En el aeropuerto de Santiago, recién aterrizados de Europa.
Llegando al control de pasaportes, mucha gente, colas interminables que sin
embargo van resolviéndose con rapidez. Los que estamos arribando del resto del
mundo somos de todos los pelajes, edades, estilos; venimos cargados de una
variedad inmensa de creencias, experiencias, saberes, proyectos, fracasos,
sesgos, esperanzas. Entre nosotros tiene que haber alguno que sea,
inexorablemente, altamente infeccioso en lo ideológico o en lo policial. Sin
embargo pasamos el control sin más que un examen superficial, el de nuestros
papeles. Pero cada uno de los que estamos allí somos mucho más que nuestros
papeles.
El contraste con el control aduanero de los productos
vegetales o animales que podemos llevar en nuestros equipajes. Chile intenta
proteger lo mejor que puede su aislamiento geográfico tras esa barrera
salvadora que es la cordillera, que hace de Chile un tesoro agrícola y
ganadero. El control es riguroso. Necesidad de rellenar por el pasajero una
declaración previa, advertencia e imposición de multas, escaneado de todos los
equipajes.
Mi reflexión. Por mucho que nos quejemos de estar sometidos
a fuerzas represoras, los humanos, salvo excepciones, gozamos de muchísima más
libertad que el resto de la naturaleza (casi me atrevería a decir que la
libertad es un concepto solo entendible en el ámbito de lo humano). Se nos
considera buenos mientras no demostremos lo contrario y en Internet tenemos un
pozo sin fondo de libertad de expresión. Los que nos gobiernan no nos tratan
indiscriminadamente con DDT ni herbicidas ni otros plaguicidas, no nos queman
como hacen con los bosques ni esterilizan como a los buenos suelos agrícolas
periurbanos.
Somos unos privilegiados. Hagamos un buen uso de nuestros
privilegios mientras duren. Nos cuesta tanto darnos cuenta de que somos
nosotros los humanos los únicos que podemos hablar en nombre de todo el planeta…
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