A partir de esta entrada en mi serie sobre las machis, empezaré a escribir más específicamente sobre ellas. Ya advertí al principio que jamás he conocido ni visto a una machi de cerca. Sin embargo, es mucho lo que puede leerse sobre las machis y yo, desde la distancia que separa a España de Chiloé, me comprometí a hacer este trabajo previo de digestión de la literatura. También se puede discutir y elucubrar sobre los aspectos universales de lo que las machis hacen y representan.
Empezaré hoy con el tema de la sanación. Una machi es, por encima de todo, sanadora. La gente acude a las machis, principalmente, para ser curada de sus dolencias. Que lo son a su vez casi siempre del cuerpo, pero que también pueden serlo del alma, o la psique. Que incluso a veces las que aparentan ser solo somáticas son también psicológicas.
Sanación es, según el diccionario, la acción de sanar, y sanar es restituir a alguien la salud que había perdido. Para conseguir esto una machi utiliza las siguientes herramientas:
1).- Sus capacidades premonitorias (telepáticas), que le permiten hacer un diagnóstico del mal que afecta al paciente. Muchas veces le basta un examen organoléptico de la orina, pero esto puede ser, en parte, simple apariencia. Algo parecido al caso de una mujer que conocí en España, de oficio similar al de las machis, que aquí se nombra como curandera o adivina, de la cual ya he escrito en entradas anteriores. Cuando iniciaba una sesión con un paciente, le echaba las cartas; me confesó que ella no creía en las potencias adivinatorias del Tarot, y que simplemente lo utilizaba como un puente que le permitía iniciar un diálogo con el paciente en el curso del cual, con las capacidades psicoanalíticas y telepáticas que ella tenía, podía ir averiguando muchas cosas necesarias para poder ayudarlo.
2).- Sus conocimientos de medicina natural, en particular de curación mediante los principios activos con poder terapeútico que contienen las plantas.
3).- Sus capacidades de sugestión, de influencia directa sobre la psique del paciente. Una machi, como cualquier otro chamán, suele tener una fuerte personalidad. Para llegar a ser machi tiene que aceptar, como consecuencia de una enfermedad o de sueños terribles, que los espíritus la llaman a esa condición, y ponerse en camino hacia ella, lo que implica una transformación interior (un morir y un renacer) que puede ser muy dolorosa. Luego tiene que encontrar a una machi sabia y prestigiosa que le enseñe todos los conocimientos ocultos de su oficio, que invertir un dinero que muchas veces no tiene en esta educación y en su propia consagración como machi, que correr el riesgo de que la comunidad a la que quiere servir no confíe en ella, etc. Todo esto implica mucha fuerza de voluntad y mucha fe en sí misma y en esos espíritus que la han elegido. Lo que se traduce en una alta capacidad de sugestión y de convicción, que cuando aplicada a sus pacientes puede tener, por sí misma, efectos sanadores.
Emplearé el resto del espacio de esta entrada en aportar argumentos que ayuden a comprender lo que quiero decir respecto a las capacidades psicológicas que pueden tener las machis para sanar a los enfermos.
La medicina científica, una de las mayores construcciones intelectuales de la civilización occidental, cura enfermedades. La medicina chamánica, como otras medicinas tradicionales, sana enfermos. La diferencia de enfoque entre ambas es enorme, aunque hay médicos científicos que cuidan el aspecto sanador de su profesión, lo mismo que hay médicos chamánicos capaces de descubrir, mediante la experimentacón, nuevos principios terapeúticos de las plantas. Gregorio Marañón dejó acuñada una frase que define a los médicos científicos con talante de sanadores : “No hay enfermedades, sino enfermos”.
De manera que la lucha contra la enfermedad y la sanación del enfermo, no solo no están reñidas, sino que muchas veces deben ir juntas. Viajando yo en los 1980’s por Mali, me enteré de que el gobierno chino había enviado muchos médicos a este país africano, que trabajaban en “la brousse”, es decir, en la sabana sahariana o saheliana, con una gran carencia de medios técnicos y hospitalarios. Estos médicos tenían un alto prestigio entre la población porque, según me decían, practicaban tanto la medicina china natural (acupuntura, hierbas, etc) como la medicina científica, lo que les daba una gran potencia de sanación.
La conexión entre mente y cuerpo es sin duda muy íntima, aunque no se haya avanzado apenas en su conocimiento científico. Tengo un amigo que es médico anatomopatólogo en un hospital español. La medicina que él practica es 100% científica, ya que en su especialidad, que consiste en examinar cortes histológicos y cadáveres, no existe relación directa con el enfermo, es decir, no cabe la sanación. La mentalidad de mi amigo es absolutamente científica, tampoco cree en nada trascendente. Sin embargo, él me ha manifestado su sorpresa por un hecho que se da a veces en las autopsias que tiene que realizar a los cadáveres de pacientes que han muerto en el hospital. Algunos que ingresaron afectados por tumores muy avanzados o por una enfermedad cardiovascular irreversible o cualquier otro proceso patológico incurable, y que han muerto, cuando examinados en una autopsia no muestran ninguna causa anatómica que justifique esta muerte: el corazón no está infartado, hígado, pulmones y otros órganos vitales mantienen su funcionalidad, etc. Posiblemente han muerto por un paro cardíaco para el que es imposible encontrar una causa fisiológica. Todo acontece como si estos pacientes hubieran decidido morirse, quizá inducidos a ello desde unas mentes que habían perdido la esperanza, y con ella la voluntad de vivir. La recíproca podría ser cierta: la voluntad de vivir es capaz de ayudar al cuerpo en su lucha puramente somática contra la enfermedad.
Un organismo es un todo. La medicina científica ha abordado este todo con una aproximación reduccionista, la misma que se ha aplicado en toda la ciencia experimental, desde Descartes. Este abordaje ha tenido un tremendo éxito, pero el todo orgánico del individuo humano sigue estando ahí, todavía incomprendido aunque vivo y sano gracias al buen funcionamiento de sus homeostasis y sus sofisticados mecanismos de defensa. El cerebro, o la mente, participan naturalmente de estas autorregulaciones. Un cuerpo sano coexiste con una mente optimista, un cuerpo enfermo con una mente angustiada, estableciéndose así una conversación permanente, en las dos direcciones, entre el soma y la psique.
Muchos tumores se producen por mutación en un gen determinado. Las frecuencias de mutación en sitios específicos del DNA de un gen tienen una frecuencia espontánea del orden de 10-8, lo que significa que en una población de 108 células, una suele ser mutante, por tanto, en el ejemplo que estoy poniendo, cancerosa. Pero en el cuerpo humano hay 1014 células. De acuerdo con las cifras anteriores, hasta 106 células de un cuerpo humano podrían estar mutadas a cancerosas en un momento determinado. Aun aceptando que esta estimación pueda ser exagerada, la conclusión inescapable es que a lo largo de la vida de cualquier individuo humano, miles de células se convierten una a una, en distintos momentos y órganos del cuerpo, en cancerosas. Si no terminan derivando en tumores es porque los mecanismos internos de defensa del organismo, el sistema inmunitario y otros, neutralizan a las células cancerosas antes de que los microtumores incipientes alcancen un tamaño que convierta su crecimiento en irreversible. Pero la eficacia de estos mecanismos de defensa puede depender del tono vital del organismo, un concepto vago que hace referencia a la eficacia de sus mecanismos internos de homeostasis y autorregulación. Tono vital que sin lugar a dudas está sometido a influencias tanto somáticas como psicológicas: un resfriado “baja tus defensas”, como se suele decir, pero también lo hace una depresión o un estado de angustia.
La medicina científica lleva años investigando las conexiones entre el sistema inmunitario y el cerebro, habiendo cristalizado estos esfuerzos en una disciplina a la que se ha dado el nombre de Psiconeuroinmunología
Es al nivel psicológico donde una machi, con su fuerza mental, suficiente para influir sobre la voluntad de su paciente, estimulándolo, sugestionándolo y quizá hasta subyugándolo, puede ejercer una acción sanadora. No cura la enfermedad, pero contribuye a la sanación del enfermo, convenciéndolo de que es él, con la ayuda de los espíritus hasta los que la machi ha viajado, quien puede sanarse.
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Una célula cancerosa (la masa de forma irregular y muy espiculada señalada con la flecha celeste) ha sido identificada por dos macrófagos (células blancas más pequeñas, señaladas por las flechas amarillas). Los macrófagos, que forman parte del sistema inmunitario, inyectan toxinas en la célula cancerosa y la matan.
Las células todavía más pequeñas con forma lenticular son glóbulos rojos. Tomada de ref |