jueves, 28 de abril de 2011

Un fantasma recorre Europa, el fantasma del populismo

Llevo pocos días en Sevilla, afectada como toda España por una crisis económica sin precedentes. En la calle no se detecta crispación, sino tristeza, atonía, lo que es una prueba de la hondura del problema. Ayer, un taxista más joven y más envejecido que yo me hacía, mirándome de vez en cuando por el retrovisor, su memorial de agravios. "Es una vergüenza que un policía municipal gane tres veces más que el guardia de seguridad de una empresa privada, que se estén yendo del país los jóvenes mejor preparados, que los políticos que han destruido el sistema educativo del Estado tengan a sus hijos en los mejores colegios privados, que estos políticos no piensen sino en ganar las elecciones, que la gente vuelva a votarlos una y otra vez... pero yo todo esto no lo siento por mí, sino por mis hijos". Eso era más o menos lo que me decía.
Escuchándolo, veía yo el fantasma del populismo ganando los espacios públicos, sus raíces profundizando en las intimidades de lo privado. Pero ¿a qué clase de populismo me refiero?
 Este populismo que ahora renace en Europa y que quizá tenga un parangón en Argentina carece de bases teóricas, no se apoya sobre un cuerpo doctrinal bien asentado ni sobre una visión utópica del futuro. Es una consecuencia del mercado global y de las fuerzas ciegas que lo animan.
En el caso de la Unión Europea, los gobiernos nacionales han perdido su protagonismo económico, al estar sometidos a la disciplina de una moneda transnacional, el euro. Gobiernan para el presente, a golpes de timón para barajar las grandes olas que se echan encima pero sin brújula que permita definir un rumbo. La visión del futuro no existe.

Se gobierna para unas masas cuyas necesidades son cada día más primarias y que no tienen grandes aspiraciones más allá de una garantía de supervivencia.
Los políticos populistas creen que la riqueza ni se crea ni se destruye, sino que simplemente se transforma. Que su misión es quitársela a los ricos y repartirla entre las masas, empezando por ellos mismos, administradores populistas, y sus allegados. Pero a los ricos de verdad no hay quien les meta el diente, así que la única riqueza expropiable es la de las clases medias, que van siendo poco a poco destruidas.
El enemigo a batir por los políticos populistas está en las concepciones elitistas de la vida y los modos de vida correspondientes. Por un lado los ricos, pero por otro también los mejores, los más dispuestos a progresar y superarse. El sistema educativo pone a todos al nivel del más torpe o flojo, porque según los populistas no sería justo educar para la diferencia. Esto destruye las posibilidades redistributivas de la igualdad de oportunidades educativa y pone en peligro el futuro de las naciones sometidas al populismo.
Finalmente, el populismo pone un gran énfasis en la protección de determinados derechos individuales, como el de disponer del propio cuerpo, pero olvida otros quizá más importantes, como el de recibir una educación acorde con las capacidades intelectuales de cada individuo, o el derecho a tener un trabajo digno.


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