Despojarse de todo lo que es lastre que dificulta la subida hasta el territorio de lo espiritual es, pues, la primera decisión necesaria para emprender el camino. A esto lo han llamado algunos maestros recogimiento, porque es un recogerse, un retirarse, fuera de los dos ámbitos que van a hacer imposible avanzar hacia lo espiritual: uno es el ámbito de lo corporal, el otro el de lo mental o racional.
El recogimiento tiene sus técnicas, que pueden dividirse de entrada en dos grandes categorías: las de preparación y las de acción. La situación del que busca recogerse es análoga a la del corredor de un maratón, que por una parte tiene que organizar su vida para poder correrlo, mediante ejercicios preparatorios, dieta adecuada y hasta una visión del mundo, y por otra tiene que correrlo, un día concreto, agotando hasta el final todas sus fuerzas y recursos.
Las técnicas de preparación para el recogimiento pueden estar dirigidas hacia el ámbito corporal o hacia el mental. En lo corporal, se trata de técnicas orientadas a conseguir la indiferencia ante los dos grandes atractores de los sentidos, el placer y el dolor. Ayunos, cilicios, mortificaciones, en los tiempos antiguos, ejercicio físico, parquedad en el comer y beber, moderación sexual, en los actuales. En lo mental, las técnicas intentan neutralizar los grandes distractores del pensamiento, entre los que destacan la angustia y la exaltación. En todas las culturas y religiones han sido dos las fundamentales: la oración y la meditación. En cuanto a la primera, lo importante desde el punto de vista que nos ocupa es su aspecto mántrico: repetimos alguna frase o jaculatoria para adormecer o tranquilizar nuestras capacidades intelectivas, eso es todo. La joven tibetana de la foto de abajo gira su molinillo de oración a la vez que repite, una y otra vez, "Om mani padme hum".
En cuanto a la meditación, se trata de una domesticación de la reflexión, es decir, una constricción de la misma hacia temas que le imponemos desde fuera.
Una vez preparados, ¿cómo alcanzamos el recogimiento, ése que va a hacernos posible la vivencia de lo espiritual? Pues seguimos instalados en un entorno de dicotomías, porque hay dos caminos principales: podemos recogernos hacia dentro, concentrándonos en ir apagando poco a poco, de forma sistemática, todas nuestras luces sensoriales e intelectuales; o hacia fuera, interesándonos de tal manera en la contemplación de un objeto exterior que nos olvidemos completamente de nuestro cuerpo y nuestra mente. Aquí aparece por primera vez la palabra contemplación, y aunque la hemos aplicado a algo que es verdadera contemplación en un sentido espiritual, no se trata más que de sus rudimentos.
Lo escrito hasta ahora en este texto nº 3 no es más que el programa que voy a seguir en textos sucesivos, en los que intentaré describir en detalle cada una de las técnicas o aproximaciones. Es sin embargo importante que haga ahora dos advertencias, que en realidad son una misma:
Primera: carezco de autoridad como maestro de lo espiritual para escribir un tratado de mística, porque soy un humano tan corriente como la mayoría de los que tengan la imprudencia de leerme.
Segunda: pero estoy convencido de que la vivencia de lo espiritual está al alcance de cualquiera. No tendrá la profundidad de la de un místico cristiano o un monje tibetano, pero será pura y legítima experiencia mística. No ya beneficiosa, sino indispensable para vivir la vida más plenamente. Y creo que esto es posible independientemente de cualquier adscripción religiosa, porque está encarnado en nuestra naturaleza.
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