La composición que presento quizá
tenga demasiadas fotos, pero he querido recoger tantos movimientos como posible
de este bello ejemplar de Halcon
peregrino subespecie cassini, poblador
habitual de los acantilados costeros de Chiloé y de toda la costa chilena, “desde
Arica al cabo de Hornos”, como dicen en su magnífica guía de campo de “Las Aves
de Chile”, de la que he tomado la lámina que acompaña, Daniel Martínez y
Gonzalo González.
Las fotos las hizo mi amigo
Santiago Elmudesi hace unos días, cuando avistamos al halcón desde unos 90 ms
de altura sobre el mar, frente a la roca del Elefante, en Punta Tilduco,
Duhatao. Muy cerca he tenido localizado durante años un nido de halcones
peregrinos, que en los dos últimos veranos no han aparecido. Por eso me alegro
mucho de ver ahora anidando en la cara Norte, que no la Sur, del mismo barranco
esta pareja de peregrinos, que o son familia de aquéllos o los mismos buscando
más independencia.
Solo un ejemplar de la pareja nos
sobrevoló, el otro se quedó entre rocas de vértigo, donde tendrían su nido.
Pero este que lo hizo manifestó un comportamiento que nunca les había conocido.
Los peregrinos suelen ser voladores formidables y cazadores empedernidos, que
no pierden su tiempo. Siempre los he visto atareados, y hasta he tenido la
suerte de contemplar el picado tremendo de uno de ellos sobre un zorzal en
vuelo, al que mató del golpe y atrapó enseguida en el aire, mientras caía, para
llevarlo a su nido. Pero éste de las fotos no dejaba de sobrevolarnos y
gritarnos, intentando llamar nuestra atención. Gracias a eso pudo Santiago
tomar muchas fotos no comunes de un ave poco sociable. Por lo leído en la Guía
de campo este comportamiento es típico de los peregrinos cuando están iniciando
la fase reproductora, es decir, haciendo el nido o ya incubando los huevos, pero
sin que todavía hayan nacido pollos exigentes a los que alimentar.
Lo que a mí me encantó de la
escena fue la alegría de vivir que el Halcón manifestaba. Sí, eso es lo que he
dicho, alegría de vivir, felicidad de respirar y de sentir el latir de su
corazón y de ver allá abajo rocas enormes que se empequeñecían como pedruscos y
de sentir la fuerza del viento y el frescor del aire y el brillo del Sol y el
azul de las aguas inmensas. Alegría de estar allí en ese preciso momento y de
tener todo un verano por delante, de esperar las crías que vendrán y los afanes que
traerán, de no sentir miedo, hasta de amar a su manera, como los Halcones, sin
duda, saben hacerlo.
Esta alegría de vivir, que todos,
absolutamente todos los seres vivos, hemos tenido la oportunidad de
experimentar, es la forma más sencilla, quizá también la más profunda, de
felicidad. Aquel Halcón, sin saberlo él y
sin comprenderlo yo, estaba siendo capaz de transmitirme todos sus sentimientos felices.
Bendito sea.
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