jueves, 9 de junio de 2011

Chiloé... tan lejos... y tan cerca



Dejé Chiloé hace ya mes y medio. En España me he topado con un entorno turbulento, el ambiente hierve. En Chiloé vivía hacia dentro, una piel de tranquilidad, paz campesina, rumores de vientos y olas, soledad, protegía mi intimidad. En España me siento desollado, en carne viva, con todas mis terminales nerviosas expuestas, transductoras de la crispación exterior en  una especie de dolor metafísico que en llegando a mi cerebro lo llena de confusión.

He escrito ya muchas entradas en este blog desde que llegué aquí. Con ellas he intentado poner orden en el remolino de ideas que me inspira esta atmósfera crispada. Es una tarea posible, cuando lo haces te ves capaz de construir argumentos y teorías que te permiten comprender lo que está pasando y proponer soluciones. Pero todo esto ocurre dentro de tu cerebro. El mundo sigue girando vertiginosamente a tu alrededor, por mucho que piensas y piensas y piensas no consigues que se pare, que descanse. Eres tú el que tienes que dejar de pensar, y cuando lo haces te llega de otras partes del alma un desaliento que te es imposible evitar. Intuyes que por muchas vueltas que les des en tu cabeza a los problemas que te rodean no vas a ser capaz de resolverlos. Más todavía: que estos problemas se mueven siguiendo sus propias leyes, que los miserables individuos humanos no tenemos ninguna posibilidad, no ya de modificarlas, sino ni siquiera de conocerlas. Cuando te das cuenta de esto te asustas. El miedo intenta hacerte creer que la culpa de todo la tiene tu cerebro, que pensar es estúpido y contraproducente, que vale más silbar, disimular, gozar de las pequeñas bellezas inmediatas, que son muchas, dormir la siesta, dejar pasar el tiempo.

Recapacitas sobre todo esto y tienes que concluir que el miedo tiene razón, pero solo en parte. Es como si estuvieras a los remos de un bote en mitad del mar, donde se está desatando una tempestad. Es absurdo que dejes los remos y te pongas a pensar para intentar comprender cuál es la naturaleza de esa tempestad. Si dejas de remar estás perdido. Tienes que remar sin parar, comprometerte con tus remos para vencer, no la tempestad, sino esta ola, aquélla,  la siguiente, la que te llega atravesada por estribor, la otra que quiere comerte por la popa. Pero además de esta bravura, de la fuerza de tus brazos y de tu experiencia marinera, tienes que tener un propósito, que irlo construyendo y modificando a cada minuto que pasa. Este propósito vivo, palpitante, solo puedes irlo creando con tu cerebro.

Por todo ello, como tú eres más pensador que hombre de acción, te propones comprometerte mucho más con lo que te rodea sin dejar de pensar profundamente en todo ello.

Eso sí, no puedes evitar ensimismarte de vez en cuando en tus recuerdos de Chiloé. Es como si soñaras. Evocas su paz, su autenticidad y su belleza. Pero te das cuenta de que todo eso también está amenazado. De que en el mundo en el que vives no hay ningún refugio seguro. Y que por eso no tienes más remedio que defender aquello en lo que crees. Tienes que pelear. Con cabeza, eso sí, pero también con todo lo demás, y sin violencia.

Para que no te pase lo que a aquella pareja de jóvenes canadienses, muy amantes de la naturaleza, que en plena guerra fría, hartos ya de vivir bajo la ruta de los misiles balísticos intercontinentales entre USA y la URSS, decidieron irse a construir su vida al sitio más alejado y tranquilo posible. En el que además se hablara inglés, que era su lengua. Escogieron, después de darle muchas vueltas, las Islas Malvinas. Y cuando llevaban ya dos meses allí, felices entre las ovejas, las olas y los vientos, se despertaron una mañana con el bramido de cañonazos cercanos. Sorprendidos, se asomaron a la ventana. Horrorizados, vieron que las aguas próximas a Port Stanley estaban cubiertas de lanchas de desembarco argentinas, en trance de invadirlos y conquistarlos.

No hay dónde huir. Luchar, pensando y sin violencia, es el único refugio.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

esa tierra es argentina!

olo dijo...

No lo dudo. Lo que quiero manifestar con la anécdota es que no hay rincón del mundo que no esté amenazado por el conflicto o la injusticia, vengan estos de donde vengan. Que no hay paraísos perdidos.