lunes, 22 de agosto de 2011

Murmullos

Tu vida transcurre con normalidad, tus días son todos aparentemente iguales, juegas con tus perros, lees en el jardín, vas al cine, piensas, sueñas, imaginas.

Pero desde hace unos días sientes como el murmullo de una amenaza todavía sin forma. Te sorprendes. Te paras a pensar de qué puede tratarse. Experimentas entonces, con levísima intensidad, tristeza con unas gotas de angustia.

Intentas olvidarlo. Pero el murmullo vuelve cuando menos lo esperas, una y otra vez. Percibes su levísima tristeza angustiada, no se ha disuelto, sigue ahí, escondido entre los pliegues de tu conciencia. Presientes que anuncia algo que va a suceder inexorablemente.

Necesitas darte una explicación. “Es el mundo, que no funciona”, te dices. Pero no puedes evitar una sensación de culpabilidad. “¿Qué debo hacer?”, te preguntas.

3 comentarios:

Miroslav Yurac Romero dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Miroslav Yurac Romero dijo...

Olo, no será que este mundo esta muy convulcionado, las noticias viajan muy rápido, y uno está muy conectado.
Quizás si nos quedaramos como el campecino, preocupados de cosas mas sencillas, del devenir de los días, del la lluvia, del alimento para los pollos, sin tanto internet, rádio y televisión, tendríamos mas tranquilidad.
Esos murmullos pueden ser parte de de la enfermedad del siglo 21.

En todo caso, que podemos hacer ante lo inmenso que es el universo, solo tomar las cosas con mas lentitud, disfrutando el solo hecho de estar vivos y con la esperanza de ver el próximo amanecer.

olo dijo...

Sin duda, la enfermedad del humano de ciudad es la angustia. La agresión sónica, visual y dialéctica es constante e insoportable, casi como un lavado de cerebro. Y ya no solo en las megalópolis: la televisión ha llegado al último rincón del campo chilote, y los celulares, que están en todas partes, bombardean diariamente nuestros cerebros tan cercanos con sus haces de microondas. Aunque estos murmullos de los que escribo me suenan más a presentimientos. Como cuando en el campo empiezan a ladrar los perros por la noche y tú deduces que alguien o algo se acerca, aunque todavía no sabes de quién o qué se trata.