domingo, 11 de diciembre de 2016

Misterios de los bosques de Chiloé

Cenando con un grupo de amigos campesinos, en Chiloé. En la sobremesa se inicia una conversación tranquila, al estilo chilote. Si en una tierra ardorosa como mi Andalucía las conversaciones son calientes como esos Soles de agosto que casi nos ponen en erupción con máximas de 45ºC a la sombra, en el Chiloé campesino una conversación interesante va encendiéndose poco a poco, como un buen fuego de leña. Cuando la nuestra alcanza su clímax, empiezan a aparecer, como fantasmas, temas interesantes de los que habitualmente no se habla.

Los bosques nativos de Chiloé, esos que desde la Creación no han sido tocados nunca por la mano del hombre, todavía existen y están llenos de misterios. Yo no soy supersticioso, más aún, intento aplicar una visión científica a los fenómenos nuevos para mí. Estos bosques primitivos son ecosistemas muy especiales de los que todavía desconocemos muchas cosas. En relación con ellos, surge en nuestra conversación un tema del que yo jamás había oído o leído nada.

Uno de los que está allí habla en primera persona, de lo que le pasó a él. Atravesaba un día una cuadrilla de leñadores  uno de estos bosques misteriosos. El que lo cuenta, Pedro, se quedó por alguna circunstancia un poco atrasado, oyendo cerca a los que lo precedían pero ya sin verlos. Entonces, súbitamente,  se le llenó la nariz de un olor muy extraño, que nunca antes había experimentado. Y enseguida sintió unos mareos que pronto se convirtieron en desorientación y en percepciones distorsionadas de los árboles, arbustos, sombras y desniveles que lo rodeaban. Así se quedó sin rumbo y se habría perdido quizá para siempre si no fuera porque sus compañeros, extrañados de su ausencia, volvieron atrás y lo buscaron y recuperaron.

Yo me quedo sorprendido de lo que escucho, pero a mis contertulios chilotes les parece normal. La mujer de Pedro, dispuesta a convencerme de que ese tipo de sucesos no son infrecuentes, me cuenta que a su hermano le pasó lo mismo cuando era joven y estaba con un grupo de leñadores en un bosque de la orilla del Pacífico, frente a la isla de Metalqui.

Hablamos de todo esto. Para ellos se trata de acontecimientos inexplicados, no sobrenaturales. Y es frecuente tropezarse con este tipo de fenómenos en los bosques. Surge otro tema del que yo había oído hablar antes: estás en la orilla de un gran bosque, viéndolo desde fuera, y de pronto hasta los árboles más grandes empiezan a conmoverse y cimbrear como si un gigante los estuviera apartando a su paso, a la vez que el murmullo de la multitud de hojas que se agitan violentamente se convierte casi en un aullido. Ese misterioso gigante, que no es más que un enigma ante tus ojos asombrados, pasa de largo y se pierde en la distancia. (He transcrito fenómenos parecidos en dos entradas de este blog: "Un trauco emerge del bosque", 6junio2013; y "De traucos, vientos y nieblas", 14diciembre2014).

Muchos campesinos se limitan a constatar la existencia de estos acontecimientos,  misteriosos por inexplicables. Pero en lo más hondo de nuestra naturaleza humana está encarnada la necesidad de buscar explicaciones a los fenómenos que no comprendemos. Así surgieron la ciencia y la filosofía, pero también la mitología y la religión. Cuando no se pueden encontrar explicaciones razonables, algunos dan un  salto hacia lo trascendental. Es el caso, por ejemplo, de mi amiga la señora Marta. Ella también olió cuando era una niña algo que jamás había olido antes, un extraño olor que, por cierto, nunca ha olvidado. Coincidió esto con grandes incendios de bosques hacia el Sur, por las orillas del río Chepu. Multitud de animales huían del fuego y pasaban a veces por donde Marta vivía, en busca de refugio. Alguien debió decirle a Marta que aquel olor podía proceder de un trauco, ese espíritu permanente de los bosques de Chiloé, que huía también. Y Marta decidió creerlo, firmemente, así lo sigue creyendo hoy y hasta a veces, en determinadas épocas del año, como cuando entra el verano, le llegan todavía ramalazos de aquel olor.

A mí la intuición me dice que los acontecimientos descritos podrían tener como causa hongos con propiedades alucinógenas. Estos hongos, junto a muchos otros, existen en los bosques chilotes, como en otros muchos bosques del mundo. Es posible que Pedro, al apartar algunas ramas de su paso, golpeara alguno de estos hongos y desde los esporangios maduros ocultos bajo su sombrero se desprendieran miles de esporas microscópicas de las que Pedro inhalara las suficientes para llegar a tener una suerte de experiencia psicodélica.
Gymnopilus spectabilis


Hay un libro precioso sobrehongos de Chile, escrito por Giuliana Furci, que pude descargarse gratuitamente en Internet. Allí figura, entre otros, un hongo presente en los bosques del Sur de Chile y en muchas otras partes del Mundo, el Gymnopilus spectabilis, al que se conoce con el nombre de “hongo de la risa” por sus propiedades psicoactivas. Debe decirse también que es altamente tóxico.

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