Una vida, ya sea de una persona o una colectividad como la chilota, es una trayectoria en el espaciotiempo. Es casi imposible mirar hacia el futuro
sin entender mínimamente el pasado, y temerario decidir hacia dónde queremos ir
sin comprender, siquiera someramente, quién y cómo somos. Por eso hoy, en esta
segunda entrada sobre el futuro de Chiloé, tengo que ocuparme de su pasado.
Pero antes debo plantear una cuestión de principio: en
términos cuantitativos, Chiloé es insignificante cuando comparada con Chile,
representando algo menos del 1% de la población del país y poco más del 1% de
su superficie. Su importancia cultural es mucho mayor. El nombre y el mito de
Chiloé resuenan con su misterio en las calles de Santiago, excitan la fantasía
de los chilenos con sus ecos mágicos. Chiloé es para los chilenos mucho más un hecho
cultural que físico, su importancia desborda las dimensiones estrictamente
materiales. Por eso al hablar sobre Chiloé en términos estratégicos, lo estrictamente cuantitativo tendrá mucha menos importancia de
lo habitual en este tipo de asuntos. Chile no debería buscar en Chiloé la explotación de sus recursos, sino cuidarla, hasta mimarla como un
remanso donde los chilenos puedan encontrar paz, acercamiento a la naturaleza y, por qué no, algo de lo legendario y fantástico que oculta.
A).- Condicionamientos geográficos de Chiloé. Aislamiento extremo
La marcadísima característica geográfica de Chiloé, que la ha diferenciado siempre netamente del resto de las regiones de Chile, es su condición insular y oceánica. Chiloé es una isla grande y una colección de más de veinte pequeñas islas, constituyendo un archipiélago que, protegido por la isla grande del furioso océano abierto, forma un mar interior en el que se desarrolla una cultura interinsular. Las islas, ya se sabe, tienden a encerrarse en
El aislamiento de Chiloé ha sido tan grande que incluso ha estado aislada de ella misma, ha sido pues un aislamiento al cuadrado.Ya que durante buena parte de su historia la mayor parte de sus tierras emergidas no han sido accesibles para sus pobladores humanos, estando ocupadas
El bordemar. Se llega a vivir, como en la foto, en la misma orilla de la pleamar y en casas palafitos donde con pleamares de sicigias te sientes como si estuvieras en un barco. |
De manera que todo el Chiloé humano se ha concentrado históricamente no ya en unas islas, sino estrictamente en las orillas de esas islas. La cultura chilota es por eso una cultura de lo que los chilenos han llamado bordemar, donde el hábitat humano se ha reducido durante siglos a una estrecha faja de terreno lindera con la orilla del mar. Cultura a la vez marinera y campesina, que dada su lejanía de la civilización y los mercados ha tenido que ser autosuficiente, donde además no había división del trabajo sino que todos hacían de todo: cada familia construía su casa y sus escasos muebles, hilaba lana para sus vestidos y los cosía, mariscaba, cultivaba sus papas, cortaba leña en el bosque para calentarse y cocinar, criaba sus ovejas, cerdos y gallinas. Una cultura así, que subsiste todavía básicamente intocada en buena parte del Chiloé rural, tiene que ser solidaria, porque en las comunidades campesinas autosuficientes unos se necesitan a otros para las actividades más pesadas, como cosechar las papas o construir los corrales de pesca, también para las más simbólicas, como celebrar la salud o despedir a la muerte. Muchas de estas tareas colectivas se conjugaban en mingas, que convertían el trabajo común en un juego seguido de una fiesta. Una cultura así es esencialmente pacífica y, aunque tímida, abierta en principio a lo foráneo y al mestizaje. Es una cultura de paz y acogida.
Palafitos formando una larga calle en el bordemar. Los colores vivos y variados de las casas contrastan con el verde de prados y bosques y el azul del mar, dando un conjunto de gran belleza. |
B).- Una historia, como todas, de encuentros y desencuentros.
Pero
la historia es un camino lleno de trampas y precipicios, también de puentes y vados. Los habitantes de
Chiloé han pasado a lo largo de los años por una sucesión de encuentros y
desencuentros con otros grupos humanos.
El
primer gran encuentro pudo ser el de los williches que venían del norte con
los chonos que lo hacían del sur. Unos y otros eran
las vanguardias de las dos columnas amerindias que habían atravesado el
continente americano desde el estrecho de Bering hasta su extremo meridional, una
a lo largo de la costa del Pacífico y la otra a través de las llanuras
argentinas, cara al Atlántico. La prueba de sus orígenes diferentes es que
hablaban lenguas que no tenían nada en común, los williches una variante del mapudungun, el gran tronco lingüístico
de los mapuches, mientras que los chonos hablaban un idioma ya extinguido que
pudo estar relacionado con las lenguas fueguinomagallánicas. Además los chonos eran
nómadas canoeros mientras que los williches eran sedentarios, cultivaban la papa
y tejían la lana de sus llamas. Este encuentro tuvo lugar algunos siglos antes de que
llegaran los españoles. Los chonos navegaban en sus
dalcas por los canales que se extienden entre Chiloé y Magallanes, mientras que los williches
se asentaban en las costas del mar interior chilote. El alimento principal de
ambos era marino, en
base a mariscos y algas comestibles como el luche.
Hacia
los años 1.560 tuvo
lugar un segundo encuentro, el de los williches con los españoles. Estos, que habían terminado de
conquistar el Chile continental en los 1.540 y descubierto el Estrecho de Magallanes desde el
Atlántico en 1520,
empezaron ahora a pasar con sus naves frente
a Chiloé, viniendo desde
el Peru. Al principio
ignoraron el archipiélago
chilote, como el resto de esta costa patagónica que vista desde el océano era salvaje y desolada, pues su interés era
reconocer la conexión del Peru con el Estrecho. Pero
en 1567 uno de aquellos
capitanes, Martín Ruiz de Gamboa, recibió órdenes de tomar posesión de Chiloé. Aquella tierra agreste, ocupada por inmensos bosques impenetrables y en la que unos miles de williches vivían en pequeños
asentamientos costeros en las orillas del mar interior, no le pareció de
interés a Ruiz de Gamboa, que propuso a sus superiores abandonarla. Este fue el primero de los
varios arrebatos de abandono que vinieron después, porque en Chiloé nunca hubo
riquezas suficientes para vivir bien como conquistador, tanto que en el siglo XVI algunos desde Lima o Santiago la llamaron una “frontera cerrada”, la “popa del mundo”, un “recoveco del mundo” Pero
por razones estratégicas, para evitar que otros
marinos europeos pudieran tomar posesión de ella, se le ordenó que
prosiguiera con la ocupación. Fundó
la ciudad de Castro en un fiordo del
centro de la isla grande,
muy cerca de la isla de
Quinchao, la zona más poblada
del archipiélago. Encontró una buena acogida por parte de
los pobladores williches, que eran gente pacífica. Pero inmediatamente procedió
con el protocolo que los españoles aplicaban en todas las tierras conquistadas,
el mismo que habían aplicado en España durante siglos de
reconquista a los musulmanes: dividir el territorio y repartirlo entre los soldados que habían
participado en su conquista, que pasaban a convertirse en encomenderos, con
derechos a percibir una renta de los williches que vivían en su encomienda, los
cuales adquirían así una condición de siervos.
En
Chiloé estas encomiendas derivaron pronto en
la práctica a una situación cercana a la esclavitud. Este fue el primer
desencuentro de
los que aquí consideraremos. Como
aquellos williches se mantenían en su bordemar en unas condiciones de
estricta supervivencia, no tenían rentas ni excedentes de alimentos que aportar
a sus encomenderos, de modo que éstos, faltos de
otros recursos,
los embarcaban hasta Concepción para alquilarlos en el Chile
central como mano de
obra prácticamente esclavizada
durante un período máximo permitido por las ordenanzas de nueve meses al año. También los encuadraban como gente de armas para efectuar razzias (malocas las llamaban) en las costas
del continente o entre los chonos, donde los amerindios capturados tras ofrecer
resistencia violenta podían ser considerados legalmente como enemigos apresados en batalla y venderse como esclavos en el Norte, cuyas minas necesitaban esta mano de obra.
Una dalca, las canoas típicas de chonos y williches, en el museo de Dalcahue. Construcción muy simple, tres tablas ensambladas y cosidas de proa a popa y unos largueros de babor a estribor que dan solidez transversal y sobre los que se sientan los remeros. |
Iglesia de Achao, construida en 1740 y única que se conserva de la época de los jesuitas. Con cerca de 300 años en pie, pocos edificios de madera hay en el mundo que hayan resistido tanto tiempo. |
La intervención de los jesuitas, directamente sobre el terreno pero también a través de su influencia tanto en la capitanía general de Chile como en el virreinato del Perú, contribuyó mucho a mitigar los abusos de los encomenderos sobre la población williche, que no obstante siguieron existiendo, como prueba la sublevación de los llamados “mapuches de Chiloé” que se produjo en 1712. A partir de 1718 se inició la extinción de las encomiendas en Chiloé, que siendo inicialmente de 9 meses de servidumbre al año, pasaron a seis. En 1767 Chiloé dejó de depender de la Capitanía General de Chile pasando a hacerlo directamente del virreinato del Perú. Con este motivo la comunidad williche de Chiloé pudo contratar abogados en Lima que defendieran sus derechos, consiguiendo así que en 1782 la encomienda obligatoria de trabajo humano se extinguiera definitivamente. A partir de este momento, los williches de Chiloé se convirtieron en tributarios directos de la Corona, estableciéndose el pago (supongo que por unidad familiar), en 40 tejuelas de alerce por año. Este alerce no se recolectaba en el Chiloé isleño, sino en las faldas de la Cordillera, en lo que se consideró durante muchos años Chiloé continental. Como se exportaba mucho a Lima por entonces, se convirtió en un instrumento de trueque para todas las actividades económicas de la zona. (Condición jurídica del indígena de Chiloé en el derecho indiano, (Carlos Olguín Bahamonde, Revista Chilena de Historia del Derecho, Nº7, 1978, pp157-163), .
Este
Chiloé colonial fue, cuando comparado con su entorno, una tierra civilizada y
hasta próspera, por lo menos no miserable. Así lo sugiere lo que dejó escrito un marino
británico, el entonces guardiamarina John Byron, abuelo que fue del poeta
famoso del mismo nombre. En
1741 Lord Anson cruzó al mando de una flota británica el estrecho de Magallanes y entró
en el
Pacífico con órdenes de invadir el Perú. Por entonces Inglaterra estaba en guerra contra
el imperio español.
Uno de sus barcos, la fragata HMS Wager, encalló en unos arrecifes
unas millas al Sur del golfo de Penas,
en el archipiélago de las Guayanecas,
y se perdió. Parte de su tripulación volvió a Inglaterra en varias
embarcaciones fabricadas con los restos de la fragata, pero un grupo de
oficiales prefirió el intento de alcanzar Chiloé. El joven Byron formaba parte de este grupo
y escribió una narración de su aventura. Los indios chonos canoeros, nómadas sometidos a
condiciones extremas de pobreza, les dieron hospitalidad y los fueron llevando en un
penosísimo viaje
hacia el Norte que
duró un año, hasta que por fin cruzaron con gran riesgo el golfo de Corcovado y
alcanzaron Chiloé. Allí permanecieron seis meses reponiéndose antes de ser
enviados a Santiago. Lo que dejó escrito Byron acerca de su estancia en Castro
habla de un Chiloé que casi tiene trazos arcádicos: gente bien alimentada y
abrigada con buena ropa
de lana tejida por ellos mismos,
casas confortables, abundancia de ovejas
y cerdos, de papas y mariscos, ambiente acogedor y
tranquilo. Aunque Byron tuvo que estar influido, para verlo así, por el
contraste con el año pasado entre fatigas, frío y hambre
junto a los chonos, no cabe duda leyéndolo de que Chiloé había alcanzado por
entonces una situación en la que sus habitantes podían sentirse razonablemente
satisfechos.
1741.- La fragata británica Wager en el gran Océano Austral (pintada en nuestros días por Geoff Hunt). |
Los jesuitas son expulsados de todo el imperio español por Carlos III en 1767. Este desencuentro, aunque afecta a todo el imperio, es el segundo que se produce entre Chiloé y España, porque aunque los franciscanos prosiguen con la labor que los jesuitas habían iniciado hay, inevitablemente, una rotura importante en la continuidad de aquélla. Las razones de esta expulsión nunca se mostraron claramente. Previamente los jesuitas habían sido expulsados de Portugal (1759) y de Francia (1764). En esos momentos, la Ilustración está naciendo en Europa y los países europeos desconfían de la acción religiosa y social en sus dominios de una orden como la Compañía de Jesus, demasiado dependiente del Papa. Ésta puede ser la causa de las expulsiones en cadena, que en el continente americano dan fin a una interesante utopía cristiana puesta en marcha por los jesuitas en sus reducciones del Paraguay.
Manifestación
de este segundo desencuentro nos la da algunos años después José de Moraleda,
un marino español que terminó siendo chileno y que levantó la cartografía de
los mares que rodean al archipiélago, abarcando desde Valdivia hasta algo más
al sur de las islas Guaitecas. Aunque el extenso libro
que escribió está dedicado a exploraciones hidrográficas y descripciones
detalladas de costas y puertos, contiene un capítulo en el que Moraleda habla
de la naturaleza, la gente y el comercio de Chiloé. Considero este capítulo de
lectura obligada para todo el que se interese por Chiloé. En la semblanza que hace
Barros Arana de Moraleda en la introducción al libro, lo presenta como un
buen marino y un técnico riguroso, sin otras ambiciones que hacer bien su
trabajo. Quizá sea también Moraleda un hombre de la Ilustración, que ve el
mundo desde la perspectiva del Progreso.
El
Chiloé que se encuentra Moraleda en 1786 tiene poco más de 25.000 habitantes,
incluyendo los enclaves continentales de Calbuco y Carelmapu, que entonces
formaban parte de la frontera del imperio español desde el Sur con los
Mapuches, cuyo territorio libre llegaba por el Norte hasta el río BioBio. De
esos habitantes algo más de la mitad son españoles o mestizos, el resto
amerindios, predominantemente williches. A Moraleda le parece muy poca
población para más de 4 siglos de poblamiento humano y 2 siglos desde la
conquista. De las ciudades de Chiloé, solo Ancud (que entonces se llamaba San
Carlos) está permanentemente habitada por unas 250 familias. Las demás
ciudades, Castro incluida, están prácticamente desiertas durante la mayor parte
del año y solo se habitan cuando llegan los misioneros (que, recordemos,
expulsados los jesuitas hace más de veinte años son ahora los franciscanos),
una vez al año y en Semana Santa. Los chilotes viven pues esparcidos por el
bordemar, aislados unos de otros en una vida esencialmente campesina y
recolectora de mariscos y algas. En esta falta de vida urbana ve Moraleda la
causa principal de lo que a él le parece el gran atraso de Chiloé.
Hombre y mujer de Chiloé hacia 1770 (expedición de
Bougainville). El hombre con su poncho, la mujer con
su toca, tejidos localmente en lana, pies descalzos y
piernas desnudas, como era normal entonces allí.
|
De
manera que Moraleda por un lado y los williches del bordemar por el otro ponen
de manifiesto, con su desencuentro, un conflicto intercultural profundo entre
conquistadores y conquistados, que por otra parte era inevitable. Conflicto que
en el caso de Chiloé vino precedido por un acercamiento no menos profundo, impulsado
por los jesuitas a lo largo de casi 170 años de sincretismo cultural y
religioso y continuado por los franciscanos, del que tanto los amerindios como
los españoles y su conjunción mestiza pueden sentirse orgullosos. Pues de este
sincretismo es fruto un legado tan bello como el de las iglesias de Chiloé, más
toda la profunda religiosidad popular chilota, llena de colorido en
celebraciones como la del Señor de Caguach. Así como todo el discurso
mitológico chilote, profundamente original, lleno de criaturas nuevas como el
Trauco y la Pincoya que no tienen correlatos en la mitología mapuche y que
posiblemente proceden de la singular exposición de los williches a la naturaleza
de ese bordemar en que vivieron. Que no era sino un estrecho espacio entre la
mar misteriosa y profunda y el bosque eterno, lleno de humedades y nieblas, de
sombras antropomórficas y extraños cantos de aves mitológicas entonados por el
simple rozarse de dos ramas de los gigantescos árboles, allá en lo más alto del
bosque nativo.
Moraleda
hace en su libro un amplio análisis estructural de Chiloé, en el que nos
descubre las hondas semejanzas entre aquél de finales del siglo XVIII y éste
del siglo XXI. Merece la pena leerlo. Descubre que los chilotes, sea cual sea
su origen, español, amerindio o mestizo, hablan más la lengua williche, a la
que llaman veliche,
que la española, lo que pone de manifiesto el intenso sincretismo cultural que
ha tenido lugar y contrasta con la situación actual en la que el veliche
prácticamente se ha extinguido. Se lamenta de que todos los caminos discurran
por la orilla del mar, de que los chilotes no hayan sido todavía capaces de
penetrar en un bosque al que culpa, como responsable del exceso de humedad, de
muchos de los males de la agricultura chilota. Pone de manifiesto la gran
relevancia social que tienen allí machis y curanderos. Habla de la gran
variedad de maderas del bosque nativo, de su buena calidad, no apreciada en
Chiloé porque no se la sabe secar bien. Menciona las exportaciones principales
de Chiloé, que son las tejuelas de alerce, hacheadas en la parte continental
entonces de Chiloé que ahora es la provincia de Palena, los ponchos de lana y
los jamones. También cómo la balanza exterior de Chiloé es negativa y cómo esto
depende de que los barcos que transportan las mercancías hasta y desde el Perú
no están controlados por los chilotes, lo que resulta en un deterioro de sus
precios de venta. De aquí la necesidad de que Chiloé disponga de barcos
propios. Enfatiza también la necesidad de construir caminos interiores, de
luchar contra el caciquismo y de robustecer las defensas militares del
archipiélago con medios propios, para rechazar una probable invasión extranjera,
ya que considera que Chiloé dispone de todos los recursos naturales necesarios
para desarrollar una agricultura floreciente. Finalmente se refiere a la
Iglesia. Elogia la labor de los 15 misioneros, ya franciscanos, que atienden
religiosamente al archipiélago pero los considera insuficientes y pide al obispo
de Concepción, de quien depende la iglesia chilota, un mayor apoyo a ésta en la
forma de suministro de un número suficiente de sacerdotes regulares bien
instruidos y motivados para permanecer en el archipiélago.
Resumiré
las líneas anteriores declarando que así como el surgimiento de los brujos de
Chiloé representados en la Recta Provincia puede ser señal de un desencuentro
entre Chiloé y la República de Chile, Darwin representa un encuentro de Chiloé
con esa ciencia que no quiere apoderarse del mundo sino solamente comprenderlo.
Darwin sintoniza con Chiloé, eso está claro cuando uno lee las líneas que le
dedica en su “Viaje del Beagle”. Admira su belleza y cómo los chilotes están de
compenetrados con la naturaleza en que viven. Claro que el Beagle en el que
Darwin viaja es una mezcla de encuentros y desencuentros, porque mientras que
Darwin explora con su pasión de científico desinteresado las costas orientales de Chiloé, el capitán Fitzroy y sus
hidrógrafos levantan cartas de las costas occidentales para tenerlo todo
preparado en el caso de una eventual invasión militar o económica británica de
la Sudamérica del Pacífico.
Este
papel poblador representa un punto de encuentro entre Chiloé y Chile. Podemos
poner el hito de su inicio en el viaje de la goleta Ancud a Magallanes en 1843,
que resulta en la toma de posesión por Chile de todos los territorios
australes. Un artículo del profesor Rodolfo Urbina recoge muy bien el alcance y el contenido de esta gesta y a él me remito. Los
chilotes tienen un peso decisivo en el repoblamiento de Osorno y la X Región
antes de la llegada de la emigración alemana y en el de Aysen, así como en el
de la Región de Magallanes. Como apunta Urbina, con la puesta de todos estos
territorios al alcance de Chile, los chilotes pueden manifestar por fin su
vocación emigrante y exploradora, que en contraposición a la de los españoles
que concurrieron a Chiloé, no es hacia el Norte, sino hacia el Sur. En palabras
de Urbina, “cuando el proceso de
empequeñecimiento de las propiedades rurales estaba alcanzando (en Chiloé) su punto más alto, en lugar de echar abajo
la montaña (el bosque) de su propia Isla,
el chilote prefirió dirigir su mirada hacia las tierras australes, impulsado
por una innata vocación hacia el movimiento y la aventura”. Se empieza a explotar
el ciprés de las Guaitecas y surgen los balleneros y loberos chilotes que
corren sus aventuras en los canales magallánicos, los pastores chilotes de las grandes
estancias patagónicas, los ganaderos chilotes que pueblan Aysen, así muchos
más. El gran narrador de estas gestas es Coloane, figura señera de la
literatura chilena y él mismo un chilote. Esta emigración austral alcanza sus
máximos en la mitad del siglo XX, cuando vapores de pasaje transportan
continuamente chilotes desde Castro a Punta Arenas. Urbina remata con palabras
acertadas estos hechos: “(…)los chilotes se han convertido en (...) los
habitantes insustituibles de las regiones templadas, en los vikingos de las
tierras australes americanas. En realidad, el chilote es un pueblo que rehúsa
enfrentarse a sus bosques que él mismo ha poblado de seres mitológicos y
prefiere seguir apegado a la costa”.
La
última referencia histórica que quiero hacer de Chiloé es la del ilustre Darwin,
que en diciembre de 1834 viajó a lo largo de la costa Este de la isla grande,
con visitas a algunas de las islas menores . Hay que hacer notar que en 1826 Chiloé se había
unido al Chile independiente y que en la larga guerra previa los jóvenes
chilotes habían luchado enrolados en el ejército realista, todo lo cual supuso
un despoblamiento significativo de Chiloé, acusado en sus sectores más
dinámicos. Aun así, el Chiloé que encuentra Darwin es, aunque muy pobre, amable
y tranquilo, de modo que Darwin impregna las páginas que sobre este encuentro
escribe en el “Viaje del Beagle” de un recuerdo amable. Le impresionan los
inmensos bosques impenetrables que cubren la mayor parte de Chiloé, no dejando
más que algunos claros de verde hierba rodeando las cabañas con techos de
juncos. Solo en la isla de Quinchao y otras adyacentes encuentra suficiente
terreno deforestado y dedicado a la agricultura. Los chilotes le parecen “humildes, tranquilos y laboriosos”, se
mueven habitualmente a lo largo de las playas o en canoas, tienen suficiente
para comer pero son muy pobres, la moneda no existe prácticamente, lo que
impera es el trueque. Le agrada a Darwin observar que “los aborígenes han avanzado hasta el mismo grado de civilización, por
bajo que éste sea, que sus conquistadores blancos han alcanzado”, lo que
una vez más pone de manifiesto el éxito del sincretismo cultural propiciado por
los misioneros, que ha terminado definiendo una personalidad chilota indisolublemente
mestiza. Se refiere al censo hecho en 1832, que marca una población total de “42.000 almas, la mayoría mestizos, aunque
11.000 conservan sus apellidos amerindios, (…) todos cristianos, (…) aunque se
dice que conservan todavía extrañas ceremonias supersticiosas y que pretenden
mantener comunicación con el diablo en ciertas cuevas”. Es posible que con
esta referencia Darwin haga alusión a la cueva de Quicaví y a los brujos de
Chiloé (brujos, que no machis), los cuales solo salen a la luz pública en el
curso del proceso a la Recta Provincia que tiene lugar en Ancud cuarenta y seis
años más tarde de esta visita de Darwin, en 1880. En este sentido, mencionaré
como una pura especulación personal que quizá la organización de los brujos de
Chiloé como un poder fáctico arranque de
la anexión de Chiloé a la República de Chile, como una reacción popular de autodefensa
ante la imposición de un orden nuevo, el de los criollos de Santiago, que los
chilotes pudieron ver como ajeno y hasta amenazante. Sería pues un fenómeno con
una dinámica sociológica parecida a la de la mafia siciliana. Darwin atestigua en
las páginas que comentamos que todavía en 1834 (la anexión de Chiloé a Chile
tuvo lugar en 1826) había en Chiloé un sentimiento temeroso y hasta hostil
contra la República. Hizo este viaje chilote en una flotilla formada por la
yola (un velero pequeño) y la ballenera del Beagle,
mientras que este último contorneaba la isla grande de Chiloé por su costa
occidental, reencontrándose finalmente todos en la isla de San Pedro, frente a
lo que todavía no era Quellón. Pues bien, cuando la yola y la ballenera iban
fondeando en las radas de la costa oriental, dice Darwin que “en algunos sitios los habitantes quedaban
asombrados por la aparición de embarcaciones de guerra, y esperaban y creían
que se trataba de la vanguardia de una flota española venida para recuperar la
isla del gobierno patriota de Chile”.
Hay
en estos textos de Darwin multitud de anécdotas curiosas, de las que no me
resisto a mencionar algunas. Así, en Quinchao le cuentan que “es costumbre en la mayoría de las pocas familias
ricas enterrar sus tesoros en una vasija en el campo”, una costumbre que en
mi conocimiento pervive todavía en el Chiloé rural, así como la creencia de que
en la noche de Todos los Santos emana de algunas de estas vasijas una luz
especial que permite descubrirlas. También menciona que Castro ha sido prácticamente abandonada
en favor de Ancud, que es ahora la capital provincial; como consecuencia, es
tal la pobreza de Castro que “no hay
nadie que tenga reloj, de modo que es un viejo al que se le supone un buen
sentido del transcurrir del tiempo quien toca por intuición las horas en la
campana de la iglesia”. A Queilen la llaman los chilotes con el poético
nombre de “el fin de la cristiandad”.
Finalmente mencionaré que Darwin simpatiza mucho con el chucao, del que dice
que “es tenido en un temor supersticioso
por los chilotes, en razón de sus extraños y variados cantos. Exhibe tres
cantos muy distintos: uno es llamado chiduco y es señal para el que lo oye de parabienes; otro, llamado huitreu, es extremadamente desfavorable para el que
tiene la desgracia de escucharlo; y hay un tercero que he olvidado”.
El Beagle entrando en el puerto de Sidney en 1836, un año despuésde visitar Chiloé con Darwin. |
Ya
casi he llegado al final de esta revisión del pasado de Chiloé, necesaria para
poder interrogarse sobre su futuro. Pero me queda un aspecto fundamental de
este pasado, que se desarrolla desde la mitad del siglo XIX hasta hoy mismo: me
refiero al papel determinante que la emigración chilota ha jugado en el
poblamiento del extremo Sur de América, tanto en el lado chileno como en el
argentino.
La pequeña goleta Ancud navegando hacia la toma de posesión de Magallanes (1843) por la República de Chile. |
Terminaré
haciendo simplemente mención de un último encuentro entre lo chilote y el mundo
exterior, patente en las inmigraciones alemana, croata y de otras naciones
europeas a finales del siglo XIX y comienzos del XX.
(C).- Conclusiones. Lo
que el pasado ha hecho de Chiloé.
Resumiendo los contenidos de esta larga entrada, ¿qué
nos dicen la geografía y la historia de Chiloé respecto a lo que es su presente
desde lo que ha venido siendo su pasado?
- Chiloé ha mirado siempre más hacia el Sur que al Norte. Se ha sentido austral, formando parte de la América fría, del Chile de los canales y fiordos.
- Chiloé es mestiza, no ha renegado nunca de ninguno de sus dos orígenes, williche y español, shamanista y cristiano, amerindio y europeo. Del sincretismo entre ambos ha nacido una cultura chilota que es absolutamente original y tiene cosas que decirle al mundo.
- Chiloé es pacífica, nunca ha estado metida en guerras grandes o largas ni ha querido invadir o dominar. Le ha sido siempre fácil el encuentro con los que han llegado de fuera.
- Chiloé ha sido siempre autosuficiente, lo que ha implicado pobreza, que no miseria, y sencillez. Aislada como ha estado del resto del mundo, ha sabido sustentarse a sí misma respetando a una naturaleza que le ha dado todo lo que necesitaba: papas, carne, mariscos, algas y pescado para comer, lana para vestirse, leña para cocinar y calentarse, madera para construir sus rukas y cabañas. Ha sabido cardar, tejer y coser, ha sido leñadora, carpintera y marinera. Ha respetado la salud natural de sus bosques, ríos y mares. Y en ese mundo con toda la belleza preservada de lo natural, se ha abierto su propio hueco, su sitio, que ha venido siendo el bordemar.
- Chiloé ha vivido siempre de la naturaleza antes que de la técnica. Siguiendo la tradición amerindia ha sabido respetar y comprender a aquélla. Ha reconocido las fuerzas naturales como realidades espirituales a las que ha dado nombre y ha integrado en una mitología.
- Aunque incorporada tarde, debido a su aislamiento, a la historia general de Chile, Chiloé se siente plenamente chilena y ha conquistado y poblado para Chile todos sus territorios australes, que representan casi el 40% de la superficie total del país.
(D).- Algunas referencias.
Apéndice: Un mapa del Chiloé actual.
(Con mi agradecimiento a Akiturismo Chiloé, de quien he copiado este mapa en la web sin autorización previa)
1889.- VIAJE DEL PADRE JOSÉ GARCÍA
DESDE LA ISLA DE CAILÍN HACIA EL SUR.-
1891.- HISTORIA DE LA COMPAÑÍA DE
JESÚS EN CHILE, t.I.- Francisco Enrich S.I.
1901.- DIARIO DE LA GOLETA ANCUD.-
Nicolás Anrique R.
1978.- CHILOÉ, FOCO DE EMIGRACIONES.-
Rodolfo Urbina Burgos.
1982.- LA ISLA DE CHILOÉ, CAPITANA DE
RUTAS AUSTRALES.- Walter Hanisch S.I.
1984.- EMBARCACIONES CHILENAS
PRECOLOMBINAS. LA DALCA DE CHILOÉ.- Alberto Medina.
2002.- REYES SOBRE LA TIERRA. BRUJERíA Y CHAMANISMO EN UNA CULTURA INSULAR. CHILOÉ ENTRE LOS SIGLOS XVIII Y XX.- Gonzalo
Rojas Flores.
Apéndice: Un mapa del Chiloé actual.
(Con mi agradecimiento a Akiturismo Chiloé, de quien he copiado este mapa en la web sin autorización previa)
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