viernes, 22 de abril de 2011

Semana Santa en Sevilla


Este crucificado es llamado "El Cachorro" y dicen que su escultor se inspiró 
en un joven gitano moribundo de una puñalada en una pelea callejera para
 tallar su imagen.
El Señor del Gran Poder. He visto entrar su
 "paso" desde una callejuela en la Plaza del
 Duque y cómo las más de diez mil personas
 que estaban allí esperándolo en la madrugada 
del Viernes Santo han enmudecido en un
 instante
He llegado a Sevilla en plena Semana Santa, la celebración más grande que se vive aquí desde el S. XVI. Consiste en que de todas las iglesias de la ciudad salen cofradías en procesión con sus imágenes sagradas,  hasta la Catedral y vuelta. Este año ha sido imposible por las fuertes lluvias que están cayendo, lo que casi todos los sevillanos lamentan.
La Semana Santa es un brillante espectáculo lleno además de significado cultural. La imaginería religiosa que se exhibe por las calles es magnífica, casi toda muy antigua, no en balde la pintura y la escultura de la Sevilla del siglo XVI estaban a la cabeza de Europa. Esta Semana Santa sevillana es hija del Concilio de Trento, cuando la iglesia romana se despierta de su corrupción y decide renovarse para hacer frente al protestantismo. Una de las reacciones de esta Iglesia arrepentida es la de reafirmarse en el culto a las imágenes sagradas (el protestantismo es iconoclasta), y Sevilla, que es profundamente trentina,  hace eso, venerar a sus imágenes sagradas, pasearlas por las calles, mostrarlas y adorarlas hasta la extenuación, llegando casi al límite del paganismo. Como trentina, Sevilla es también profundamente mariana, la devoción a la Virgen María alcanza semejanza con la que se le tiene al propio Jesús, por eso en la Semana Santa las Vírgenes son tan importantes y veneradas como las imágenes de Jesús crucificado o con la cruz a cuestas.
Todo esto es catolicismo profundo. Recuerdo cómo se escandalizaban de las imágenes españolas del Crucificado unos rusos amigos míos, que eran cristianos ortodoxos. Este cristianismo oriental, aunque adora también a sus bellísimos iconos, es mucho más dulce que el catolicismo español profundo, que a ellos les parece que se complace demasiado en la sangre, el sudor y las lágrimas. Pero así es.

La Virgen de la Esperanza Macarena, casi un
 símbolo de Sevilla, en todo caso una referen-
cia permanente para muchos sevillanos.
Por otra parte, el catolicismo a la sevillana tiene como una de sus raíces más íntimas, producto quizá de su trasfondo cultural romano y árabe, un sentimiento estético de la vida, en contraposición al sentimiento ético de la vida que impera en formas del cristianismo más puritanas, como el catolicismo castellano o el protestantismo. El sentimiento estético de la vida te lleva a buscar la verdad a través de la belleza, mientras que el sentimiento ético lo hace a través de la justicia. La belleza de las imágenes religiosas te entra por los ojos, y dado el drama que se vive en la Pasión de Jesús que la Semana Santa conmemora, te inspira piedad, y la piedad te lleva a la compasión, una compasión que se hace universal convertida en caridad. 

Esta es la teoría, que en Sevilla funciona razonablemente bien en la práctica, porque es una ciudad afable y acogedora. A finales del S. XVII perdió la mitad de su población por una epidemia de peste bubónica y pocos años después los derechos exclusivos al tráfico comercial con América porque los barcos que por entonces se construían, los galeones, eran ya más grandes de lo que permitía el calado del río Guadalquivir. Desde entonces, como otras muchas grandes ciudades mediterráneas, se arrastra por la historia contemplando e intentando preservar su belleza. Sevilla es vieja e ilustre. En uno de sus barrios, Itálica, nacieron dos emperadores romanos, Trajano y Adriano.  A finales del S. XIII fue reconquistada a los árabes después de seis siglos de dominación islámica, y la torre de su mezquita mayor convertida en una de las torres cristianas más bonita del mundo, la Giralda, enclavada en una catedral gótica que es a su vez el tercer templo cristiano en tamaño del mundo, después de San Pedro en Roma y San Pablo en Londres, aunque construido muchos siglos antes que estos dos. Luego, a lo largo de los siglos XVI y XVII fue el puerto de Indias, el único que tenía derechos de tráfico con América, y como consecuencia de ello una de las ciudades más grandes y florecientes de Europa. Después, como ya he dicho, cayó sobre ella la desgracia, en forma de epidemias de peste, avances tecnológicos que la desbordaron, invasión napoleónica y decadencia de España. Pero a lo largo de todos estos últimos siglos dudosos y difíciles fue capaz, no sé cómo, de conservar siempre su alegría y su satisfacción consigo misma. Sevilla, que es muy bella, ha estado siempre enamorada de sí misma. Quizá haya sido esto lo que la ha salvado de desmoronarse en el olvido.

Los nazarenos o penitentes, hermanos de las Cofradías sevillanas
  que acompañan encapuchados a sus "pasos" en las procesiones
 de la Semana Santa de Sevilla. Aunque tengan un aspecto parecido, 
son todo lo contrario a un miembro del Ku Klux Klan.

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