lunes, 20 de enero de 2014

El salto

Muy cercano ya, inminente. Es un salto complejo: entre Norte y Sur, Europa y América, ciudad y campo, historia y naturaleza, pasado y futuro, recuerdos y expectativas, amigos de aquí y de allá.

¿Qué esperas encontrar, dicho de otra forma, qué vas buscando?  Aunque podrías componer innumerables respuestas a estas preguntas, en realidad no vas buscando nada. Simplemente: acudes a una llamada.

¿Quién te llama? Una multitud de voces, unas animadas y otras no, unas que brotan de ti y otras que te llegan de muy lejos en el espaciotiempo, incluso de más allá. Esas voces forman un continuo con las que has venido oyendo desde que eras un niño y las que seguirás oyendo a medida que envejezcas. Son, por así decirlo, una parte de ti mismo, esa parte misteriosa que no es enteramente tú pero que te acompaña por la vida. ¿Quizá tu ectoplasma? No, no, esas voces son mucho más que una emanación de ti mismo, lo sabes. Siendo tuyas no te pertenecen, porque son el regalo que te da el mundo, el Universo entero, hasta Dios, que no para de hablar nunca.

Para escuchar esas voces innumerables, más aún, para entender lo que te dicen, todavía más, para dialogar con ellas, necesitas del silencio y la paz que esperas encontrar en Chiloé. Un silencio que está hecho de murmullos naturales y voces tranquilas: el tronar lejano de las olas enormes que se rompen en las rocas de la costa; los rumores del bosque, el batir de sus ramas y hojas infinitas bajo los Noroestes o ahora en verano los vientos de travesía que les llegan del Suroeste; el ulular fantasmal de los pedazos de estos vientos que consiguen penetrar en los rincones de tu casa; el calor de leñas que arden permanentes en estufas o cocinas, su aroma y su humo; las conversaciones tranquilas con tus amigos, puntuadas por pacíficos silencios innumerables.

Además de esos silencios y esa paz, en ellos, gracias a ellos, esperas encontrarte con una soledad que estará llena de misteriosas compañías, también de recuerdos. Poblada, pobladísima, como la plaza de un pueblo pequeño en sus fiestas anuales. La soledad que permite que aparezcan y puedan hacerse oír los más tímidos, los más escondidos u olvidados, los más sorprendentes, esa misma.


En respuesta a todas esas llamadas das el salto. Un poco emocionado, algo nervioso, expectante. Deseándote suerte, esa que conviene que no falte nunca en la vida.

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