jueves, 2 de junio de 2011

Escher o lo que se esconde tras las apariencias


M.C. Escher (1929).- Autorretrato

Visitar el Museo Escher, en La Haya, es una experiencia artística imborrable. Dicen que Escher fue un gran dibujante, pero para mí fue mucho más, un genio capaz de combinar la imaginación geométrica con la sensibilidad artística, que nos legó una forma nueva de ver el mundo. No solo los trazos certeros y sorprendentes de sus dibujos son admirables, sino que estos dibujos nacen de la síntesis mágica que Escher hace de dos colores básicos, el blanco y el negro. Por esto de los colores  Escher es mucho más que un gran dibujante, es un pintor inmenso, un pintorazo.

Pero de Escher no se debe hablar mucho, lo que hay que hacer es contemplar sus obras. A eso incito yo a los que me lean, a que visiten su  museo en La Haya (http://www.escherinhetpaleis.nl/) o disfruten de sus obras a través de Internet (http://www.mcescher.com/).



A mí me ha enseñado Escher, entre otras cosas,  que nuestro mundo, ese mundo interior de cada uno, que vive en su cerebro y que solo en parte refleja realidades espaciotemporales externas a uno mismo, se divide siempre en dos partes simétricas: todo aquello que queremos ver y lo que nos obstinamos en no querer ver. No hay nada más.
El drama de la vida personal está en que a veces no conseguimos ver lo que querríamos ver y, simétricamente, en otras ocasiones lo que no querríamos ver se nos aparece con toda su verdad y su horror.

Sky and Water I (1938)
Para cuando no conseguimos ver lo que querríamos ver, Escher nos ofrece un remedio: la fantasía o la imaginación, como queramos llamarlo. La premisa que Escher nos muestra en sus obras es que, si hacemos un esfuerzo, llegaremos a ver muchas cosas que, no es que no estuvieran, sino que simplemente estaban delante nuestra camufladas, disfrazadas de ausencia. Lo que tenemos que hacer es un esfuerzo de inversión topológica: intentar ver como luminoso lo que hasta entonces nos parecía oscuro, como futuro lo que estábamos convencidos de que ya era pasado, como posible lo que habíamos descartado como irrealizable.  Si hacemos esto, existe la posibilidad de que nos llevemos sorpresas gigantescas; a veces emergerá algo nuevo, dejaremos de ver los pájaros y empezaremos a ver los peces, o a la inversa, como en los “Sky and water” que ilustran esta entrada.
Sky and Water II (1938)

¿Y qué podemos hacer cuando se nos aparece en toda su repulsión  lo que no querríamos ver? Escher nos propone el mismo remedio, la inversión que he llamado impropiamente topológica, para hacerme entender. Existe la posibilidad de que al practicarlo nos demos cuenta de que los fantasmas que nos asustaban no eran más que sombras vacías. Lo que exige un esfuerzo, el mismo que hacemos para despertarnos al mundo real cuando queremos escaparnos de una pesadilla nocturna.


Pero ¿es esto todo? No, claro que no. Hay caminos para recorrer los cuales no nos sirven las enseñanzas de Escher. Son caminos con mala fama, mal vistos por la gente racional y respetable, pero que a veces pueden llevarnos a alguna salida de nuestros terrores, o descubrirnos alguna llegada a un puerto nuevo.

 Uno es el onírico, la voluntad de soñar acerca de algo que nos preocupa o interesa, en la esperanza de que el sueño nos revele cosas que desde la esfera de lo consciente no habíamos sido capaces de ver. Este es un camino difícil para los viejos, pero sencillo para los jóvenes, más todavía para los niños.

El otro camino es el mágico, e incluyo dentro de él aquella parte de lo religioso que supone una invocación. Se trata de invocar con toda la fuerza de la concentración personal a quien, en este mundo o fuera de él, puede ayudarte a ver, o a quien tú crees que, desde lo más desprendido que haya en ti, puedes ayudar a ver.

Pero estas referencias a lo onírico y lo mágico son palabras que pueden escandalizar y que no quedan aquí sino esbozadas, como si en vez de escribirlas las estuviera yo diciendo en voz muy baja. Para que apenas se me oiga.

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