Experimentando la extraña sensación de que me observo desde fuera de mí.
Esto, que ahora me sucede con frecuencia, jamás me pasó cuando era joven. Entonces todo mi yo era absolutamente inmanente y mis sensaciones mucho más vividas y encarnadas.
En mi inmanencia, todas las partes de mí cuerpo/alma experimentaban a la vez las mismas vivencias, compartiéndolas pero interpretándolas cada una a su manera. ¡Qué potencia sinérgica!...
Por ejemplo: cuando yo era un niño, una noche invernal, fría y lluviosa, vivida desde mi cama, era mucho más que eso; era el confortable calor de mis sábanas, la nostalgia de mi mamá, el orgullo reconfortante de tener una mamá que me protegía, el imaginar la posibilidad de quedarme huérfano hasta llegar a sentir mucha pena, todo eso y mucho más.
Otro ejemplo: cuando yo no había llegado a los cuarenta, un sentimiento de nostalgia o tristeza o alegría, no se quedaban en eso, se convertían en sensaciones, transformaban el paisaje que me rodeaba, el sol brillaba más o menos que antes, el color y los tonos de las plantas cambiaban, los aromas del mundo empezaban a o dejaban de percibirse, todo eso y mucho más.
En contraposición, ahora que soy viejo mi psique me observa desde fuera, la saludo todas las mañanas en el espejo del cuarto de baño, aunque durante el resto del día se comporta como si fuera mi sombra.
Incansable, esa psique mía proyectada fuera de mí diseca mis vivencias, reduciéndolas a sus distintos elementos. Ya solo percibo el frío de una tarde lluviosa como un montoncito de grados centígrados y otro muy distinto de gotas de lluvia. Mi tristeza no es sino tristeza, y lo mismo pasa con mi alegría. Mi psique, viéndome desde fuera de mí, se da cuenta de nuestra común insignificancia, ese es el punto clave.
Incansable, esa psique mía proyectada fuera de mí diseca mis vivencias, reduciéndolas a sus distintos elementos. Ya solo percibo el frío de una tarde lluviosa como un montoncito de grados centígrados y otro muy distinto de gotas de lluvia. Mi tristeza no es sino tristeza, y lo mismo pasa con mi alegría. Mi psique, viéndome desde fuera de mí, se da cuenta de nuestra común insignificancia, ese es el punto clave.
Esto a veces resulta desolador, pero uno, poco a poco, se va acostumbrando.
Siempre queda, por otra parte, el recurso inagotable de la imaginación interior. Si ya no te es posible convertir el sonido del frío cuando ulula en el viento invernal en un confort de cama caliente o un amor de madre, todavía puedes imaginarte el calor de una cama o el amor de una madre hasta que llegues a sentir el frío de su ausencia.
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