martes, 21 de febrero de 2012

Bolivia, alturas celestiales


Como interesado en los fenómenos místicos, he sentido siempre un interés especial por el Tibet, donde tanto el chamanismo ancestral como el budismo se han diferenciado en una dirección contemplativa. ¿Tendrá algo que ver el misticismo con la altura sobre el nivel del mar? No lo sé. Pero ¿tendrá algo ver la altura sobre el nivel del mar a la que se vive con el talante y el comportamiento? Creo que sí, más todavía, estoy convencido de ello. Por eso no solo el Tibet, sino también Bolivia, que desde un punto de vista geoclimático es el Tibet latinoamericano, me han interesado siempre mucho. No conozco ninguno de los dos países. A Bolivia tengo que ir, aprovechándome de la ventaja que supone hablar español y que permite, en un subcontinente tan variadísimo y rico desde un punto de vista humano como es Sudamérica, comunicarte con personas que en todos los aspectos son muy distintas a ti. En el caso que me ocupa, comunicarme con amerindios cuya lengua bien viva sigue siendo el aymara o el quechua pero que son capaces de expresarse en español tan bien como o mejor que yo.

¿Por qué la altura a la que se nace y/o se vive puede afectar radicalmente tu forma de ver el mundo y hasta de pensar o soñar? Sobre todo por la baja concentración de oxígeno, a la que es sabido son muy sensibles las células nerviosas y cerebrales. También por la baja presión atmosférica, el frío nocturno, la mayor exposición a la radiación solar y quién sabe cuántos factores más.

Yo tuve que irme a vivir a Chiloé para descubrir que había una correlación estrecha entre los pies fríos y las pesadillas nocturnas (Contra los terrores de la noche, calcetines de lana). Gracias a eso aprendí por experiencia que nuestras neuronas cerebrales no están aisladas del ambiente externo, sino expuestas a sus influencias, quizá a través de los muchos sensores que desde la piel mandan su información al cerebro. Sabemos que el calor adormece y que el frío despierta. Tomé hace años un curso en la London Business School, una institución académica de muy buen nivel, donde mantenían las aulas a 19-20ºC de temperatura ambiente; uno se helaba, pero difícilmente se aburría y desde luego no se le escapaba ningún detalle, tu potencia intelectual se ponía en máximos. También es sabido que en alta mar, muy alejado de la costa, no hay prácticamente nada que huela; pues a mí me pasa que, mientras que estando en tierra firme difícilmente me apetece una cerveza Guinness, en alta mar es la que más me gusta, y eso no tiene más explicación que el que la ausencia de otros estímulos olfativos cambia el talante de mis neuronas olfativas, unas neuronas muy nobles, asentadas en el neocórtex, próximas a las sedes del pensamiento más abstracto.

Por todo esto y por mucho más me gustaría perderme por una temporada en los paisajes bolivianos, en el campo y en ciudades encerradas en su pasado como quizá pueda ser Potosí, por ejemplo. Vivir con aquella gente, hablar con ellos mucho, hasta el límite que les resultara tolerable, escribir. Ir verificando si mi visión, no ya del mundo, sino de la vida y su sentido, cambiaba cuando sumergido en aquellas alturas celestiales. Intuyo que sí lo haría y me interesa mucho averiguar en qué dirección.

Es por eso que tengo pendiente un encuentro con Bolivia, que haré todo lo que pueda por cumplir.

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