sábado, 12 de febrero de 2011

Contra los terrores de la noche, calcetines de lana.


Casi siempre he vivido en países cálidos, por lo que casi nunca he tenido los pies fríos durante el sueño. Ahora, en el campo de Chiloé, las cosas son distintas, las noches son frescas y hay que arroparse bien. Los pies están en el extremo más apartado de nuestro sistema circulatorio, y los primeros elementos del cuerpo que se enfrían son ellos.
Cuando me vine a vivir a mi cabaña en Duhatao empecé a sufrir horribles pesadillas nocturnas. Todas las pesadillas están llenas de malignidad y espanto, pero éstas eran particularmente viciosas, y en muchos aspectos nuevas para mí. No me quedaba otro remedio que acostumbrarme a ellas, así que eso hice. Aquellas eran noches de otoño, y a medida que fue entrando el invierno y aumentando el frio fui arropando mi cama más y más. Las pesadillas persistían, asombrándome cada noche y haciéndome ver el extraordinario guionista de películas de terror que se escondía en mi cerebro. Llegó por fin una noche en que por primera vez sentí frio en los pies, así que me puse unos calcetines de lana para dormir. A partir de ese momento, ¡oh maravilla!, mis pesadillas desaparecieron.
Después lo he venido comprobando exhaustivamente. La relación entre los calcetines de lana y mis pesadillas tiene la capacidad predictiva de una ley natural. En cuanto que la noche está un poco fresca, si no me calzo los calcetines de lana, ¡pesadilla que te crió! Y la correlación es tan fina que a veces, cuando las noches son ligeramente frescas, mis pies desnudos inducen pesadillas mucho más benignas y suaves que cuando las noches son algo más frías. Supongo que el colmo del terror debe estar en dormir con los pies fuera de las coberturas de la cama, pero todavía no me he atrevido a experimentarlo.
¿Qué recónditos circuitos cerebrales ligarán el grupito de neuronas que siente el frio de los pies con el otro grupito que imagina lo más terrorífico? Algún día lo averiguarán los neurobiólogos. Mientras tanto, los remedios caseros muestran una eficacia absoluta: calcetines de lana, o las botellas de agua caliente que nos metía mi madre en la cama cuando éramos pequeños, remedios seguros contra los terrores de la noche.

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