Costa NW de Chiloé.- Playa del Elefante un día de mar gruesa, cercana la puesta del Sol. Al fondo, la punta Almanao. |
Pronto retornaré a Chiloé. Puesto que el tiempo que
los humanos percibimos es el que transcurre dentro de nuestros cerebros, para
mí está lejísimos el día que dejé por última vez esa isla tan querida. El Olo
que vuelve ahora no es el que partió entonces, algunos acontecimientos
decisivos me han llevado a otra página del libro de mi vida. Me siento aquí en
España y sé que me sentiré allí en Duhatao como un extraño de mí mismo,
explorador de territorios espirituales que me están siendo absolutamente
desconocidos.
Así es la vida. Lo es para el niño que descubre su alma cada
día cambiada, para el adulto que no deja de encontrarse con sorpresas y para el
viejo que siente la extraña sensación de ir retrocediendo hacia un pasado del
que solo le quedan recuerdos remotos. Esa vida que es como el caminar cauteloso
de mi amigo pudú por los alrededores de mi cabaña, su suprema elegancia de movimientos
cuando empieza a hacerse de noche. Él siempre temeroso de sorpresas y amenazas
que sean o no reales están, desde que nació, impresas en sus genes y de aquí en sus
instintos.
Esa vida que es un don maravilloso. Se te da todos los días
cuando te despiertas y se te guarda mientras duermes. Después, a la mañana
siguiente, ya se verá. De esta
incertidumbre, de esta provisionalidad, extrae la vida una parte importante de
su encanto otoñal.
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