sábado, 11 de enero de 2014

Cambio de aires

Costa NW de Chiloé.- Playa del Elefante un día de mar gruesa, cercana la puesta del Sol. Al fondo, la punta Almanao.

Pronto retornaré a Chiloé. Puesto que el tiempo que los humanos percibimos es el que transcurre dentro de nuestros cerebros, para mí está lejísimos el día que dejé por última vez esa isla tan querida. El Olo que vuelve ahora no es el que partió entonces, algunos acontecimientos decisivos me han llevado a otra página del libro de mi vida. Me siento aquí en España y sé que me sentiré allí en Duhatao como un extraño de mí mismo, explorador de territorios espirituales que me están siendo absolutamente desconocidos.

Así es la vida. Lo es para el niño que descubre su alma cada día cambiada, para el adulto que no deja de encontrarse con sorpresas y para el viejo que siente la extraña sensación de ir retrocediendo hacia un pasado del que solo le quedan recuerdos remotos. Esa vida que es como el caminar cauteloso de mi amigo pudú por los alrededores de mi cabaña, su suprema elegancia de movimientos cuando empieza a hacerse de noche. Él siempre temeroso de sorpresas y amenazas que sean o no reales están, desde que nació,  impresas en sus genes y de aquí en sus instintos.


Esa vida que es un don maravilloso. Se te da todos los días cuando te despiertas y se te guarda mientras duermes. Después, a la mañana siguiente,  ya se verá. De esta incertidumbre, de esta provisionalidad, extrae la vida una parte importante de su encanto otoñal.

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