Cenando con un grupo de amigos
campesinos, en Chiloé. En la sobremesa se inicia una conversación tranquila, al
estilo chilote. Si en una tierra ardorosa como mi Andalucía las conversaciones
son calientes como esos Soles de agosto que casi nos ponen en erupción con
máximas de 45ºC a la sombra, en el Chiloé campesino una conversación
interesante va encendiéndose poco a poco, como un buen fuego de leña. Cuando la
nuestra alcanza su clímax, empiezan a aparecer, como fantasmas, temas interesantes
de los que habitualmente no se habla.
Los bosques nativos de Chiloé,
esos que desde la Creación no han sido tocados nunca por la mano del hombre,
todavía existen y están llenos de misterios. Yo no soy supersticioso, más aún,
intento aplicar una visión científica a los fenómenos nuevos para mí. Estos
bosques primitivos son ecosistemas muy especiales de los que todavía
desconocemos muchas cosas. En relación con ellos, surge en nuestra conversación
un tema del que yo jamás había oído o leído nada.
Uno de los que está allí habla en
primera persona, de lo que le pasó a él. Atravesaba un día una cuadrilla de
leñadores uno de estos bosques misteriosos.
El que lo cuenta, Pedro, se quedó por alguna circunstancia un poco atrasado,
oyendo cerca a los que lo precedían pero ya sin verlos. Entonces, súbitamente, se le llenó la nariz de un olor muy extraño,
que nunca antes había experimentado. Y enseguida sintió unos mareos que pronto
se convirtieron en desorientación y en percepciones distorsionadas de los árboles,
arbustos, sombras y desniveles que lo rodeaban. Así se quedó sin rumbo y se
habría perdido quizá para siempre si no fuera porque sus compañeros, extrañados
de su ausencia, volvieron atrás y lo buscaron y recuperaron.
Yo me quedo sorprendido de lo que
escucho, pero a mis contertulios chilotes les parece normal. La mujer de Pedro,
dispuesta a convencerme de que ese tipo de sucesos no son infrecuentes, me
cuenta que a su hermano le pasó lo mismo cuando era joven y estaba con un grupo
de leñadores en un bosque de la orilla del Pacífico, frente a la isla de
Metalqui.
Hablamos de todo esto. Para ellos
se trata de acontecimientos inexplicados, no sobrenaturales. Y es frecuente
tropezarse con este tipo de fenómenos en los bosques. Surge otro tema del que
yo había oído hablar antes: estás en la orilla de un gran bosque, viéndolo
desde fuera, y de pronto hasta los árboles más grandes empiezan a conmoverse y
cimbrear como si un gigante los estuviera apartando a su paso, a la vez que el
murmullo de la multitud de hojas que se agitan violentamente se convierte casi
en un aullido. Ese misterioso gigante, que no es más que un enigma ante tus
ojos asombrados, pasa de largo y se pierde en la distancia. (He transcrito fenómenos parecidos en dos entradas de este blog: "Un trauco emerge del bosque", 6junio2013; y "De traucos, vientos y nieblas", 14diciembre2014).
Muchos campesinos se limitan a
constatar la existencia de estos acontecimientos, misteriosos por inexplicables. Pero en lo más
hondo de nuestra naturaleza humana está encarnada la necesidad de buscar
explicaciones a los fenómenos que no comprendemos. Así surgieron la ciencia y
la filosofía, pero también la mitología y la religión. Cuando no se pueden
encontrar explicaciones razonables, algunos dan un salto hacia lo trascendental. Es el caso, por
ejemplo, de mi amiga la señora Marta. Ella también olió cuando era una niña algo
que jamás había olido antes, un extraño olor que, por cierto, nunca ha
olvidado. Coincidió esto con grandes incendios de bosques hacia el Sur, por las
orillas del río Chepu. Multitud de animales huían del fuego y pasaban a veces
por donde Marta vivía, en busca de refugio. Alguien debió decirle a Marta que
aquel olor podía proceder de un trauco, ese espíritu permanente de los bosques
de Chiloé, que huía también. Y Marta decidió creerlo, firmemente, así lo sigue
creyendo hoy y hasta a veces, en determinadas épocas del año, como cuando entra
el verano, le llegan todavía ramalazos de aquel olor.
A mí la intuición me dice que los
acontecimientos descritos podrían tener como causa hongos con propiedades
alucinógenas. Estos hongos, junto a muchos otros, existen en los bosques
chilotes, como en otros muchos bosques del mundo. Es posible que Pedro, al
apartar algunas ramas de su paso, golpeara alguno de estos hongos y desde los
esporangios maduros ocultos bajo su sombrero se desprendieran miles de esporas
microscópicas de las que Pedro inhalara las suficientes para llegar a tener una
suerte de experiencia psicodélica.
Gymnopilus spectabilis |
Hay un libro precioso sobrehongos de Chile, escrito por Giuliana Furci, que pude descargarse gratuitamente
en Internet. Allí figura, entre otros, un hongo presente en los bosques del Sur
de Chile y en muchas otras partes del Mundo, el Gymnopilus spectabilis, al que se conoce con el nombre de “hongo de
la risa” por sus propiedades psicoactivas. Debe decirse también que es
altamente tóxico.
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