domingo, 9 de octubre de 2011

Oxidación



Barbate es un pueblo marinero asentado en la misma boca occidental del Estrecho de Gibraltar. Hasta allí llegan todos los años, desde Norteamérica, los inmensos atunes rojos. Van de paso para aparearse y reproducirse en lo más hondo del Mediterráneo. Pero en Barbate hay montada una almadraba desde tiempos de los romanos, donde capturan a esos toros del mar, que pueden pesar hasta 500 Kg.
La almadraba es un gigantesco laberinto de redes verticales en cuyo copo central quedan presos los grandes atunes. Estas redes están hechas firmes frente a las corrientes y las olas por cientos de grandes anclas de hierro. Ayer, en el puerto de Barbate, me topé con un montón ordenado de estas anclas, ya desechadas y convertidas en basura. Las fotografié.

Lo que predomina en la imagen es la oxidación, ese color rojizo de los óxidos de hierro, signo claro del paso del tiempo y la degradación inevitable.

Esas anclas me recordaron lo que es la vida humana. Hemos venido al mundo para servir, eso puede hasta hacernos felices. Luego envejecemos y vamos muriendo poco a poco bajo el sol, pacíficamente… o bajo la lluvia, mansamente. El mismo oxigeno que convirtió nuestros músculos en energía y encendió nuestro cerebro es el que ahora va disolviendo el hierro de que estábamos hechos en arenilla rojiza. Esto no es triste. Casi me atrevería a decir que esconde mucha belleza. Hay que saber verla, por lo menos intentar aprender, ponerse en ello.

El oxígeno que nos da vida es a la vez el más intenso agente degradativo. Cada uno de nosotros es como la llama de una vela. Damos luz y calor, así nos vamos consumiendo. ¡Gloria a la oxidación!

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