sábado, 29 de octubre de 2011

Gente de la mar (1).- Hambre en la escollera (1941)


El día ha sido muy caluroso, empieza a caer la tarde y desde el puerto de Málaga se ven venir las traíñas. Han estado todo el día pescando al cerco y vuelven cargadas de boquerones frescos, cada una con el motor al límite de sus posibilidades, en una carrera feroz por ser la primera en llegar a la lonja, pues mientras antes se venda el pescado mayor será el precio conseguido. Cada barco es sobrevolado por un tropel de aves marinas excitadas, blanquigrises gaviotas y pardas pardelas, que ven glotonas el brillo de los pececitos plateados por el sol, estibados en cajas ya dispuestas sobre la cubierta de cada barco. Caen en picado sin tropezar unas con otras, milagrosamente, y cuando parece que se van a estrellar sobre la tablazón remontan el vuelo, subiendo casi verticales hasta que se les agota el impulso y se estabilizan en un suave planeo, desde el que picarán de nuevo. Gritan y graznan, en un desorden lleno de ganas de vivir, como si le imploraran a los marineros un poco de comida, entreteniéndose curiosas en las estelas que los barcos van dejando, imaginándose quizá que algunos de los blancos remolinos de espuma que cortan el agua son peces, lanzándose sobre ellos hasta que, un instante antes de atraparlos en falso, se dan cuenta que no eran sino el producto de sus fantasías.

Las traíñas se han abarloado primero, confusamente, en el muelle de la lonja, y han descargado sus mercancías en un tropel de cajas de boquerones y hombres saltando desde un barco a otro y, finalmente, al muelle. A medida que se han ido consumando las ventas la confusión ha disminuido, y finalmente los barcos se han dirigido al muelle de afuera, donde dormirán y se prepararán para la faena del día siguiente. Muy pronto este muelle se ha llenado de olor a comida recién hecha. Los jureles y las anjovas capturados junto con los boquerones se usan ahora para preparar la comida de las tripulaciones. Guisos de papas con pescado, trozos de anjova adobados y fritos, sopas hechas con el jugo de las cabezas y mucho pan, recién comprado éste por marineros que han ido corriendo hasta la misma entrada del puerto. Confusión, algarabía, hambre, entrechocar de cucharas y platos de aluminio, conversaciones en voz baja, algún que otro grito o risotada, incluso un arranque de cante por Marchena o por Huelva. Finalmente, todo se ha hecho silencio. Los hombres están cansados.

Hacia el lado de la mar, el muelle está protegido por una escollera de ciclópeas piedras grises, que se acumulan unas sobre otras dejando rendijas y escondrijos que suelen ser cobijo de ratas. Cuando se ha hecho de noche, unas sombras extrañas han empezado a moverse entre el muelle y estas grandes piedras. Son figuras humanas, van vestidas de oscuro y calzan zapatos o babuchas que no hacen ruido. Se deslizan sobre las grandes losas de cemento como si fueran fantasmas, y aunque son numerosas no hablan entre ellas. Se trata de mujeres que han venido a prostituirse con los pescadores a cambio de un poco de comida o dinero. No son putas, lo hacen para vencer al hambre que quiere matar a sus familias, abandonadas a su suerte en esta feroz postguerra civil que va a acabar con todos los principios morales.

Málaga ha sufrido muchísimo desde aquel fatídico año 1936. Al no tomar parte en el alzamiento militar de Franco, que sí había triunfado en toda Andalucía occidental, la ciudad se convirtió en uno de los primeros objetivos de las tropas franquistas. Ello forzó a que Málaga quedara bajo el control de la extrema izquierda, la más combativa, dentro de la cual había elementos revolucionarios que estaban dispuestos a todo. De manera que a medida que se acercaban las tropas de Franco aumentaba intramuros la persecución de la gente de derechas, en el curso de la cual los izquierdistas cometieron muchas tropelías, que además hicieron públicas, para que sirvieran de escarmiento. El caso es que el común de la gente, en su mayoría inocente, estaba horrorizado. Cuando se hizo inminente la conquista de la ciudad por los franquistas, los izquierdistas corrieron la voz de que las represalias iban a ser feroces. Los moros, con fama de salvajes y asesinos, venían en vanguardia, de manera que mucha gente de Málaga, casi toda la que tenía lazos familiares con los republicanos, huyó aterrorizada por la carretera de Almería, mezclada con los asesinos izquierdistas, que se ocultaban entre ella.

La represalia de los franquistas fue, en efecto, feroz, pero no solo en la ciudad. Las columnas de civiles que huían por la carretera costera fueron bombardeadas en varias ocasiones por barcos y aviones. Llegaron por fin a Almería, dejando en el camino muchas bajas, y sobrevivieron el resto de la guerra como buenamente pudieron.

Cuando la guerra civil terminó, esta gente fue volviendo a Málaga, que seguía viviendo como una ciudad conquistada y castigada. Los que mandaban allí eran hijos y hermanos de muchos que habían sido asesinados por los izquierdistas, y no perdonaban. De modo que la ciudad soportaba una durísima represión, bajo condiciones de estricta supervivencia.

Muchos hombres habían muerto en la guerra, otros permanecían huidos o estaban presos. De manera que muchas mujeres y niños estaban abandonados a su suerte, teniendo que inventarse cada día los caminos y métodos mediante los que poder sobrevivir. Había mujeres a las que no les quedaba otra salida que prostituirse. De todas las edades, desde niñas con menos de quince años hasta abuelas con más de cincuenta.

Uno de los pocos sitios de Málaga donde hay algo de dinero y comida es el puerto. Los carabineros que guardan su entrada son tolerantes con estas mujeres, y las dejan pasar, lo que ellas hacen con la cabeza baja, avergonzadas. Esperan a que esté totalmente oscuro para acercarse a las traíñas.

Desde la orilla del muelle hablan en voz baja con las tripulaciones. Los marineros pueden elegir. A algunos les gustan jovencitas, a otros más bien pochas, gorditas y redondas. Los menos valoran las bocas y los ojos asustados, los más las piernas bien torneadas y los pechos llenos. Aquello es un mercado perverso en el que el cuerpo de una mujer, ese que está hecho para dar vida y amor, se ha convertido en una simple mercancía.

En cuanto a ellas, hacen lo imposible por ver, a través de la espesa oscuridad del muelle, el rostro y el aspecto del hombre con el que están negociando un trato. Lo que más desean es que sea limpio. Luego que no sea muy viejo. Finalmente que las trate con respeto. Con esto se contentan.

Ellas regatean su precio con una ferocidad que nace de su desesperación. Entregarse por menos de lo que podrían llegar a darles es peor que morir. No se van con un hombre hasta que no han guardado bien en una talega, que luego esconderán bajo sus faldas, el alimento y el dinero pactados a cambio de sus cuerpos, porque normalmente reciben las dos cosas, y el regateo está en determinar cuánto de una y de otra.

Cerrado y confirmado el trato, cada una se adentra con su cliente en busca de un hueco entre las piedras enormes de la escollera, sobre las que rompen las olas, allá abajo. No están ocupadas mucho tiempo, sino el preciso para que el hombre se desahogue. Y cuando el macho se va, trepando por las piedras con las piernas abiertas mientras que se abrocha los pantalones, ellas se acercan a la mar, saltando de una piedra a otra, para enjuagarse, y muchas querrían que en aquellos momentos el reloj implacable del tiempo corriera hacia atrás de nuevo, hasta antes de empezar la guerra, cuando sus hombres, sus padres, sus hermanos, sus maridos, estaban todavía con ellas y nada se había perdido.

Después, ya muy tarde en la noche, van saliendo del puerto en grupos de dos o tres, vecinas, amigas o conocidas, camino de sus casas, con la comida y el dinero que los suyos necesitan. Una jovencita va acordándose del novio que se le murió en la guerra. Una mujer mayor, de los dos hijos que perdió. Otra, del marido que no sabe dónde está, ni si volverá alguna vez.

Mañana será otro día, es decir, un día más. Y que no les falten a estas mujeres los pescadores de las traiñas, ya que todos los otros, el mundo entero, las ha olvidado.


Gente de la mar (0).- Introducción


Inicio hoy, sin haber terminado todavía mi serie sobre “El imperio de las máquinas”, una nueva sobre la “Gente de la mar”.

Quizá mi ilusión literaria más grande ha sido la de escribir sobre temas marineros. Lo he hecho en una novela gigantesca que se llamó “Hacia las Antillas”, publicada con moderado éxito, también en un libro de narraciones cortas que quiso llamarse “Historias de gente de la mar”, pero que nunca ha encontrado, hasta ahora, un editor que se atreva a publicarlo. Y en algunos otros libros.

A estas historias les dediqué mucho de mí durante al menos cinco años de mi vida. Quise empezar conociendo de cerca a los pescadores andaluces de altura, esos que iban a pescar a lo largo de las costas saharianas, hasta el Senegal por el Sur y casi la mitad del Atlántico por el Oeste, en busca de merluzas, tiburones y peces espada. Son gente que se pasa casi toda su vida en la mar, parca en palabras  y desconfiada de los de tierra adentro. Me costó trabajo hacer amigos entre ellos, pero al fin los conseguí, y están entre los mejores que he tenido. Les pedí que me contaran los acontecimientos e historias de sus vidas que les parecieran más interesantes o memorables, pero esto no fue de una vez, sino a lo largo de años de vernos cuando la ocasión lo permitía. Seleccioné así unas cien historias, de las que luego mi agente literario reseleccionó cincuenta, que constituyeron el libro.

En esta nueva serie del blog voy a publicar algunas de las que más me gustan. Lo mejor que puedo decir de ellas es que son auténticas, reflejando con la mayor exactitud posible lo que pasó y cómo era la gente que lo vivió. Las historias cubren el período comprendido entre los 1930s y los 2000s.

Quiero terminar esta introducción con una afirmación. Habiendo leído casi todo lo que se ha escrito sobre esta querida gente de la mar, desde Melville y Jack London en USA hasta Joseph Conrad en Inglaterra, pasando por Coloane en Chile, Baroja en España y muchos más, y tras mi experiencia con los pescadores andaluces, creo que la gente de la mar es muy parecida antropológicamente en todas las orillas del mundo. Porque son eso, gente de la mar, y la mar, con sus olas, sus vientos, sus peces y su soledad, es la misma en todos los océanos. Gente dura, auténtica, tanto ellos como sus mujeres que los esperan en tierra, hoy ricos y mañana pobres, lo que los hace desinteresados y aventureros.  Empapados de naturaleza verdadera como solo pueden estarlo los leñadores de bosques nativos como los de Chiloé y los pastores nómadas. Gente, tristemente, en proceso de extinción. Lo que he querido con mis textos es contribuir a la conservación de sus recuerdos, que son su cultura.

domingo, 23 de octubre de 2011

Aguas de Trafalgar

Anteayer mi hijo y yo trasladamos al Kar II desde el que fue su base durante muchos años, El Puerto de Santa María, hasta Barbate, 30 millas naúticas al SE, en la boca NW del estrecho de Gibraltar.

Nuestra ruta está trazada en segmentos azules unidos por rombos
del mismo color. Navegábamos a unas 6 millas naúticas de la costa.
Fue un viaje precioso, quizá el primer día otoñal después de un larguísimo verano, con el cielo entreverado de sol y grandes cúmulos blancos, el mar intensamente azul, casi negro, y la mar surcada por olas medianas que anunciaban los vientos fuertes del SW que llegaron ya por la noche, con mucha lluvia. Tuvimos suerte, la navegación fue impecable y pescamos un bonito, que nos cenamos con una botella de vino blanco.
Este viaje suponía un renacimiento del Kar II, que se había pasado casi tres años amarrado a puerto, sin apenas navegar, y que ahora volvía a la mar, espero que por mucho tiempo. Quizá nos estaba agradeciendo la oportunidad que le dábamos, o era nuestra ilusión que se reflejaba en él, pero el caso es que navegó veloz, toreando con mucho arte una mar que le entraba de través, contento de ser útil de nuevo. Los tres, es decir, él, mi hijo y yo, nos reencontrábamos allí, en una extraña ceremonia iniciática de traspaso de poderes, contentos, libres de esos miedos que tienes cuando vas a navegar pero todavía no has soltado las amarras.


Surcábamos las aguas en las que tuvo lugar una de las batallas navales más grandes y trascendentes de la historia, la de Trafalgar. Fue allí donde se perdió definitivamente el imperio español, porque la marina británica se hizo con el poder absoluto sobre todos los océanos, y la España europea perdió sus enlaces con las Españas americanas. Aquellas son las aguas que más he surcado como navegante, quizá por eso he reflexionado mucho sobre esta batalla. La ganó la combinación de una marina, la británica, muy bien entrenada y diestra, con un héroe, Nelson. 


Es un asunto interesante éste de los héroes. Nelson era un oficial brillante de la Marina británica, que mandaba la flota que se enfrentó con un combinado francés y español en estas aguas de Trafalgar. Cuando ya estaba su flota formada en orden de combate, emitió un mensaje con las banderas de su barco, el Victory, dirigido a todos sus hombres, que decía: “Inglaterra espera que cada uno cumpla con su deber”. Luego se vistió su uniforme de almirante, con todos sus entorchados y dorados. Sus oficiales le imploraron que vistiera como un oficial de marina más, porque con todas sus galas sería fácilmente identificable por los fusileros que, desde las cofas más altas de los barcos enemigos, disparaban preferentemente sobre los mandos del barco contra el que combatían. Pero Nelson se negó.  No pasó una hora desde que se inició el combate cuando un fusilero francés le destrozó de un balazo la columna vertebral. Nelson murió antes de que terminara el combate, sin llegar a ser consciente de su gran victoria. 

¿Qué hay de heróico en el comportamiento de Nelson? Esta pregunta es complicada y fascinante. Reconociendo que puede haber muchas clases de héroes, me parece que el de Nelson es el comportamiento heróico más típico. El héroe se desplaza en cuerpo y alma a un plano superior al estrictamente humano. Asume plenamente su destino, con un fatalismo que lo llena de un valor temerario, que se ríe de la muerte. Es consciente de que a él le ha llegado el momento del todo o nada. Se siente, por otra parte, más un símbolo que un individuo humano. Quiere ser la primera víctima del sacrificio de miles de vidas que va a tener lugar allí, esas vidas de los marinos británicos, franceses y españoles que él está conduciendo hacia la muerte. Su identificación con el destino es ahora total. “Mando mi flota hacia la muerte y yo soy el primero que la asume como cierta, consciente de que nuestro sacrificio es necesario para la superviviencia de nuestra patria”, quizá sea esto lo que Nelson piensa.

La historia está llena de héroes, más aún, posiblemente sean los héroes quienes han acentuado y puntuado los grandes acontecimientos de la historia. Aunque hoy nos consideramos en un tiempo en el que los héroes ya no existen, yo creo que el heroismo es una característica esencial de lo humano, que nunca desaparecerá. Si la condición humana es una mezcla de Naturaleza y Cultura, yo definiría a un héroe como quien renuncia absolutamente a su naturaleza y se identifica hasta la muerte con su cultura. No es necesario que le llegue esta muerte para completar su heroismo. De manera que los héroes no lo son solamente de guerra. También hay héroes entre los poetas, los santos, los mártires (entiéndanse estas dos últimas acepciones en su sentido más general, no simplemente cristiano), los médicos, los científicos… qué sé yo cuántas categorías más. Como los hay entre la gente sencilla. Me acuerdo de Chiloé, de una madre campesina abandonada por el padre de sus hijos, a los que cría con una entrega total, desde el valor y la esperanza más firmes que uno pueda imaginar.

Es héroe todo el que es capaz de renunciar completamente a sí mismo por entregarse a los demás. Esto no significa que el que no sea un héroe tenga que ser un villano egoísta. Significa, simplemente, que no es un héroe, condición ésta, por cierto, poco frecuente por lo difícil.

Aguas de Trafalgar… Tengo tántos recuerdos asociados a ellas… Como el de la última aventura de Tomás Santos con su padre, apodado Barranco. Los dos eran barbateños y Tomás un buen amigo mío. Gente de mar los dos, casi desde que echaron los dientes. Barranco era un pescador emprendedor y valiente. Como la mar y sus riquezas son impredecibles, se había arruinado y vuelto a flotar varias veces. Ahora, arruinado Barranco una vez más, navegaban desde Barbate a El Puerto para entregar allí su barco a los acreedores, en pago de sus deudas. A la altura de Conil, Tomás tuvo una intuición y le pidió a su padre calar por última vez el palangre (también llamado espinel). Lo hicieron y cobraron una pesca excepcionalmente abundante de cañabotas, una especie de selacio muy apreciada. Llegados a El Puerto, la vendieron a buen precio, no suficiente para pagar sus deudas, pero sí para animarlos, una vez entregado su barco, a intentar, una vez más salir a flote. Así es la vida.

sábado, 22 de octubre de 2011

20 octubre 2011: Ghadafi y ETA

Dos acontecimientos notables han cubierto este 20 de octubre.

Ghadafi en su agonía
(1).- La muerte de Ghadafi ha sido atroz. Ningún humano, por malvado que haya sido, y Ghadafi lo fue, merece una muerte así.
No puede haber convivencia civilizada sin respeto a la dignidad humana. A la vista de lo sucedido, a Libia le esperan tiempos difíciles, de gran confusión. La maquinaria militar que la OTAN puso en marcha hace siete meses para derrocar a Ghadafi no ha completado su misión. Ahora tiene que proteger a los libios de ellos mismos y de otros enemigos emboscados, haciéndolo durante un tiempo indefinido, todo el que sea necesario. Esa es una de las cosas malas que tienen las guerras, que se sabe cuándo empiezan pero no cuándo acaban.

(2).- La decisión de ETA de “cese definitivo de su lucha armada” no implica una clara rendición incondicional, con entrega de las armas. Como puede verse en su comunicado,  ETA llama a los gobiernos de España y Francia a “un proceso de diálogo directo que tenga por objetivo la resolución de las consecuencias del conflicto y, así, la superación de la confrontación armada”, es decir, a una solución política para sus cerca de mil terroristas encarcelados en prisiones españolas y francesas. Todo ello sin pedir perdón a sus víctimas.
Bietan jarrai que significa "seguir en las dos",
la violencia y la astucia
En muchos sitios del mundo no se tiene conciencia de que ETA es un movimiento terrorista con características que, lamento decirlo, recuerdan a los nazis. Sus 850 víctimas a lo largo de los últimos 40 años no han sido 850 bajas en una lucha de liberación nacional, sino 850 crímenes (la mayoría de ellos por la espalda y sin arriesgar nada) en una embestida de terror. Ahora los terroristas quieren dejar paso a la política, pero es porque el gobierno  español ha abierto previamente la posibilidad legal de que la rama política de ETA actúe en España como una fuerza democrática más, lo que nunca ha sido.
La foto muestra a los tres terroristas que emitieron el último comunicado bajo el símbolo de ETA, un hacha sobre la que serpentea una víbora, que representan la violencia y la astucia. Debajo está escrito en euskera, “bietan jarrai”, que significa “seguir en las dos”, es decir, en la lucha política y en la lucha armada. 
¿Cambiarán de verdad?

Imperio de las máquinas (6).- Las megamáquinas de Lewis Mumford


Cuando nos hablan de máquinas o técnicas lo que se nos viene a la cabeza es lo más cercano a nuestra experiencia vital. Para cualquiera de nosotros las máquinas son electrodomésticos, ordenadores, automóviles, celulares, y las técnicas la cirugía, el vuelo transoceánico, la audición de música en alta fidelidad, cosas así. Todas estas máquinas y técnicas facilitan nuestras vidas y hasta llegan a sernos imprescindibles. De manera que entendidas las máquinas como objetos de uso cotidiano, y las técnicas como formas de utilizar las máquinas,  técnicas y máquinas son para los humanos motivo de satisfacción, no de descontento. Estamos orgullosos de casi todas ellas, aunque haya algunas, como las armas, cuyo uso tenga consecuencias tristes.

Pero la situación cambia cuando miramos lo técnico desde más lejos, con más perspectiva. Vemos ahora que las máquinas que nosotros manejamos no son autónomas. Se integran en complejos sistemas de máquinas, del mismo modo que lo hacen en complejos sistemas las técnicas correspondientes. Siguiendo la terminología de Lewis Mumford, en megamáquinas y megatécnicas. Aquí es donde está el corazón de la Técnica. La mayoría de nuestras máquinas individuales servirían para bien poco si no estuvieran integradas en megamáquinas.

Todo esto puede ser difícil de ver, quizá porque los humanos hemos venido cometiendo durante los últimos siglos un gravísimo error de perspectiva. Hemos puesto toda nuestra atención en lo individual, hemos considerado al individuo la unidad fundamental sobre la que construir nuestra comprensión de la Cultura.

Y no es así. Al menos en aquella parte de la Cultura que es la Técnica, lo que acontece es casi siempre consecuencia de las actuaciones de sistemas muy grandes y complejos, a los que ni los individuos humanos ni las asociaciones que formamos, como los partidos políticos, las municipalidades, las comunidades religiosas o culturales, somos capaces de controlar.

Se trata de las megamáquinas. Inicialmente, y me refiero a los tiempos de la construcción de las pirámides o las catedrales medievales, pudo estar al mando de aquellas megamáquinas una élite sacerdotal. Pero después las megamáquinas han crecido tanto en tamaño y complejidad que solo obedecen sus propias leyes sistémicas. Se han convertido en grandes sistemas complejos, en gigantescos autómatas, que se atienen a sus propias normas de funcionamiento. No solo son impermeables a las voluntades humanas, sino que ni comprenden ni en consecuencia respetan a la Naturaleza, poniendo de este modo en peligro los fundamentos de la civilización y de la vida humana.

Esto no significa que las megamáquinas sean unas bestias peligrosas que deban ser destruidas. Muy al contrario, constituyen el fundamento de nuestra civilización tecnológica, la base de nuestro bienestar y de nuestras esperanzas de futuro. Seguramente no podremos prescindir de ellas. Pero el problema está en que tenemos que recuperar su control. De no ser así, pueden acabar destruyéndonos.
Hemos metido el mundo entero, con toda su complejidad, en la pantalla de nuestro ordenador, de modo que ésta puede llegar a ser la única ventana de nuestra casa.

El ejemplo más claro de megamáquina es Internet, a la que podría considerarse como la megamáquina de la Información y el Conocimiento.  Es en efecto una megamáquina, pues está constituida por un sin fin de equipos de hardware repartidos por todo el mundo, las conexiones físicas que los unen y las energías que los alimentan. También es una megatécnica, integrada por el complejo software que controla la red, los innumerables paquetes  particulares de software que hacen uso de ella y los gigantescos flujos de información que circulan por Internet y se almacenan en la red. ¿Quién controla Internet, quien manda en la Red? La respuesta es que nadie y todos. Nadie porque no existe un poder centralizado que pueda tomar decisiones sobre el destino de la Red. Todos porque cada uno de nosotros puede moverse por la Red con enorme autonomía. Esta respuesta, este “nadie y todos”, es insólita y a la vez inquietante. Hace a Internet vulnerable, ya lo estamos viviendo en la multitud de infecciones que circulan por la red amenazando a nuestros sistemas particulares. Pero también está cambiando radicalmente el mundo, es decir, nuestra forma de aprender, comprar, trabajar, distraernos, relacionarlos con los demás, etc.

Internet es una megamáquina muy joven. Hasta el momento estamos disfrutando, fundamentalmente, de sus beneficios. Pero antes o después, si no hacemos algo por evitarlo, seguirá exclusivamente su propia lógica interna y perderemos su control. No soy capaz de predecir cuáles pueden ser los males que a partir de ese momento pueda traernos Internet. Como todos los grandes sistemas, su comportamiento como megamáquina es contraintuitivo, insospechado. Pero algo puede especularse. Lo que a mí se me ocurre ahora me limitaré a proponerlo como un ejemplo: Internet, gracias a sus avances tecnológicos, puede llegar a capturar la imaginación y la voluntad de los individuos humanos, convirtiéndolos en adictos de la megamáquina, en esclavos de ella. Ya se ven en nuestros días algunas consecuencias de esta tendencia: proliferamos más y más los adictos a Internet, que empleamos muchas horas de nuestra corta y preciosa vida enganchados a la giugantesca megamáquina, simplemente revoloteando a su alrededor como lo haría un insecto en verano con la lámpara que luce en el jardín. Por otra parte, Google es una herramienta maravillosa, está suponiendo, en muchos aspectos, una verdadera revolución cultural; pero a la vez cada día proliferan más, sobre todo entre los muy jóvenes, los “sabios a lo Google”, que lo ignoran casi todo pero encuentran también los datos que necesitan en Google, casi a la velocidad de la luz. Y para qué hablar del efecto, cuyas consecuencias nos son desconocidas, que está teniendo el fácil acceso a la pornografía que nos proporciona Internet en nuestra visión del cuerpo humano y en nuestro entendimiento de lo sexual, y yendo un poco más allá, de lo libidinoso. ¿En qué acabará todo esto? No lo sabemos, pero convendría que anduviéramos prevenidos y que intentáramos hacer algo, como colectividad de humanos, por mantener Internet bajo un control democrático y humanista.

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Pueden definirse otras muchas megamáquinas y megatécnicas. En casi todas podemos constatar la existencia de una situación similiar a la de Internet: los humanos no las controlamos en su totalidad, en algunos casos ni siquiera apenas; pero a la vez casi todos los humanos tenemos acceso fácil a ellas y podemos usarlas.  Aunque como sistemas muy complejos que son, pueden llegar a comportarse de manera contraintuitiva, sorprendiéndonos a veces desagradablemente, poniendo así en riesgo a nosotros los humanos, a otras megamáquinas y a la naturaleza que nos rodea.

Describiré con la mayor concisión posible algunas de las megamáquinas más potentes e influyentes.

Megamáquina de la Energía.

Su moneda de cambio es el Watio. Partiendo de las distintas fuentes naturales de energía, las convierte en formas de energía utilizables por los humanos y sus máquinas,  y las distribuye a los puntos donde es consumida. Así tenemos:

.- Combustibles fósiles (carbón, petroleo, gas). Se extraen de grandes yacimientos subterráneos. Se transforman en energía utilizable en centrales térmicas y refinerias, donde se convierten en electricidad y en combustibles líquidos, usado estos últimos principalmente para el transporte.
.- Campo gravitatorio. Se acumula su energía potencial en grandes represas, que al caer el agua desde ellas produce electricidad en grandes centrales hidroeléctricas.
.- Turbulencias de la atmósfera. La energía del aire en movimiento se convierte en electricidad en grandes parques eólicos.
.- Luz solar. La energía de la luz se transfoma en energía térmica y luego en electricidad en parques fototérmicos, y  directamente en energía eléctrica en parques fotovoltáicos.
.- Fisión nuclear. La energía de enlace del átomo de Uranio se desintegra  en energía térmica que luego se convierte en electricidad en grandes centrales nucleares.
.- Biomasa. La energía química almacenada en moléculas de azúcar componentes de cosechas vegetales, se reorganiza por acción enzimática en moléculas más pequeñas de hidrocarburos o etanol que pueden usarse como combustibles líquidos.

Todos los elementos mencionados están interconectados en un sistema gigantesco, de alcance planetario, que incluso tiene una regulación global, la Agencia Internacional de la Energía. Pero se trata de una regulación muy laxa. El sistema está integrado por una multitud de grupos empresariales, gobiernos, grandes áreas urbanas consumidoras, políticas y técnicas, cada uno de los cuales intenta optimizar su situación en función de sus intereses, necesariamente limitados. Hace ya muchos años  pudimos pensar que cada estado tenía su propia megamáquina energética, controlada directamente por su gobierno en función de los intereses de los ciudadanos de ese estado soberano. Pero ya no es así. Todo se ha internacionalizado y multinacionalizado.

Hay muchos ejemplos de cómo, en una megamáquina así, los humanos podemos perder su control. Mencionaré solamente el complejo hidroeléctrico de Aysen. Lo han proyectado y promovido grandes grupos empresariales cuyo interés no puede ser otro que el de fomentar al máximo la hidroelectricidad. No se ha tenido en cuenta el impacto que un proyecto de esta envergadura puede tener en una zona prístina como todavía lo es el Sur de Chile. Y el estado chileno no tiene (quizá no puede tener) ni argumentos, ni fuerza, ni convicciones para controlar una iniciativa así.
Mencionaré también a Chiloé, como una región en la que la megamáquina de la Energía no ha penetrado todavía con fuerza, debido a la singularidad de que una buena parte de las necesidades energéticas de Chiloe las provee la leña producida localmente. Pero ya están llegando los Parques Eólicos, que como en el caso del de Mar Brava, ocupan el territorio sin ninguna justificación ambiental seria, privando así a los chilotes de la gestión de sus propios recursos naturales. Iniciativas como ésta se esconden detrás  de la bandera sacrosanta de las energías verdes, pero en realidad representan intereses económicios cortoplacistas. También en este caso el estado chileno intenta volver la cara hacia otro lado.

Podría (y debería) escribirse todo un grueso libro describiendo las megamáquinas más importantes, para que los individuos humanos las estudiaran y pudieran así prepararse para evitar ser esclavizados por ellas. No es este el lugar de extenderse mucho en el asunto. Me limitaré a dejar algún comentario sobre las megamáquinas más siginificativas.

La megamáquina del Dinero ha conseguido, al globalizarse, liberarse de todo tipo de controles eficaces. Así metastatiza y pierde las funciones útiles que desempeñaba en la economía de las naciones.

La megamáquina militar tiene como cometido fundamental preservar la paz en el mundo. Pero al menos desde la II Guerra Mundial hasta la caída de la URSS lo que ha venido haciendo es preparándose para la guerra definitiva, el apocalipsis que terminará destruyendo el mundo. Y lo ha hecho con un enorme secretismo, sin que los pueblos y los políticos que los representan hayan podido influir en sus grandes decisiones estratégicas.

La megamáquina urbana ha acumulado a los humanos en megaciudades donde llevan una vida totalmente artificial. Si hoy el 50% de la población mundial es urbana, se calcula que en mitad del siglo XXI lo será el 75%. La megamáquina Urbana aleja a los humanos de la naturaleza. Esto tiene aspectos positivos y negativos. En lo negativo, es una amenaza para la naturaleza, a la que ignora y pisotea. En lo positivo, puede proteger a lo que queda de naturaleza de la amenaza de la superpoblación. Lo que será fundamental en el futuro es que las relaciones entre esta megamáquina Urbana y la Naturaleza cambien profundamente, para bien de ambas.

Termino ya. Quisiera concluir afirmando que la Técnica ha llegado a ser un peligro para la humanidad y el resto de la naturaleza, al proliferar megamáquinas tecnológicas que están fuera del control humano. La tarea más urgente que tenemos por delante no es reequilibrar los tres pilares en que se apoya la Cultura: Técnica, Humanismo e Historia. Sino controlar las megamáquinas. Claro que no tendremos éxito en esta tarea urgente si no procedemos al reequilibrio arriba mencionado.

En una entrada próxima haré un análisis más detenido de la megamáquina del dinero.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Oficial de derrota

La fragata "Sabina". De 40 cañones, 24 en el puente (12 en cada banda) 3 o  4 en la popa  y 10-12 carronadas sobre la cubierta.


Todos tenemos algún recuerdo que hemos recibido de nuestros padres y que se remonta muchos años en la historia de nuestra familia. El que más aprecio yo es una carta de navegación del Atlántico Meridional, impresa en Londres en 1810 pero editada por el jefe de escuadra de la Real Armada Española. Entre otras curiosidades, presenta el hecho de estar referenciada todavía en sus 0 grados de longitud al Meridiano de Cádiz, que no al de Greenwich, siendo este último el que se convertiría, muy pocos años después, en la referencia obligada para todos los marinos.


La carta del Atlántico Meridional.En el centro se ven las derrotas que se dirigen hacia el Índico. Arriba de ellas, más apretadas unas contra otras, las de vuelta.

Esta carta es una reliquia porque navegó durante muchos años a través de los océanos Atlántico e Indico con su misterioso dueño, como demuestra el que estén trazadas sobre ella, a lápiz, las derrotas de dos fragatas españolas, la “Victoria”, entre los años 1836 y 1838, y la “Sabina”, entre 1841 y 1849. Todas estas derrotas cubren parte del viaje de ida y vuelta entre Cádiz y Manila, aunque en una de ellas (1849) la vuelta es hacia La Habana. Las de ida cruzan en general el Ecuador por el punto medio entre las costas de Guinea y Brasil, y desde allí bajan con rumbo SSW hasta que encuentran los vientos del Oeste, lo que sucede en algún punto entre las latitudes del Cabo Frío brasileño y el Río de la Plata, y entonces arrumban hacia el Cabo de Buena Esperanza sudafricano, para entrar resueltamente en el  Índico. Las de vuelta arrumban desde este Cabo directamente hacia aquél punto medio ecuatorial entre Guinea y Brasil, y desde allí hacia el Norte, para ya en el Atlántico Septentrional, encontrar en las islas Azores los vientos del Oeste y arrumbar desde allí hacia Cádiz.

A mí todo esto me ha parecido siempre extraordinariamente romántico, quizá porque nunca he llegado a saber quién fue el dueño de estas cartas. Yo las heredé del padre de la madre de mi madre (uno de mis bisabuelos maternos), Enrique Ruiz se llamaba. Este bisabuelo mío pudo nacer hacia 1850 y fue profesor de Matemáticas en la Universidad de Sevilla, aunque era oriundo de Cantabria, en el Norte de España, que siempre fue tierra de marinos. Enrique era dueño de muchísimos objetos relacionados con las navegaciones que se describen en la Carta, que luego se repartieron entre todos sus descendientes. Yo jugaba en mi casa siendo muy niño con un gran catalejo naútico, de latón, procedente sin duda de aquellas fragatas, y mi madre sigue teniendo una gran caja de costura china, de madera pintada en negro, lacada y esmaltada con pájaros multicolores, llena de preciosos instrumentos para coser y bordar hechos de marfil. También hay en la familia algunos mantones de Manila, bordados en una seda finísima, verdaderas obras de arte. Y cartas naúticas de todas las escalas imaginables que cubren sobre todo los mares filipinos y malayos.

Por todo lo anterior, así como por las fechas de las derrotas marcadas en la Carta, yo deduzco que el marino que fue su dueño debió ser el padre o un tío muy próximo de Enrique, quizá su padrino, que por esta relación tan estrecha con él le legó tantos objetos personales. El caso es que los hermanos de mi bisabuelo Enrique tuvieron destinos agitados. Procedían de Potes, en Santander. Enrique terminó en Sevilla, pero uno de sus hermanos emigró a Argentina, donde todavía hoy mantenemos nosotros contacto con sus descendientes, otro emigró a Brasil, donde el contacto se perdió en la generación de mi madre, y otro lo hizo a algún sitio en América donde desapareció para siempre, porque incluso Enrique y sus demás hermanos le perdieron la pista. 

Vuelvo a ese marino que puede haber sido mi tatarabuelo. Las fragatas en que navegó eran todavía barcos enteramente a vela, como demuestran las derrotas que siguieron a través del Atlántico, condicionadas a los vientos. Muy pronto los barcos de hélice, movidos a vapor, desplazarían casi completamente a los veleros y cambiarían las rutas, haciéndolas más directas. Eran estas fragatas barcos de guerra, es decir, formaban parte de la Armada española. De la “Sabina” hay bastantes referencias, combatió contra Nelson, estuvo en Trafalgar y finalmente naufragó, muchos años después, en las costas de Sudáfrica, quizá volviendo de uno de sus viajes a Manila. No creo que mi presunto tatarabuelo fuera el capitán de ninguno de esos dos barcos. Me baso para pensarlo así en que cuando dejó de navegar en la fragata “Victoria” se llevó sus propias cartas a la fragata “Sabina”. Posiblemente no era más que el oficial de derrota, el piloto responsable de calcular y trazar sobre la carta los rumbos de su barco, que llevaba en su equipaje sus cartas, sus lápices, su catalejo y posiblemente su sextante u octante. Quién sabe.

A mí esta hipótetica condición de oficial de derrota de mi presunto tatarabuelo me ha parecido siempre fascinante. Por muchísimas razones. La primera de todas, por lo que presupone de haber sido un simple marino, puro y duro, no relacionado con complejas funciones de mando o combate, sino centrado en navegar, cruzar muchos mares y dejar atrás muchas olas, nada menos que eso.




Derrotas de las fragatas "Victoria" (1837) y "Sabina" (1841), vistas más de cerca que en la carta de arriba. Cada segmento recto representa lo que se ha navegado en una singladura, normalmente las 24 horas transcurridas entre dos mediodías.


La palabra DERROTA está llena de un extraño encanto.  En su acepción más general, que es militar, una derrota es el hecho de ser vencido por tu enemigo, que te obliga a emprender la fuga. En su acepción naval, la derrota es el rumbo que sigue un barco, pero como la palabra adquirió este significado cuando todos los barcos eran de vela, la derrota es por su naturaleza una línea quebrada, que zigzaguea en busca de su destino definitivo adaptándose a los cambios de dirección del viento.

Algo parecido sucede en nuestras vidas. Casi todos las navegamos en busca de un puerto, cada uno tiene pensado el suyo, pero lo hacemos ciñéndonos a los vientos (las dificultades) que nos van llegando, siguiendo una derrota, o lo que es lo mismo, una sucesión de derrotas, de pequeños o grandes fracasos, que nos obligan a ir modificando nuestros rumbos.

Creo que en esta forma de ser nuestra navegación está buena parte de la sal de la vida. Aquella vieja canción de Nat King Cole decía: “voy por el mundo cruel de fracaso en fracaso”, y lo hacía lamentándose de la condición humana. Pero no es así: navegamos por el océano de la vida de derrota en derrota, eso es cierto, pero cada cambio de rumbo, por impuesto que nos sea, es un seguir avanzando, una nueva oportunidad, un rodeo que nos permite ceñirnos por vías indirectas a nuestro camino.

Nadie, nunca, podrá poner una muralla que cierre todos nuestros rumbos posibles hacia el mar abierto. 

domingo, 16 de octubre de 2011

15 O

15 Octubre 2011. Puerta del Sol. Madrid  (Tomado de "El País")

Manifestaciones ayer en todo el mundo, en el día de los indignados, cuando se cumplen cinco meses del 15M.

Gritos de rechazo ante una situación inaceptable. Pero estamos en la fase depresiva de uno de tantos ciclos capitalistas. En algún momento, con el comienzo de un nuevo ciclo, volverán el consumismo y el crecimiento, con ellos también, inevitablemente, la guerra. Entonces los gritos se extinguirán, renacerá el consumismo alienado, seremos de nuevo infernalmente felices, no en todas partes, claro. Hasta que vuelva otra vez la depresión y, finalmente, hasta que el Mundo aguante, que no va a ser siempre.

Aún así, esta experiencia de indignación habrá servido para que muchos jóvenes se hayan dado cuenta de que otro mundo, otro sistema, otra manera de ver la vida, son necesarios. Y de que si son necesarios tienen que ser posibles.

Los gritos terminan extinguiéndose, son chispas que se quedan en nada si no consiguen prender una llama. Pero la llama tiene que serlo de algo que arde, que se consume en la combustión, trocándose en calor y luz. Y eso que puede arder no es sino lo más hondo de la condición humana, ese bosque donde se encuentran el compromiso, el valor, la sangre fría, las ganas de conocer la verdad, la generosidad,  la esperanza...

Tantas están siendo las chispas que seguramente hay llamas ardiendo ya en muchos focos distintos. La cuestión ahora es que vayan a más, que se consoliden en un gran incendio. Las esperanzas tendrán que cristalizar en ideas, vertebrarse en grupos de opinión sometidos a una disciplina, congregarse tras líderes capaces de dar una orientación. 

Una tarea difícil, un camino largo, pero necesarios y posibles. Para emprenderlos con calma, sin renunciar a nada de lo que nos merecemos pero sí a todo lo que es superfluo. Paso a paso, con mapa, brújula, poco equipaje y la mezcla adecuada de optimismo y realismo.

viernes, 14 de octubre de 2011

El imperio de las máquinas (5).- La ideología de la Técnica


Hay una visión ideológica de la Técnica que la justifica intelectualmente, la define y fundamenta. Según ella, lo que la Técnica pretende  es:  <<Aislar y proteger a los humanos de la Naturaleza, haciendo su vida más segura y grata.>>


Conscientes o no de ella, la mayoría de los humanos compartimos hoy esta visión, que pretende hacerse extensible a toda la Técnica, desde que ésta se inició en el Paleolítico como algo indisociable del Homo sapiens hasta los tiempos actuales. Según la visión, durante muchísimos siglos la Técnica no fue sino Artesanado, es decir, fabricación y uso de herramientas gobernadas directamente  por la fuerza y la destreza humanas. Artesanos eran los fabricantes de hachas de piedra y vasijas de barro neolíticas, los constructores de pirámides y catedrales, los talladores de diamantes, los fabricantes de pócimas sanadoras, los médicos y cirujanos de los tiempos antiguos, los constructores de barcos, los marinos de la época de los Descubrimientos. Todos ellos buscaban dominar a la Naturaleza, ponerla al servicio del Hombre. Más tarde, el Renacimiento y luego la Ilustración trajeron cambios profundos. El Renacimiento introdujo con Galileo la ciencia experimental, que fue fundamentada filosóficamente por Descartes y alcanzó pronto un cénit brillantísimo con Newton. Los humanos llegaron a estar firmemente convencidos de que con el método científico, que era reduccionista y matemático, descubrirían todos los 
Algunas figuras de la Ilustración.
De izqda a derecha y de arriba abajo:
Voltaire, Rousseau, Diderot, Frankliln
secretos de la Naturaleza. Este optimismo los condujo a la Ilustración, que en el siglo XVIII o de las Luces destronó a todos los dioses y todas las ideas trascendentes y confusas, sustituyéndolos por la Razón. Sería la razón humana, apoyada en la ciencia, quien liberaría por fin a los hombres de todas sus limitaciones y domesticaría a la Naturaleza. Asociada desde el principio a la Razón estaba la idea de Progreso, y de esta última arrancaba un entendimiento nuevo de la Técnica. Así se llegó al S. XIX, quizá el más optimista en toda la historia de Occidente. La ciencia experimental tuvo un desarrollo espectacular, y muchos de los nuevos secretos arrancados a la Naturaleza se aplicaron a la mejora de las condiciones de vida; esto fue así especialmente en Medicina; a partir de entonces, una parte muy importante de la Técnica empezó a llamarse Tecnociencia, porque resultaba de la aplicación directa de los nuevos conocimientos científicos al dominio de la Naturaleza. Tuvo lugar al mismo tiempo la llamada Revolución Industrial, que resultó en un desarrollo espectacular de las Máquinas (como distintas a las herramientas) y en el descubrimiento y utilización de nuevas fuentes de energía. Como consecuencia de todo esto, emergió otra parte muy importante de la Técnica a la que se llamó Maquinismo. De manera que la Técnica actual es una combinación de Artesanía, Tecnociencia y Maquinismo, cuyo éxito en lo que se refiere al dominio de la naturaleza ha sido espectacular, tanto que, inevitablemente, las luces que ha traido han empezado a producir sus sombras.



Dentro de esta perspectiva histórica, la visión ideológica de la Técnica que expuse al principio tiene algunos corolarios interesantes:
.- Es una visión sencilla y optimista. Según ella, la Técnica trabaja exclusivamente en beneficio de la Humanidad. Cualquiera puede comprender esta justificación ideológica, que además es fácilmente defendible y aceptable.
.- No hay límites para la Tecnociencia o el Maquinismo, porque no los hay para la investigación y el conocimiento de la naturaleza. Es decir, no hay prohibiciones, tampoco barreras que no puedan superarse. Siempre podremos encontrar una solución técnica para nuestros problemas más difíciles. Se supone además que el carácter grato y seguro de la vida puede aumentar indefinidamente, porque nuestras ambiciones y nuestras fantasías, como humanos que somos, no tienen límites.
.- Pero hay un corolario que desde el principio nos advierte de los peligros inherentes a la Técnica. Como los humanos, independientemente de que también seamos Cultura, formamos parte de la Naturaleza (somos de carne y hueso, tenemos instintos y pasiones), la Tecnociencia y el Maquinismo tienen la aspiración legítima de aislarnos y protegernos de nosotros mismos. No solo de lo que haya de malo en nuestro soma (la enfermedad, la agresión), sino también de todo lo que en las esferas mental y espiritual contradiga o dificulte nuestras aspiraciones tecnológicas. Por otra parte, nuestra naturaleza lo es de animales sociales y territoriales. Por eso, una meta primaria de la Tecnociencia y el Maquinismo, en cuanto a que están a nuestro servicio,  es ayudarnos a proteger nuestro territorio de otros humanos hostiles. Otra es ayudarnos a expandirnos a costa de otros. Para conseguir esto se pone en marcha una tecnología militar y otra comercial. ¿Por qué no existe un tabú, como en otras especies animales, que nos impida matar a otros humanos? Por nuestra condición territorial, que tiende a aislarnos en linajes de sangre diferentes, también diferenciados culturalmente. De acuerdo con todo esto, la Técnica nos conduce, inevitablemente,  a la competencia y a la guerra. A nivel político, esto resulta en un Despotismo más o menos manifiesto, pero siempre presente.

     El vector fuerza más importante mediante el que la Técnica ha conducido  a los humanos a través de la historia ha sido la urbanización. La ciudad ha sido la solución tecnológica más eficaz para “aislar y proteger a los humanos de la Naturaleza, haciendo su vida más segura y grata”. La mayoría de las grandes novedades  técnicas han revertido directamente sobre ella. Se han creado así fortalezas dentro de las cuales el humano estaba aislado de la Naturaleza, por lo tanto protegido de ella, a la vez que se intentaba hacer su vida allí más divertida. Esto ha funcionado bien durante bastante tiempo, pero una de sus consecuencias, el olvido de la Naturaleza, su consideración únicamente como un recurso al que se consideraba inextinguible, ha empezado a mostrar sus efectos adversos, que ya estamos pagando. Las murallas que defendían a las megalópolis de la Naturaleza han empezado a trocarse en los muros de una prisión. Ya sucede que, desde lo hondo de las grandes ciudades,  ni siquiera podemos ver las estrellas durante la noche.

En cualquier caso, gracias a su sencillez, esta ideología de la Técnica era robusta. Arrolló al mundo con la fuerza de una religión, mostrando desde el principio, sin poderlo disimular, el despotismo que la acompañaba.  A partir de la Ilustración, el imperialismo británico dominó el mundo, y el imperialismo napoleónico asoló Europa. El capitalismo, firmemente sustentado por  la tecnología (ferrocarril, navegación a vapor) se desarrolló con fuerza en USA e Inglaterra. Algo más tarde el imperialismo europeo conquistó Africa para explotarla, y lo mismo hizo el imperialismo USA en Latinoamérica. También llegaron utopías salvadoras para librar a los humanos de la alienación tecnológica, el anarquismo y el marxismo, que lamentablemente fracasaron. El siglo XX ha sido posiblemente el más siniestro de toda la historia de Occidente.  La I Guerra Mundial en 1914, la primera gran crisis del capitalismo en 1929, la II Guerra Mundial en 1940, los despotismos genocidas de Hitler y Stalin, la guerra genocida del Vietnam, la desaparición por implosión del comunismo, las nuevas guerras terroristas, las invasiones injustificadas de Irak y Afganistán. Pese a todo ello, muchos ciudadanos de Occidente se creen en el mejor de los mundos posibles. Y debe reconocerse que el progreso tecnocientífico y maquinista  que ha acompañado a estas grandes catástrofes ha sido extraordinario. Ahora se nos avecina un agotamiento progresivo de los recursos naturales y un cambio climático. Pero los ciudadanos de hoy nos mantenemos encerrados en nuestros agujeros urbanos, frente a las pantallas multicolores e inmensas de nuestros televisores, como si no pasara nada. La pregunta clave es si podemos hacer algo más.

Algunos filósofos y otros humanistas han sometido a crítica los postulados ideológicos de la Técnica, con interesantes resultados. Paso ahora a considerar lo que me parece más destacable de estas acciones. 



(1).- Ortega y Gasset puso de manifiesto, ya en los años 1920’s, que la Técnica no es siempre la consecuencia directa de aplicar la Razón al estudio y mejora de la Naturaleza. Que en muchas ocasiones (quizá en la mayoría) los avances técnicos son, en su inicio, consecuencia de la casualidad y el juego. Que, por lo tanto, la Técnica no es un proceso de mejora racional de la Naturaleza, sino un proceso de Invención, nacido de ideas felices que se someten a prueba y demuestran tener éxito, en un juego reiterativo y hasta aleatorio de ensayo/error. Precisamente por esta condición, la Técnica es arriesgada y puede resultar peligrosa, ya que muchas veces nos es imposible prever todas sus consecuencias. En esto último el pensamiento de Ortega converge con el de Heidegger (como ya hemos visto en la Entrada nº 4 de esta serie, donde Heidegger presenta a la Técnica como provocación de la Naturaleza).
La conclusión es que la Técnica ya no puede  verse como un fruto directo de la Razón triunfante, una aplicación controlada de la Ciencia. Muchas veces se reduce a una divertida borrachera de invención, con consecuencias imprevisibles.




(2).- Lewis Mumford hace una aportación decisiva a la crítica de la ideología técnica  cuando describe la Megamáquina. Se trata del primer gran desarrollo técnico, que tuvo lugar en etapas muy tempranas de la historia humana, justo a la salida del Neolítico.  Entonces Egipto creó una Megamáquina para construir las pirámides y Mesopotamia otra para construir palacios, ciudades y zigurats como el de la mítica torre de Babel. La Megamáquina es la estructura técnica que está en la base de la fundación de los primeros grandes imperios. Su contenido estrictamente tecnológico es poca cosa, lo que le da su fuerza es la organización perfecta. Esto de la organización también es Técnica, para Mumford esto es, antes que otra cosa, la Técnica.   Desde el principio existen dos tipos de megamáquinas: la comercial (también económica y política) y la militar. Para Mumford, la Técnica, en lo esencial de su génesis, no es una consecuencia obligada del desarrollo científico, ni de la aplicación de la Razón al estudio y mejora de la Naturaleza. Sino una combinación indisociable de Invención y Organización. No puede haber pirámides, ni catedrales ni grandes ejércitos, sin una organización férrea.  Esta Megamáquina es el corazón de lo técnico y siempre, antes y ahora, ha dominado el mundo. Siempre ha sido ella, no la ingeniería o la tecnociencia o el maquinismo, el verdadero corazón de la Técnica. 


(3).- Ya he mencionado cómo la Ilustración dio origen al Capitalismo, éste al Marxismo y a la utopía Comunista por un lado, por otro al Nazismo. A consecuencia de todo esto, la fe en la Ilustración sufrió una profunda crisis en la segunda mitad del siglo XX.  Las locuras nazi y estalinista rompieron toda esperanza en un progreso seguro, basado en la Razón. El mundo se organizó alrededor de dos focos que eran dos Megamáquinas militares, USA y la URSS, con las armas atómicas, herederas directas de la Ciencia, como amenaza de fin del mundo.  En adelante, el único horizonte de futuro  era la guerra. 
Figuras de la escuela de Frankfurt.
De izqda a derecha y de arriba abajo:
Horkheimmer, Adorno, Habermas,
Benjamin, Marcuse y Fromm

La escuela de Frankfurt, un grupo de brillantes filósofos organizado por Horkheimer en los 1920’s, ha jugado un papel esencial en la crítica filosófica de esta situación, desde entonces hasta hoy. Se han venido planteando una disyuntiva dramática:  averiguar si la Técnica es racional, por tanto incontestable (ya que la Escuela de Frankfurt sigue creyendo en el peso absoluto de la Razón), o si es simplemente una racionalización de otros intereses y motivaciones de fondo, lo que quiere decir que es una ideología.
Concluyen que es una ideología. La Técnica es el soporte ideológico de la Megamáquina (utilizo la terminología de Mumford)  siempre imperante. Su objetivo es ordenar la Naturaleza  en función de los intereses de la Megamáquina, no de los humanos, que para la Megamáquina no son sino una parte de la Naturaleza. El Maquinismo y la Tecnociencia son formas de este despotismo.

Y así llegamos a nuestros días. Donde hay una realidad imperante y al menos tres corrientes ideológicas que reaccionan frente a ella.


A).- La realidad imperante es un despotismo capitalista apoyado en la Tecnociencia y el Maquinismo. Es despótico porque impone su ideología de dominación, que se manifiesta  en el ciclo capitalista, con una fase consumista y otra recesiva, que se van alternando como la cresta y el seno de una onda. Y cuando este proceso se atasca, el capitalismo lo resuelve con la guerra. Actúa este despotismo explotando a  la Naturaleza sin ningún respeto o limitación, como si sus recursos fueran inagotables. Condena a  los humanos a una alienación miserable disfrazada de felicidad consumista, pero cuando los conflictos y las crisis se enconan excesivamente, recurre a la represión. No es mucha la ideología elaborada para sustentar y defender la Tecnociencia y el Maquinismo. Tampoco la necesitan. La Tecnociencia ha adquirido la fuerza ciega de una religión. El Maquinismo es empírico, se basa sobre todo en la invención, el ingenio. No necesariamente va en busca de inventos útiles a priori, sino que juega con los elementos de que dispone, los une en nuevas combinaciones y soluciones. Con el paso del tiempo, cada vez más, estas soluciones no resuelven una necesidad ya sentida, sino que implican una novedad atrayente. Crean por tanto, más que resuelven, necesidades. El territorio de los humanos se artificializa cada vez más. Si siguen así las cosas, solo quedará una solución a lo Arca de Noé: cuando la Naturaleza no sea ya capaz de sustentar nuestras vidas, un grupo de humanos escogidos, junto con representantes de las especies animales y vegetales más útiles, se lanzará al espacio en una astronave en busca de un planeta habitable. Para empezar de nuevo. He aquí una bella solución tecnológica para nuestros problemas.


B).- Una corriente ideológica opuesta a este despotismo es la que podríamos llamar trascendente, representada por las grandes religiones. Según la cual la Técnica no es sino uno de los componentes de la cultura humana, junto con el Humanismo y la Historia. Gandhi  en el hinduismo y Martin Luther King en el Protestantismo son dos grandes ejemplos de esta corriente crítica. Otro es el Papa actual, Benedicto XVI, posiblemente el pontífice más intelectual de los últimos siglos. También hay muchos escritores independientes, creyentes o no, que han convertido la Literatura en una forma de protesta  y de manifestación de toda la complejidad de lo humano. Son muchos, pero quisiera mencionar una sola obra: “La Resistencia”, del argentino Ernesto Sábato, que todos los jóvenes del siglo XXI deberían leer.







C).- Otra corriente ideológica desengañada, está representada por el filósofo alemán Sloterdijk (ya mencionado en la entrada “¿Regresa Dios?”, del jueves 8 de septiembre del 2011). En su libro “Normas para el parque humano” trata las posibilidades tecnocientíficas que abre la manipulación del genoma humano. Siguiendo a Nietzche, Sloterdijk proclama el fracaso de todos los humanismos que se han ido desarrollando a lo largo de la historia: el religioso, el ilustrado, el marxista y hasta el capitalista. Propone lanzarse valientemente en busca de un nuevo humanismo que él llama antropotécnico, consistente en explorar sin escrúpulos la construcción de un hombre nuevo, que es el hombre modificado genéticamente en toda su profundidad, salga finalmente lo que salga. Eso sí, bajo el control de expertos científicos. A mí esto me parece proponer una solución tecnológica al problema tecnológico, es decir, una petición de principio. Reflejo quizá del acorralamiento en que se sienten hoy día muchas cabezas pensantes.



D).- Finalmente, está la corriente ecosistémica, basada en el trabajo pionero de Sir James Lovelock, un científico británico que desarrolló la llamada “Hipótesis Gaia”, según la cual la Tierra (Gaia) es un todo vivo del que los humanos no somos sino una parte. Desde un punto de vista ideológico, la hipótesis de Lovelock, aceptada hoy por una mayoría de la comunidad científica mundial, mantiene que los humanos somos una parte indisociable del resto de la biosfera, lo que desmonta la aspiración de la Técnica a independizarnos de ella.










Escrito aspirando a que esta apretada síntesis sirva al menos para dar una visión de conjunto.