domingo, 17 de abril de 2011

El grito de Edvar Munch (1893)

El héroe del cuadro de Munch está cruzando un puente. Si se tapa los oídos es para no escuchar los gritos que le llegan desde la orilla que está abandonando. Este lado del puente, desde el que nosotros lo observamos, no significa nada para él. De hecho, da la impresión de que a nosotros ni siquiera nos ve.

 Quizá esos gritos que el héroe de Munch no quiere escuchar sean una petición de auxilio. O argumentos y promesas que lo tientan para que vuelva. O, por el contrario, insultos y amenazas de los que lo han expulsado de la orilla que se ve obligado a abandonar.

Con los datos que nos da el cuadro, es imposible dirimir entre esas alternativas.  Pero en cualquiera de ellas, el puente deja de ser una vía de unión para convertirse en una vía de escape. Es un puente con una sola dirección, el escenario de un fracaso. Por eso Munch llena el cuadro de pinceladas de angustia, en el cielo incendiado, en el río turbulento y en el rostro deshumanizado del héroe.

Eso quizá sea este cuadro: un autorretrato de la angustia, esa encontradiza que nos acompaña en algunos trayectos de nuestro camino por la vida. 

Conviene conocerla para ser capaz de exorcizarla.

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