La preparación para el recogimiento puede ser inmediata o desarrollarse de una forma más continuada.
En sus aspectos corporales, la preparación inmediata para un recogimiento sin grandes pretensiones, como el que nos ocupa, es sencilla. Se trata nada más que de asegurar que el cuerpo no va a llamar excesivamente nuestra atención. Hay circunstancias que lo hacen imposible, y de las que se debe huir: una digestión pesada, el hambre, la sed, un dolor apreciable, el sueño, la enfermedad, el deseo, etc. Cuando se dan con intensidad, uno ni siquiera debe plantearse la posibilidad de recogerse. Pero siempre puede esperarse a situaciones más apacibles, normalmente unas horas del día o unos días de la semana en los que nuestro cuerpo esté más tranquilo y aplacado.
En sus aspectos mentales, la preparación inmediata para el recogimiento se hace mediante la recitación de mantras, equivalentes a lo que sería la oración para una persona religiosa, y también mediante la concentración forzada de la mente en algún tipo de pensamiento reglado, lo que los maestros han llamado meditación. Un mantra debe tener un contenido tranquilizador para el que lo recita, pero puede ser inventado por uno mismo, por ejemplo: “el titilar de las primeras estrellas que se hacen visibles”, y debe repetirse una y otra vez, intentando pacíficamente que su contenido ocupe plenamente nuestra atención. En cuanto a la meditación, se trata de reflexionar activamente sobre algo cuyo contenido nos hemos impuesto, pero que no tiene por qué tener un significado religioso; por ejemplo, se puede meditar sobre algo relacionado con la geometría del espacio, como en la exploración mental de la intersección de un plano con un cono, o de éste con un cilindro o una esfera. Se trata, en definitiva, de despejar la mente de distractores de peso, preparándola para que deje ver las oscuridades y escuchar los silencios de lo espiritual.
Hay también una preparación a medio y largo plazo para el recogimiento, equivalente a la ascesis de la que tanto han tratado los maestros. Desde la perspectiva laica y nada pretenciosa de este escrito, se trataría solo de entrenar el cuerpo y la mente para que no se arroguen nunca un protagonismo excesivo. Hay muchísimos caminos posibles, siendo éste quizá el tema de entre los que nos ocupa del que más se ha escrito, dada su importancia. Pero en estas notas la cuestión se reduce a ejercitarse en llevar una vida sencilla y sobria, sacándole el mayor partido posible a las cosas pequeñas y huyendo de las grandes pasiones o compulsiones. Una actividad concreta muy recomendable, que no siempre está al alcance del que lo necesita, es lo que podría llamarse el peregrinaje, es decir, el viajar por el mundo a lo pobre, con un morral y un bastón, como lo hacía el Cela joven, experimentando el cansancio, la intemperie y la soledad, dejándose en el camino muchas vanidades al ir descubriendo, en las circunstancias en que uno se obliga a vivir durante el viaje, su escasísima consistencia.
El monje tibetano de la foto superior ha peregrinado durante varios años, dando tres pasos, postrándose en tierra tendido a todo lo largo, otros tres pasos, otra postración…y así durante cerca de dos mil kilómetros, en su búsqueda de la paz interior.
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