitines/Laudes, Misa y Vísperas) se reúnen en la iglesia para cantar el Oficio Divino, pero aun entonces el silencio es obligado.
Finalmente, sigue otra foto aérea de la Cartuja de Miraflores, sobre la que he señalado las dependencias más importantes. Baste con todo ello, así lo espero, para que mis lectores comprendan el entorno físico en el que se desarrolló esta aventura espiritual de mi juventud.
Cartuja de Miraflores (picar para ampliar) |
Yo vivía en la hospedería, desde la que me desplazaba a la iglesia para los actos litúrgicos comunitarios. A mi habitación me traía la comida un hermano cartujo, y allí me visitaron el padre procurador y el maestro de novicios, para charlar conmigo. La única dependencia exterior distinta a la iglesia que visité fue la celda del padre prior, con el que mantuve una conversación. También me reuní un domingo con todos los padres en el huerto, en el rato semanal en el que les está permitido romper el silencio.
De manera que apenas enturbié la paz de la Cartuja, salvo en una ocasión singular que describiré en una entrada próxima. Tampoco introduje cambios en sus ritmos de vida. Ellos quisieron que, para que conociera lo que es la Cartuja, mi vida se aproximara, siquiera remotamente, a la de un eremita más.
San Bruno, fundador de los cartujos. Escultura de Pereyra en Miraflores. |
3 comentarios:
Pretty insightful. Thanks!
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Hay errores en la descripción tanto del lugar, como en la liturgia.
Si ve errores, describalos siquiera someramente y contribuya a mejorar la entrada. No se limite a tirar la piedra y esconder la mano.
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