1851.- Aivazovski.- Tempestad. |
Aquí en Duhatao el NW ha soplado con fuerza esta madrugada. Mi cabaña se conmovía, la lluvia crepitaba
furiosa sobre el tejado de zinc, innumerables ruidos entrechocaban y se
mezclaban de mil maneras distintas generando todo tipo de rumores, desde
aullidos hasta cantos. Yo, entre sueño y sueño, he ido viviendo la confusión
cósmica de esta tempestad, una más de las muchas que se abaten sobre Chiloé a
causa de la pelea inacabable que mantienen, sobre el Pacífico cercano, los
vientos helados que desprende la Antártida con los más cálidos de nuestras
latitudes medias.
Suelo levantarme muy temprano,
entre las 5 y 6 de la madrugada cuando todavía, en este verano austral, es de
noche pero ya se inicia un suave clarear por el Este. Hoy lo hice así,
enseguida me calenté un café, subí con él a mi estudio, encendí el ordenador y
empecé a repasar las noticias que ofrecía mi prensa favorita.
Me sorprendió una extraña
iluminación que poco a poco me iba poseyendo. Yo, que suelo ser un ferviente y
crédulo lector de la prensa Internet, percibía ahora la inmensa superficialidad
de las noticias que iban apareciendo en mi pantalla, su profunda falsedad, la
inconsistencia de casi todas ellas. ”¡Diablos!” iba yo pensando, “¿cómo es
posible que pierda mi tiempo todas las madrugadas con esta basura?”
No es que estuviera tomando por
mentirosos a los periodistas que habían escrito aquellas noticias, la información
era casi siempre veraz, de eso estaba yo convencido. La falsedad y la
irrelevancia las veía en ellas mismas, sus protagonistas y sus contenidos. La
mayoría solo deberían leerse cuando reflejadas en un espejo mágico que las
despojara de su condición embustera, algo parecido a esos espejos descubridores
de fantasmas porque éstos no pueden reflejarse en ellos.
Entonces comprendí que lo que
necesitamos hoy de los periodistas no es que nos transmitan las noticias que
les llegan, sino que salgan a buscar, con un espíritu investigador y crítico,
también con mucha fuerza y esperanza, las noticias que de verdad y con urgencia
pueden informarnos sobre los caminos que está siguiendo nuestro mundo a través
del tiempo y hacia dónde se dirige.
Me asomé a la ventana. Empezaba a
hacerse fuera una luz que era todavía muy gris. La enorme confusión
impresionaba, árboles y arbustos se abatían unos sobre otros golpeados por un
viento feroz que los castigaba desde muchas direcciones distintas. El
entrechocar violento de sus ramas y hojas, además del propio ulular del viento
a medida que ascendía por los barrancos que me rodean, se fundían en un
gigantesco grito.
¡Que grandeza! Y sin embargo lo
urgente, lo verdaderamente decisivo en aquellas circunstancias, sobre todo para
el que estuviera sin refugio en mitad de aquella triste amanecida, sería
conocer la dirección desde la que verdaderamente estaba soplando aquel
vendaval.
Los mil vientos distintos que lo
abatían todo desde muchas direcciones cambiantes no eran sino el resultado del
régimen turbulento de la tempestad. Tenía que haber un viento general que
soplara desde una misma dirección, no cambiante, del mar. Ese es el que sería
importante, quizá decisivo, conocer.
1868.- Aivazovski.- Tempestad. |
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