sábado, 30 de abril de 2011

Head III de Francis Bacon (1961)


La obra de arte trasciende tanto lo racional como lo natural. Cuando te la encuentras, si tienes suficiente sensibilidad, la reconoces como lo que es. Te quedas admirado, con la boca abierta. Tu única posibilidad de relacionarte con ella es mediante la contemplación en el silencio. Lo que esa contemplación te deja dentro suele ser imborrable, te enriquece para siempre, ves el mundo de una forma distinta después de haberla contemplado.

Francis Bacon, el pintor angloirlandés, es un ejemplo insigne de lo que digo. Los héroes de Bacon son deformes, tan monstruosos que no pueden corresponderse con monstruos, hay algo más allí, un algo que no acabas de entender pero que te conmueve.
Una muestra de lo que digo es este cuadro, Head III. Lo reconoces enseguida como representando una figura humana, pero se trata de una figura deforme, grotesca. Sin embargo, las pinceladas, los colores, las sombras, el dibujo, toda la composición está muy trabajada y tiene una gran fuerza expresiva. Es evidente que en este monstruo Bacon ha querido representar algo y que ha puesto en ello todo su corazón, toda su alma y todas sus fuerzas, aunque posiblemente él mismo no sabría expresar con palabras de qué se trata, ya que lo suyo, como artista, es pintar.

Yo lo he contemplado y después, a la vuelta, he racionalizado esta contemplación. Mi comentario no tiene más valor que el de marcar un camino por el cual es posible identificarse con una obra de arte como ésta, aunque los caminos posibles son incontables.
La clave que yo veo en el cuadro es que el rostro humano que Bacon pinta no es uno, sino dos fundidos magistralmente en uno. A la derecha del cuadro según lo vemos hay un rostro carnoso y a la vez huesudo, de enormes morros y poderosas quijadas, que muestra un ojo izquierdo detrás de la gran lente redonda de unas gafas, el cual mira hacia su derecha. A la izquierda del cuadro asoma otro rostro, solamente asoma, como si quisiera ocultarse detrás del primero; su ojo derecho mira hacia su izquierda; muestra este rostro además una ceja espesa, de la que no hay huellas en el primer rostro.  La mano, por otra parte, solo sirve de apoyo al primer rostro, el segundo se le queda fuera.
Son dos rostros distintos, no me cabe ninguna duda, pero también está claro para mí que son un rostro único. En esta contradicción irreparable está el secreto que yo encuentro en este cuadro. Un solo yo, pero dividido, esa es la condición humana. El subrostro de la derecha podría representar el yo, el Ego freudiano, el subrostro de la izquierda el subconsciente, el Id de Freud. O el de la derecha representar el pasado y el de la izquierda el futuro de una vida humana. O la carne y el alma. O la posesión y la pasión. O lo malo y lo bueno. O todo lo anterior al revés. En definitiva, el monstruo convertido en héroe de Bacon representa nuestra naturaleza humana de animal dividido, esquizoo, en permanente contradicción consigo mismo. Llega así Bacon, con unos cientos o miles de pinceladas geniales y quizá también con esfuerzos de muerte, a representar lo básico de nuestro ser en el mundo: el conflicto, la duda, la negación permanente de la negación.

En los años 60 del S. XX, después de todo lo llovido, pasado y aprendido, es imposible pintar como un Velazquez o un Degas, incluso como un Picasso. Bacon intenta ser fiel a su tiempo y a mí me parece que lo consigue plenamente.

jueves, 28 de abril de 2011

Un fantasma recorre Europa, el fantasma del populismo

Llevo pocos días en Sevilla, afectada como toda España por una crisis económica sin precedentes. En la calle no se detecta crispación, sino tristeza, atonía, lo que es una prueba de la hondura del problema. Ayer, un taxista más joven y más envejecido que yo me hacía, mirándome de vez en cuando por el retrovisor, su memorial de agravios. "Es una vergüenza que un policía municipal gane tres veces más que el guardia de seguridad de una empresa privada, que se estén yendo del país los jóvenes mejor preparados, que los políticos que han destruido el sistema educativo del Estado tengan a sus hijos en los mejores colegios privados, que estos políticos no piensen sino en ganar las elecciones, que la gente vuelva a votarlos una y otra vez... pero yo todo esto no lo siento por mí, sino por mis hijos". Eso era más o menos lo que me decía.
Escuchándolo, veía yo el fantasma del populismo ganando los espacios públicos, sus raíces profundizando en las intimidades de lo privado. Pero ¿a qué clase de populismo me refiero?
 Este populismo que ahora renace en Europa y que quizá tenga un parangón en Argentina carece de bases teóricas, no se apoya sobre un cuerpo doctrinal bien asentado ni sobre una visión utópica del futuro. Es una consecuencia del mercado global y de las fuerzas ciegas que lo animan.
En el caso de la Unión Europea, los gobiernos nacionales han perdido su protagonismo económico, al estar sometidos a la disciplina de una moneda transnacional, el euro. Gobiernan para el presente, a golpes de timón para barajar las grandes olas que se echan encima pero sin brújula que permita definir un rumbo. La visión del futuro no existe.

Se gobierna para unas masas cuyas necesidades son cada día más primarias y que no tienen grandes aspiraciones más allá de una garantía de supervivencia.
Los políticos populistas creen que la riqueza ni se crea ni se destruye, sino que simplemente se transforma. Que su misión es quitársela a los ricos y repartirla entre las masas, empezando por ellos mismos, administradores populistas, y sus allegados. Pero a los ricos de verdad no hay quien les meta el diente, así que la única riqueza expropiable es la de las clases medias, que van siendo poco a poco destruidas.
El enemigo a batir por los políticos populistas está en las concepciones elitistas de la vida y los modos de vida correspondientes. Por un lado los ricos, pero por otro también los mejores, los más dispuestos a progresar y superarse. El sistema educativo pone a todos al nivel del más torpe o flojo, porque según los populistas no sería justo educar para la diferencia. Esto destruye las posibilidades redistributivas de la igualdad de oportunidades educativa y pone en peligro el futuro de las naciones sometidas al populismo.
Finalmente, el populismo pone un gran énfasis en la protección de determinados derechos individuales, como el de disponer del propio cuerpo, pero olvida otros quizá más importantes, como el de recibir una educación acorde con las capacidades intelectuales de cada individuo, o el derecho a tener un trabajo digno.


lunes, 25 de abril de 2011

Machis de Chiloé



La foto es una vieja postal tomada de Wikipedia. Representa a tres machis mapuches y puede haber sido hecha  a comienzos del S. XX. Las tres mujeres posan con el tambor y los cascabeles ceremoniales, en dos de los tambores el cuero está pintado con el emblema característico. Machis muy parecidas a éstas siguen estando presentes hoy día en toda la Araucanía. También las hay en Chiloé, aunque quizá menos abundantes y más escondidas.

Este tema de las machis me parece interesantísimo y de enorme significado cultural. Creo que debería ser investigado a fondo antes de que nuestra civilización tecnológica acabe diluyéndolo en sus banalidades, como ya ha hecho en otros muchos lugares. Intentaré explicar mis razones.

En lo poco que yo sé, las machis chilotas o mapuches tienen tres habilidades más importantes:
1).- Conocimientos en el uso de hierbas, hojas, cortezas y otros materiales naturales para la curación de enfermedades.
2).- Capacidades extraordinarias, es decir, muy superiores a las del común de la gente, para conectar con realidades espirituales, entendiendo por éstas las que están más allá de lo que podemos percibir por nuestros sentidos y que pueden influir sobre nosotros.
3).- Poderes de adivinación, que quisiera dejar reducidos a capacidades telepáticas, es decir, de adivinar el pasado o la situación presente de alguien por transmisión telepática.

Intento abordar el tema con un espíritu científico, o por lo menos racional. No entro en si las tres habilidades anteriores tienen una base real o no, me limito a definirlas operacionalmente, es decir, las acepto en cuanto a que existen testigos de ellas. Por poner un ejemplo referido a las habilidades telepáticas: un amigo chilote me contó que en una ocasión fue a visitar a una machi famosa, que vivía por los alrededores de Tenaun, muy lejos de donde él tenía su casa. Mi amigo no creía en el poder de las machis, lo consideraba pura superstición, pero su mujer sí, y fue ella la que insistió e insistió para que fueran a verla por unos dolores de espalda que ella tenía. Al fin él cedió; para el día que la machi les dio cita su camioneta estaba averiada, así que tuvo que alquilar otra para desplazarse. Cuando la machi los recibió, lo primero que hizo fue preguntarle a él qué hacía allí. Confuso, no supo qué contestar. La machi insistió: ¿qué hacía él allí, si no creía en sus poderes ni en la medicina que practicaba? Así que le ordenó que saliera de su casa y esperara fuera, lo que mi sorprendido amigo tuvo que hacer.

Evaluando ahora las tres habilidades de las machis:
Los conocimientos en medicina natural son fáciles de aceptar desde una perspectiva racional, no en balde están en el origen y la base de la farmacología científica.
Lo mismo sucede con los poderes espirituales, que podrían interpretarse como capacidades extraordinarias de sugestión.
Pero ante la adivinación/telepatía, todo intento de comprensión racional, en el estado actual de nuestros conocimientos, se derrumba. Habría que postular que existen unas misteriosas ondas de naturaleza desconocida que transmiten información desde el paciente a la machi; pero este postulado, si no viene acompañado de una hipótesis y de experimentos que puedan ponerla a prueba, no tiene valor científico alguno, es decir, no sirve para nada.

Hay una disciplina que investiga estos temas utilizando el método científico, la Parapsicología. Durante una parte del S. XX las mejores universidades del mundo tuvieron equipos científicos que hacían investigación parapsicológica, destacando el del profesor Rhine, en Duke University, North Carolina, USA.  Pero fueron incapaces de encontrar algo con valor probatorio, por ello la Parapsicología ha desaparecido prácticamente del mundo académico. Lo que intentaron los parapsicólogos fue demostrar que las habilidades telepáticas demostrables experimentalmente en poblaciones humanas son estadísticamente significativas. No lo consiguieron, principalmente porque sus experimentos no eran suficientemente reproductibles, quizá porque el ruido de fondo de sus montajes experimentales era muy alto (o lo que es lo mismo, las señales telepáticas eran muy débiles).

Hago ahora un paréntesis para traer mi experiencia personal en este asunto de las capacidades telepáticas, a las que también se da el nombre de poderes paranormales. Hace años estaba yo escribiendo un libro sobre la gente de la mar del Sur de España, quiero decir los pescadores de altura, gente que se pasaba meses en alta mar, metidos en sus pequeños barcos, capturando tiburones o peces espada. Había algunos pueblos a lo largo de la costa cuyas flotas pesqueras se dedicaban en exclusiva a estas actividades. Curiosamente, cada uno de estos pueblos tenía su propio perfil cultural. Predominaba una u otra de dos alternativas: o todos los pescadores de un pueblo eran ateos , o todos eran muy religiosos y supersticiosos. En cuanto a estos últimos, no salían a la mar sin haber consultado antes a una adivina, que además les preparaba amuletos para llevar en sus barcos. Los pescadores de uno  de estos pueblos, entre los que yo tenía algunos buenos amigos, consultaban en su mayoría a una adivina que vivía en una ciudad próxima. Le pedí una cita a esta señora y fui a verla. Me presenté como lo que era, un escritor que quería saber algo de cómo era su relación con los pescadores. Ella, que ya estaba preparada para echarme las cartas del Tarot, dejó la baraja a un lado y lo que hizo fue contarme su vida. Era hija única de una pareja de clase media en una ciudad de provincias. Su padre ejercía como abogado. Ella empezó a mostrar capacidades paranormales a los cinco años, con ocasión de la muerte de una vecina muy querida por su familia , que ella percibió a distancia y despertó llorando a sus padres, anunciándoles la noticia. Desde entonces este tipo de episodios paranormales se le presentaba de vez en cuando. Sus padres estaban aterrorizados, no podían aceptar aquella anormalidad en su hija, que les hacía verla como una bruja. De manera que la mantuvieron durante toda su infancia totalmente reprimida, prohibiéndole que ni siquiera mencionara el tema. Así llegó a los diecisiete años, totalmente frustrada porque había algo importante dentro de ella que se veía obligada a negar. Hasta que un día dejó la casa de sus padres y se fue a Londres; allí estudió en una escuela de Parapsicología y consiguió darle forma a sus poderes. Volvió al cabo de algunos años a España, donde empezó a ejercer como adivina.
Esto fue, entre otras cosas, lo que me contó. El caso es que toda su actitud me pareció razonable, y no vi el menor indicio de que me estuviera mintiendo ni de que se tuviera engañada a ella misma.
Tengo, por otra parte, aquí en España, un buen amigo gitano. Los gitanos son una etnia que hacia los S. XIV o XV emigró desde la península indostánica hacia Europa, llegando hasta su extremo occidental. Han mantenido bien su aislamiento genético, puede decirse que mi amigo es un gitano de pura raza. Los gitanos son considerados gente supersticiosa. Mi amigo lo es. Hablando de este tema de los poderes paranormales, me dijo un día que se daban con cierta frecuencia en los gitanos, más en las mujeres que en los hombres. Y que había bastantes jóvenes gitanas que “tenían poderes pero habían sido obligadas a olvidarse de ellos por la presión ejercida por sus padres”. Todo ello como consecuencia de que, durante varios siglos, en toda Europa se practicó la caza de brujas, y decenas de miles de mujeres  acusadas de brujas, quizá muchas de ellas con poderes paranormales, fueron quemadas en terribles hogueras “purificadoras”.

Hecho este paréntesis, vuelvo para terminar a la corriente principal de esta entrada. Creo que hay una ciencia capaz de enfrentarse con el problema de investigar la base real, si es que existe alguna, de  las capacidades telepáticas. Esta ciencia es la genética, pero me refiero a la genética clásica, a la mendeliana, no a la molecular de nuestros días.  La genética mendeliana es una ciencia dialéctica, que no estudia las cosas en sí, sino las relaciones entre las cosas. Mendel descubrió y Johanssen nombró a los genes, unos entes abstractos que eran los responsables de la herencia de los caracteres adquiridos, tan materiales estos como el color de las flores o la rugosidad de los guisantes. A partir de aquí, en una línea continua de investigaciones, se llegó al descubrimiento del DNA como material hereditario.
Un abordaje mendeliano podría usarse para estudiar si las capacidades paranormales de las machis son heredables, analizando, mediante test sencillos, las habilidades telepáticas de linajes familiares de machis.

Lo que no sé es si un proyecto así, que considero oportuno científicamente, lo sería también desde un punto de vista ético. Por dos razones: la primera, lo que supondría de intromisión en el mundo personal de las machis; la segunda, ¡ay!, lo que podría hacer la tecnociencia con las aplicaciones de una telepatía mejorable y controlable técnicamente.

viernes, 22 de abril de 2011

Semana Santa en Sevilla


Este crucificado es llamado "El Cachorro" y dicen que su escultor se inspiró 
en un joven gitano moribundo de una puñalada en una pelea callejera para
 tallar su imagen.
El Señor del Gran Poder. He visto entrar su
 "paso" desde una callejuela en la Plaza del
 Duque y cómo las más de diez mil personas
 que estaban allí esperándolo en la madrugada 
del Viernes Santo han enmudecido en un
 instante
He llegado a Sevilla en plena Semana Santa, la celebración más grande que se vive aquí desde el S. XVI. Consiste en que de todas las iglesias de la ciudad salen cofradías en procesión con sus imágenes sagradas,  hasta la Catedral y vuelta. Este año ha sido imposible por las fuertes lluvias que están cayendo, lo que casi todos los sevillanos lamentan.
La Semana Santa es un brillante espectáculo lleno además de significado cultural. La imaginería religiosa que se exhibe por las calles es magnífica, casi toda muy antigua, no en balde la pintura y la escultura de la Sevilla del siglo XVI estaban a la cabeza de Europa. Esta Semana Santa sevillana es hija del Concilio de Trento, cuando la iglesia romana se despierta de su corrupción y decide renovarse para hacer frente al protestantismo. Una de las reacciones de esta Iglesia arrepentida es la de reafirmarse en el culto a las imágenes sagradas (el protestantismo es iconoclasta), y Sevilla, que es profundamente trentina,  hace eso, venerar a sus imágenes sagradas, pasearlas por las calles, mostrarlas y adorarlas hasta la extenuación, llegando casi al límite del paganismo. Como trentina, Sevilla es también profundamente mariana, la devoción a la Virgen María alcanza semejanza con la que se le tiene al propio Jesús, por eso en la Semana Santa las Vírgenes son tan importantes y veneradas como las imágenes de Jesús crucificado o con la cruz a cuestas.
Todo esto es catolicismo profundo. Recuerdo cómo se escandalizaban de las imágenes españolas del Crucificado unos rusos amigos míos, que eran cristianos ortodoxos. Este cristianismo oriental, aunque adora también a sus bellísimos iconos, es mucho más dulce que el catolicismo español profundo, que a ellos les parece que se complace demasiado en la sangre, el sudor y las lágrimas. Pero así es.

La Virgen de la Esperanza Macarena, casi un
 símbolo de Sevilla, en todo caso una referen-
cia permanente para muchos sevillanos.
Por otra parte, el catolicismo a la sevillana tiene como una de sus raíces más íntimas, producto quizá de su trasfondo cultural romano y árabe, un sentimiento estético de la vida, en contraposición al sentimiento ético de la vida que impera en formas del cristianismo más puritanas, como el catolicismo castellano o el protestantismo. El sentimiento estético de la vida te lleva a buscar la verdad a través de la belleza, mientras que el sentimiento ético lo hace a través de la justicia. La belleza de las imágenes religiosas te entra por los ojos, y dado el drama que se vive en la Pasión de Jesús que la Semana Santa conmemora, te inspira piedad, y la piedad te lleva a la compasión, una compasión que se hace universal convertida en caridad. 

Esta es la teoría, que en Sevilla funciona razonablemente bien en la práctica, porque es una ciudad afable y acogedora. A finales del S. XVII perdió la mitad de su población por una epidemia de peste bubónica y pocos años después los derechos exclusivos al tráfico comercial con América porque los barcos que por entonces se construían, los galeones, eran ya más grandes de lo que permitía el calado del río Guadalquivir. Desde entonces, como otras muchas grandes ciudades mediterráneas, se arrastra por la historia contemplando e intentando preservar su belleza. Sevilla es vieja e ilustre. En uno de sus barrios, Itálica, nacieron dos emperadores romanos, Trajano y Adriano.  A finales del S. XIII fue reconquistada a los árabes después de seis siglos de dominación islámica, y la torre de su mezquita mayor convertida en una de las torres cristianas más bonita del mundo, la Giralda, enclavada en una catedral gótica que es a su vez el tercer templo cristiano en tamaño del mundo, después de San Pedro en Roma y San Pablo en Londres, aunque construido muchos siglos antes que estos dos. Luego, a lo largo de los siglos XVI y XVII fue el puerto de Indias, el único que tenía derechos de tráfico con América, y como consecuencia de ello una de las ciudades más grandes y florecientes de Europa. Después, como ya he dicho, cayó sobre ella la desgracia, en forma de epidemias de peste, avances tecnológicos que la desbordaron, invasión napoleónica y decadencia de España. Pero a lo largo de todos estos últimos siglos dudosos y difíciles fue capaz, no sé cómo, de conservar siempre su alegría y su satisfacción consigo misma. Sevilla, que es muy bella, ha estado siempre enamorada de sí misma. Quizá haya sido esto lo que la ha salvado de desmoronarse en el olvido.

Los nazarenos o penitentes, hermanos de las Cofradías sevillanas
  que acompañan encapuchados a sus "pasos" en las procesiones
 de la Semana Santa de Sevilla. Aunque tengan un aspecto parecido, 
son todo lo contrario a un miembro del Ku Klux Klan.

martes, 19 de abril de 2011

Canal de Chacao



Cruzando hoy el canal de Chacao hacia el Chile continental, camino de España, yo miraba sus aguas azules y profundas, atormentadas por los remolinos y afloramientos de multitud de corrientes misteriosas, pensando que esta es una verdadera puerta de Chiloé. Hay que llamar a ella, cruzarla y cerrarla: eso es lo que hace el barco, tanto cuando entras en Chiloé como cuando sales. En el trayecto te encuentras con toda una fauna que, si es la primera vez que viajas tan hacia el Sur, te sorprende y fascina: los cormoranes en sus vuelos horizontales, rasantes y potentes, las golondrinas de mar cayendo en picado sobre cardúmenes de peces pequeños que tú desde el barco no ves; los sesudos y calmosos pelicanos, esperando casi siempre algo que tú desconoces; los lobos marinos, con sus cabecitas de sirena asomando sobre las aguas.


Para mí esta tarde, la puerta del canal de Chacao se abría hacia fuera. Dejaba atrás Chiloé, en momentos así es cuando llegas a darte cuenta de lo que pierdes. 
Ante todo, pierdes un misterio que estabas empezando trabajosamente a comprender: Chiloé no es convencional, sus claves son distintas a  las de las ciudades en que viven más del 80% de los occidentales.
Luego pierdes un sentido del transcurrir del tiempo muy próximo a los ciclos de la naturaleza, en contraposición a ese tiempo urbano gobernado por los horarios televisivos y las horas punta. 
Finalmente, pierdes el silencio y la paz que con él viene. 
No, finalmente no. Pierdes más cosas, pero no es este el espacio para enumerarlas todas.

No sé cuánto durará este Chiloé tan especial, tan distinto. Con un poco de suerte en lo económico, puede ser mucho. Siempre que los poderes de todo tipo que vuelan sobre el mundo no se fijen demasiado en él, no lo elijan como campo de batalla donde ganar medallas en la lucha interminable por el progreso, quiero decir, por su progreso, el de ellos.

¿Soy retrógrado? No lo creo. Soy capaz de ver un Chiloé fiel a sí mismo que gestione su propio progreso, donde no haya sillones de dentista en que le quiten hasta las raíces de sus dientes. Para eso necesita ayuda, claro que sí, como cualquiera. Pero la merece.


domingo, 17 de abril de 2011

El grito de Edvar Munch (1893)

El héroe del cuadro de Munch está cruzando un puente. Si se tapa los oídos es para no escuchar los gritos que le llegan desde la orilla que está abandonando. Este lado del puente, desde el que nosotros lo observamos, no significa nada para él. De hecho, da la impresión de que a nosotros ni siquiera nos ve.

 Quizá esos gritos que el héroe de Munch no quiere escuchar sean una petición de auxilio. O argumentos y promesas que lo tientan para que vuelva. O, por el contrario, insultos y amenazas de los que lo han expulsado de la orilla que se ve obligado a abandonar.

Con los datos que nos da el cuadro, es imposible dirimir entre esas alternativas.  Pero en cualquiera de ellas, el puente deja de ser una vía de unión para convertirse en una vía de escape. Es un puente con una sola dirección, el escenario de un fracaso. Por eso Munch llena el cuadro de pinceladas de angustia, en el cielo incendiado, en el río turbulento y en el rostro deshumanizado del héroe.

Eso quizá sea este cuadro: un autorretrato de la angustia, esa encontradiza que nos acompaña en algunos trayectos de nuestro camino por la vida. 

Conviene conocerla para ser capaz de exorcizarla.

viernes, 15 de abril de 2011

Velorios, velatorios y tanatorios

Animita en el camino de Ancud a Duhatao

No me gustaría terminar esta primera etapa de mi inmersión en Chiloé sin hablar algo del culto a los muertos. Empezaré desmitificando el asunto: no creo que haya nada especialmente morboso o supersticioso en la cultura chilota relacionado con la muerte. Los valores de la sociedad chilota siguen siendo en buena medida los de una cultura campesina, muy próxima a la naturaleza e integrada con ella. Este tipo de sociedades tiene que marcar con más intensidad que otras las diferencias entre lo natural y lo humano, precisamente por ser fronterizas. Aunque parezca paradójico, mientras más próxima a la naturaleza está una sociedad, más intensos y patentes suelen ser sus valores espirituales. Entre estos ocupa un lugar destacado el de la actitud ante la muerte.

Un animal, al menos un mamífero, experimenta sufrimiento como puede experimentarlo un humano. Cualquier animal es por lo tanto tan digno de compasión como nosotros, tan merecedor de que se le proteja contra el sufrimiento. Un animal también es capaz de manifestar amor y ternura. Pero solo el animal humano ha considerado la muerte como algo intolerable, solo él ha dedicado buena parte de sus esfuerzos, principalmente a través de la medicina, en tiempos más antiguos de la magia, a luchar activamente contra ella. La muerte, para los humanos, es inaceptable, es ese gran fracaso en el que termina la vida de todo individuo humano. Casi me atrevería a proponer que fue la rebeldía contra la muerte lo que echó a Adán y Eva del Jardín del Edén. Las filosofías y las religiones que han predicado una vida después de la muerte nos han ayudado a tragar esta amarga píldora, pero aún el santo que acepta mansamente su muerte sabe que morir es nada menos que dejar de vivir, dar un triple salto mortal en el vacío. Enfrentarse en el mejor de los casos a la indeterminación de un juicio terrible, en el peor no tener ya que enfrentarse a nada, o mejor expresado, ser nada, todavía mejor dicho, no ser.

Simone Weil, la gran mística francesa, lo articuló con admirable precisión: “la hora más importante de la vida es la hora de la muerte”. Pero no solo es la muerte así de importante para el que muere. Para los que permanecen vivos la muerte de un ser querido, incluso de cualquier otro humano de los que mueren cada día en el mundo, esa muerte concreta de uno de ellos es también un acontecimiento trascendental. Esta situación obliga siempre a revestir a la muerte de un ceremonial, una liturgia que permita a un grupo humano compartir el significado de ese enorme escándalo que es que alguien, una persona, haya muerto. A ese ceremonial quiero referirme ahora, comparando cómo se recibe a la muerte en el Chiloé campesino y cómo se hace en las sociedades urbanas.

En el Chiloé campesino a la muerte se la recibe con un velorio, que es un acontecimiento social de primera importancia. Todos los miembros de una comunidad rural acuden al velorio de un difunto y lo acompañan después a su entierro. Lo más significativo es que el velorio suele durar dos noches con su día entremedio. La familia del difunto carnea un animal y se vuelca en atender a los que tienen la generosidad de acompañarlos. El velorio es un importante acontecimiento social, manifestación de dolor y solidaridad pero también afirmación de vida renovada. Quién sabe en cuántos velorios una pareja de jóvenes se ha mirado por primera vez a los ojos y ha iniciado así una carrera de amor permanente.

En sociedades más urbanas, el velorio campesino evoluciona hacia lo que en España llamamos el velatorio, que no es más que un velorio minimalista. En sus rasgos esenciales es como el velorio, la comunidad de amigos y conocidos acude a casa del difunto a honrar su memoria y acompañar a su familia. Pero ahora todo es mucho más funcional y rápido. El velatorio suele durar solamente una noche, con el difunto de cuerpo presente, y la invitación es solo a café y galletas.

Finalmente, en sociedades totalmente urbanas, el velatorio es desplazado por el tanatorio. Este significa la máxima standardización y tecnificación del ceremonial de la muerte. Un tanatorio es realmente una industria funeraria, dicho sea con el máximo respeto, porque los tanatorios resuelven importantes urgencias personales y sociales. Suelen ser gestionados, al menos en España, por grandes compañías multinacionales, que disponen de los procedimientos y las tecnologías para ello. Aunque en lo esencial el tanatorio satisface las mismas necesidades ceremoniales que el velorio y el velatorio, aparecen  ya diferencias que tienen  la categoría de saltos cualitativos. La que más me llama la atención es el tratamiento del difunto: desde el momento en que se certifica la defunción, el cadáver pasa a las manos del personal técnico del tanatorio, que lo maquilla y lo viste para presentarlo en una sala acristalada a la vista de todos sus familiares y amigos; de aquí pasa a la misa funeral, el rito todavía general en una sociedad como la española que sigue siendo católica y, finalmente, en una mayoría de los casos a la incineración y entrega de las cenizas a los familiares.

Esta transición del velorio al velatorio al tanatorio, ¿es razonable? Creo que sí, hay que decirlo con énfasis. Los modernos tanatorios alivian mucho la carga emocional de la familia del difunto,  además son prácticos y eficientes.

Pero a la vez, los tanatorios trivializan sin duda el entorno de la muerte, a la que tienden a convertir así en una rutina más. Desde esta perspectiva, el tanatorio quizá sea otro paso, no desde luego el único, hacia una sociedad más deshumanizada y cautiva de la tecnología, también más individualista y menos comunitaria. Más dispuesta a aceptar la muerte como una incidencia más de la vida, al fin y al cabo, se viven tantas vidas sucesivas en las sociedades avanzadas, se muere, sin llegar a morir, tantas veces…

En cualquier caso, y voy concluyendo, los velorios chilotes me parecen un excelente ejemplo de cómo en sociedades como la de Chiloé se conservan todavía vivos unos valores espirituales que en sociedades más avanzadas estamos perdiendo. Y no hablo de valores religiosos, sino que afectan, en mi opinión, a lo más profundo de la condición humana, ese negarse a aceptar la muerte como algo inevitable, ese considerar cada muerte una gran derrota que debemos celebrar, paradójicamente, para que no se nos olvide cuál es nuestro desafío: vencerla, como decían los antiguos, de grado o por la fuerza.

No quiero dejar sin mención otro elemento  de la celebración espiritual de la muerte en Chiloé, las animitas. Sé que hay animitas, de una forma u otra, en toda Latinoamérica y también en España. Pero las animitas chilotas tienen una gracia especial, no solo por la belleza del paisaje que las rodea. Están llenas de candor y manifiestan, a través del primor con que se las cuida, la convicción de que algo espiritual del difunto, que suele serlo de muerte accidental, ha quedado en el sitio donde murió. Hay otro fenómeno que me llama mucho la atención respecto a las animitas: cuando voy en la camioneta de Duahatao a Ancud o vuelta con algún vecino o amigo, muchos de ellos se santiguan ante cada una de las numerosas animitas que  vamos dejando atrás. Otra manifestación de respeto hacia ese acontecimiento trascendental que es la muerte humana.

Queden pues, las quizá demasiado largas consideraciones que he hecho en esto: en Chiloé todavía se tiene bien claro lo que significa que una persona muera: se trata de algo que va mucho más allá de la desaparición del propio difunto y del dolor de su familia, algo que afecta a toda la comunidad y que debe celebrarse cada vez que tiene lugar. Para que no se nos olvide.

jueves, 14 de abril de 2011

Viento de travesía


Hoy soplaba un fuerte viento de travesía en la costa occidental de Chiloé. Este término de "viento de travesía" es muy marinero y antiguo; en España solo lo conserva vivo alguna gente de la mar, pero en Chile parece ser de uso común. Es viento de travesía todo aquél de intensidad fuerte que sopla perpendicularmente sobre una costa sin abrigo, de modo que en los tiempos de los barcos de vela estos corrían el peligro de ser abatidos sobre la costa y naufragar. En Chile  son vientos de travesía todos los de componente Oeste, en Chiloé más particularmente los Suroestes.

Levantaba esta mañana el viento de travesía una espectacular mar de viento, que en la  foto puede verse entrando en la ensenada de Pumillahue con mucha potencia y grandes olas. Un espectáculo bellísimo y sobrecogedor, que te hace sentirte pequeño y afortunado al contemplarlo.

miércoles, 13 de abril de 2011

La nube y el árbol seco










La nube envidia en el árbol seco su sitio propio en el mundo.










El árbol seco envidia en la nube su vagabundear por el cielo.









Sin darse cuenta de que los dos van navegando juntos.










martes, 12 de abril de 2011

Las olas son aguas hechas olas de agua

(Conviene cliquear  en la foto para verla en todo su tamaño)

La foto ilustra el Pacífico visto esta tarde desde la costa de Chiloé. Si asignamos los puntos cardinales a cada uno de sus lados, Norte arriba, Sur abajo, Oeste izquierdo y Este derecho, hay una mar de fondo que viene formada en olas grandes y regulares procedentes del NNW , y una mar de viento que hoy era  lo que los marinos llaman rizada, hecha de olas mucho más pequeñas, impulsadas por  brisas locales sin dirección fija.

La mar de fondo siempre se forma lejos de donde uno la observa como tal, viene hecha por vientos muy fuertes que están soplando en aguas lejanas, constantemente en la misma dirección. La mar de viento es la que el viento que nos está soplando a nosotros en la cara, levanta en olas en las mismas aguas en que la estamos observando. 
Una y otra pueden variar mucho en altura y peligrosidad. Las olas de la mar de fondo pueden ser majestuosamente altas o casi inapreciables. Las de la mar de viento, rizos como los de la foto cuando soplan brisas, u olas enormes, encrespadas y peligrosas cuando soplan temporales.

La situación no es la misma cerca de la costa que en mitad de un océano. En este último caso, las mares de fondo pueden llegar hasta donde estamos desde muchas direcciones distintas.  Los vientos que nos dan en la cara también pueden cambiar mucho de dirección y fuerza, de manera que las mares de viento varíen mucho en dirección y tamaño de las olas. El resultado final es que en mitad de un océano lo que uno suele ver no son trenes de olas que avanzan disciplinadamente en una dirección constante, sino olas individuales que suben y bajan, se hinchan y desaparecen, aquí y allá, con intensidades muy variables. Salvo que se entable un fuerte temporal de viento en una dirección determinada, lo que en general, solo sucede a veces.

Hace algunos años tuve la oportunidad de cruzar el Atlántico desde Europa hasta América y vuelta en un pequeño velero. Me harté de ver olas de todos los tamaños, empleando el verbo hartarse en el sentido de saciarse sin cansarse nunca. Al mismo tiempo iba leyendo un libro, "El Monje y el Filósofo", integrado por una serie de conversaciones entre un padre y su hijo. El padre y filósofo era Jean Francois Revel, un gran  humanista y periodista francés que ha muerto hace poco. El hijo y monje Matthieu Ricard, biólogo molecular que estando en la culminación de su éxito, trabajando con el Nobel francés Francois Jacob, lo abandonó todo y se hizo monje budista. Las conversaciones versaban sobre la comparación entre dos mundos, el Occidente librepensador de raíces cristianas y el Oriente budista y tibetano.

A lo largo de muchos días viviendo al ras de las olas oceánicas, tuve la oportunidad de integrar, sin darme cuenta, lo que leía en el libro con lo que veía en las aguas, hasta que un día la síntesis se me dibujó claramente en el pensamiento, sorprendiéndome. 

La vida individual y la historia de los humanos se asemejan a la superficie del mar. Todos los humanos y las colectividades que formamos, subimos y bajamos, en esperanzas y decepciones, éxitos y fracasos, amores y desamores, optimismos y miedos, paces y guerras, prosperidades y pobrezas. Pero tanto nuestras subidas como nuestras bajadas están limitadas en su magnitud. Subir puede verse como la primera parte de lo que terminará siendo una bajada, y bajar como la primera parte de lo que terminará en subida. Desde esta perspectiva, que sería la oriental o budista, lo importante en la vida no es subir o bajar, sino profundizar en el yo interior, buscar la paz en el conocimiento de los tesoros  que en uno mismo y  en los demás permanecen habitualmente ocultos. Sentirse en definitiva agua, intensamente agua, más que olas que suben y bajan, vienen y van. Sentir lo permanente en el seno de lo mudable.

Pero también sucede en la vida y en la historia que a veces soplan viento fuertes de dirección constante, que forman trenes de olas que avanzan mucho en una dirección fija. Desde esta perspectiva, que sería la occidental o cristiana, nuestro objetivo en la vida tiene que ser subirnos en la ola del progreso, o de la salvación, o de la caridad, o de la justicia, o de la libertad/igualdad/fraternidad, o la de un planeta que camina decidido a llegar a ser por fin solidario y sostenible. Sentirse en definitiva ola, intensamente ola que avanza, más que aguas que solamente suben y bajan. Sentir lo que progresa en el seno de lo que no cambia.

Creo que las dos perspectivas son válidas, complementarias y hasta integrables. Que lo esencial es aceptar que el camino de la vida y de la historia es a la vez horizontalmente lineal, como el de la trayectoria de una ola, y verticalmente circular, como el de las partículas de agua por sobre las cuales esa ola pasa. Que lo importante es mantener un equilibrio entre los dos movimientos.

Yo me he sentido a lo largo de mi vida mucho más ola que agua. Puede que ya sea tarde para arrepentirme, pero no para avisar a los más jóvenes, aunque no me hagan mucho caso. 

En cuanto a Chiloé, creo que es mucho más agua que ola. Quizá sea eso lo que he venido a buscar aquí.

domingo, 10 de abril de 2011

Halcon peregrino subsp. Cassini (2)





La hembra de halcón peregrino me visitó ayer otra vez. Pude hacerle una foto precipitada, a la que dedico esta entrada por la potencia impresionante de su ojo izquierdo.


 Daría cualquier cosa por experimentar cómo se ve el mundo desde dentro de esos ojos.

sábado, 9 de abril de 2011

Diabluras de la Fiura, mujer del Trauco

Las aguas que frecuenta la Fiura son difíciles de ver, porque corren por lo más hondo de los bosques, escondidas bajo el sotobosque. La foto muestra un lugar encantado, cercano a mi cabaña, donde confluyen varias vertientes. Uno puede oír el correr del agua, pero solo ve los helechos y los juncos bajo los que se esconde, a no ser que se acerque mucho. Este murmullo del agua que corre bien podría ser, a veces, el canto de la Fiura.




Esta historia me la ha contado también, como la del Caleuche en el río Pudelle, mi amigo Nelson Ampuero. Está relacionada con el Trauco en dos aspectos: transcurre en los bosques espesos y solitarios en los que viven criaturas sobrenaturales de las que es siempre difícil saber, cuando te encuentras con ellas, si sus intenciones son buenas o malas; y tiene por protagonista a la Fiura, personaje destacado de la mitología chilota de la que algunos dicen que es la mujer del Trauco, es decir, la hembra a la que el Trauco fecunda para asegurar su descendencia.

Esta interpretación de las relaciones de Fiura y Trauco, aunque es la, por así decirlo, oficial, no está generalizada. Mi amiga María, por poner un ejemplo de una chilota que se ha criado aislada en el campo, no conoce ni reconoce a la Fiura, y como contrapartida tiene una fe absoluta en la existencia del Trauco, al que como ya he contado en estas páginas, ella y muchos más llaman el Roende. Para María el Roende es una criatura espiritual, y quizá como consecuencia, inmortal. Uno no se pregunta cómo se reproduce el Roende, que emana de los bosques como una transustanciación de los mismos, eso es todo.

Pero la Fiura, por el simple hecho de su existencia, rebaja al Trauco de una categoría mitológica semejante a la de un dios griego, que es inmortal y por lo tanto libre de las angustias de reproducirse, a la de un héroe, siempre mortal salvo en el caso de Hércules, héroe pues mortal que tiene que buscar a la hembra para asegurarse esa   pseudoinmortalidad transmitida que a los padres nos dan nuestros hijos hijos. La Fiura está a la misma altura degradada del Trauco, es digna de él: pequeña, fea feísima, con un aliento maloliente y llena de pasiones perversas. Así como el Trauco es el señor indiscutible de los bosques más salvajes, la Fiura lo es de las aguas que corren por ellos, siempre escondidas bajo el manto de los árboles inmensos. Le gusta a la Fiura estar cerca del agua, de las lagunas misteriosas o de esas zonas bajas en las que confluyen varias vertientes; por esos sitios es donde se la puede encontrar. De acuerdo con el carácter de esta criatura mitológica, su genealogía está llena de desgracia y perdición, porque es hija de la que llaman la Condená, una mujer, cien por cien humana, que en su día fue una joven muy bella pero que se dejó perder por las malas pasiones y los vicios, terminando como un ser depravado, repudiado por todos los humanos, que vagaba solitario por los bosques. El Trauco fecundó a la Condená y de ella nació la Fiura, que a su vez fue y ha seguido siendo fecundada por el Trauco, estableciéndose así un linaje incestuoso, marcado por la desgracia.

Pues de un encuentro con la Fiura trata esta historia que me contó Nelson Ampuero. Es tan apasionante como la que también me contó del Caleuche, que he publicado en este blog algunas páginas más arriba. Su protagonista es otra vez el padre de Nelson, Ricardo Ampuero, que fue quien se la contó a él. Siendo Nelson el menor de 18 hermanos, su padre lo mimaba mucho. Había noches que el niño no se podía dormir y su padre se lo llevaba a su cama y le contaba historias como ésta. Supongo que a Nelson no le entraría sueño con ellas, sino que se desvelaría totalmente. Pero incrustadas en él se quedaron, las lleva con todo orgullo en su bagaje humano, sin olvidar el menor detalle, como tesoros de la milenaria mitología chilota que forman parte de su cultura personal.

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“Mi padre Ricardo Ampuero había entrado ya en la segunda de sus vidas. Había dejado las soledades de Puchilcan y vivía en Ancud. Su primera mujer había muerto y se había casado con la segunda, mi madre, de la que había empezado a tener hijos, aunque yo, Nelson, todavía no había nacido.
Aún viviendo en Ancud, Ricardo Ampuero seguía ganándose su vida en el campo, convertido ahora en un experto fabricante de tejuelas de canelo, lo que lo tenía casi siempre en los bosques. También hacía carbón vegetal. Esta segunda actividad solía practicarla en las propiedades del tío Pancho, que se extendían por los cerros que hay a unos 7 km al Sur de la playa de Lechagua, según se sube por el camino de Pauldeo, que todavía hoy existe. El tío Pancho ponía sus árboles y Ricardo Ampuero sus habilidades como leñador y carbonero, en un negocio en el que iban a medias.

Acompañaba en esta ocasión a mi padre mi hermano Lucho, que tenía catorce años. Estaban haciendo carbón, que consiste en quemar muy lentamente un montón de leña,  con muy poco acceso de aire, de modo que la combustión sea incompleta y los trozos de leña se conviertan así en carbón vegetal. Tenían el horno  a unos tres kilómetros de la cabaña del tío Pancho. La mayoría de las noches iban a dormir a ésta, pero a veces, cuando terminaban tarde la faena, se quedaban junto al horno, en una rancha hecha con unos cuantos  palos a modo de carpa, cubierta con junquillos para protegerse de la lluvia y con el suelo convertido en colchón mediante una capa de paja ratonera; tendría unos tres metros cuadrados, el tamaño justo para que padre e hijo pudieran deslizarse dentro a dormir.

Aquella noche habían decidido quedarse a dormir en la rancha porque ya era tarde. Lo que comían normalmente cuando estaban en el monte era un estofado de chelquican con papas. El chelquican es carne de vacuno cortada en tiras muy finas, salada y puesta a secar y ahumar colgando del techo, justo encima del fogón de una de aquellas cabañas antiguas. En el monte,  ponían agua a hervir en una olla sobre una candela y allí echaban las papas peladas y el chelquican, obteniendo así en poco tiempo y en condiciones muy precarias una comida bastante nutritiva. Pero aquella noche les faltaba agua para el guiso. Había un pozo a unos doscientos metros de distancia. Ya era oscuro, pero mi padre mandó a mi hermano Lucho a coger el agua mientras que él preparaba el fuego.

Lucho tardaba en volver y nuestro padre empezó a preocuparse. De pronto empezó a oír los gritos de Lucho, con voz desgarrada: ”Papá, papá, que me llevan”.

Mi padre Ricardo no lo pensó dos veces. Cogió su machete, el que había traído de Comodoro Rivadavia, en Argentina, el mismo con el que consiguió librarse del enorme perro negro que resultó ser el capitán del Caleuche, y echó a correr hacia el pozo. Lucho no dejaba de gritar desesperadamente. Cuando mi padre llegó al pozo Lucho ya no estaba allí, pero las voces de mi hermano le marcaron la dirección en la que se lo llevaban. Mi padre arrolló el monte corriendo, a la vez que gritaba a quién fuera el raptor que soltara a su niño o lo iba a degollar. Así hasta que tropezó en la oscuridad con Lucho, tendido en el suelo y llorando.

En brazos lo llevó mi padre hasta la candela, junto a la rancha. La luz brillante y cálida del fuego fue disipando poco a poco el terror de Lucho, hasta que por fin dejó de llorar y pudo hablar. Le contó a nuestro padre que estando él sacando el agua del pozo, alguien lo atrapó por detrás. Estaba muy asustado, pero se debatió e intentó liberarse. Quien lo había cogido tenía el pelo muy largo y cuerpo de niña. “Era mucho menos alta que yo”, le contó Lucho, “como mucho me llegaba al pecho”. También le explicó que era muy delgadita, pero tenía una fuerza tremenda, muchísima más fuerza que él. “Me arrastraba hacia el bosque y yo no podía evitarlo”.

Mi padre comprendió enseguida que se trataba de la Fiura, a la que también se podría llamar la Trauca, porque era la mujer del Trauco. Vive en lo más hondo de los bosques pero siempre cerca del agua. Le gusta raptar a hombres jóvenes para seducirlos. Luego los vuelve locos con un soplido de su aliento fétido y los deja vagando por el bosque, a su servicio, hasta que mueren.

Pero por supuesto mi padre no le contó entonces nada de esto a mi hermano Lucho. Le dijo que habría sido una alucinación suya, que a veces pasan estas cosas en el bosque. Solamente mucho más tarde, cuando ya estaban en Ancud, le explicó la verdad”. 

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Una vez que me la ha contado, Nelson y yo hemos discutido esta historia de la Fiura. Yo he argumentado cómo, si es tan fiera y tiene un aliento fétido tan poderoso, no se revolvió contra Ricardo Ampuero y lo neutralizó, pudiendo así llevarse a su hijo Lucho. Hemos llegado a la conclusión de que estos personajes mitológicos de los bosques chilotes no son, al igual que otras criaturas sobrenaturales, ni buenos ni malos en el sentido que los humanos le damos al Bien y al Mal. Sus reacciones a nuestra presencia o nuestra provocación son siempre imprevisibles. Por eso, más que porque sean absolutamente malignos, es por lo que no nos conviene encontrarnos con ellos.


A mí, que no soy experto en mitologías (de hecho no soy experto en casi nada; por definición, solo se puede ser experto en poquísimas cosas) los personajes mitológicos chilotes me recuerdan más y más, a medida que los voy conociendo, a los dioses griegos y su cohorte de semidioses, héroes, sátiros y ninfas de los arroyos. Representan a las grandes fuerzas del cosmos tal y como este Cosmos se hace presente en Chiloé. Son entes espirituales que no tienen el trasfondo moral e intelectual característico de los humanos. Quizá por eso resultan, desde nuestro punto de vista, caprichosos, imprevisibles, incomprensibles. Pero lo que son es, sencillamente, otro misterio bien distinto al nuestro. Las leyendas que montamos acerca de ellos constituyen nuestro esfuerzo por humanizarlos para así intentar comprenderlos.

Y solo pueden hacerse presentes allí donde se dan los campos de fuerzas que de alguna manera los constituyen. El Trauco o Roende, por poner un ejemplo, solo puede encontrarse en bosques como los chilotes. Sería absurdo buscarlo en Santiago o en Madrid, como sería absurdo que un santiaguino o un madrileño creyeran en su existencia. El Caleuche, por poner otro, solo puede hacerse presente en costas tan bravas y peligrosas como las chilotas que se abren al Pacífico. No porque represente a estas costas en lo que tienen de material, sino al sufrimiento y la desgracia que tantos marinos durante tantos siglos han padecido a lo largo de ellas.

Ya sé que todo este asunto es mucho más complicado de como yo lo estoy razonando. Solo pretendo aproximarme un poquito, casi nada, al inmenso problema de comprenderlo. Aunque lo más sensato quizá sea lo que hacen muchos chilotes: limitarse a sentirlo.

Esta cascada está  cerca del canal Moraleda, frente al archipiélago de los Chonos. Pero en Chiloé  también las hay así. El agua que corría escondida bajo el bosque se descubre totalmente cuando se precipita al mar. Está ya en los dominios de la Pincoya, bella y buena. Se ha librado de las sombras tenebrosas que antes ha compartido con la desgraciada Fiura, a la que deberíamos compadecer.