Paul Klee (1939).- El abrazo |
Esta noche de Navidad que es, siempre lo fue, una noche
mágica, sientes el peso de muchos interrogantes. Recuerdas a los que quieres,
que están lejos. Te percibes como rodeado, más todavía, empapado por una niebla
de trascendencia, entendida esta palabreja como un traspasar, un taladrar, ir
más allá. Sin que llegues a ser plenamente consciente de ello, barruntas,
intuyes, entrevés, que la inmensa mayoría de los problemas que nos afligen a
los humanos tienen solución. Entre ellos están, naturalmente, los que te
afligen a ti mismo. Y que esta solución pasa por un abrazo inmenso y a la vez
único. Inmenso porque abarca a todo el Universo, cuando lo piensas te parece
desmesurado, pero cuando lo sientes te das cuenta de que es así, a todo el
Universo, empezando por los que tienes más próximos a ti. Y único, que quiere
decir singular, porque no es el abrazo típico entre dos que salen a la vez al
mutuo encuentro. No. Eres tú, solo tú, quien lanza al aire, que es el viento, este
abrazo solitario que pretende abarcar a todo lo que existe.
Así, desde esta posición de partida, vas encontrándote con
todos los que están cerca de ti y con todo lo que te es familiar, y tu abrazo
se va convirtiendo, mágicamente, en un abrazo entre dos. Uno tras otro, uno
tras otro, sin que le veas el fin, un maravilloso abrazo entre dos.
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