viernes, 1 de julio de 2011

Solos los humanos, entre gigantes

Lejos de las luces difusas de la ciudad, contemplo el cielo estrellado de una noche de verano sin luna. A media altura destaca Marte, el planeta rojizo. Sé que la inmensa mayoría de aquellos numerosísimos puntos luminosos son estrellas de nuestra galaxia, la Vía Láctea, que cruza el cielo de Norte a Sur. Los astrónomos calculan que hay entre 200.000 y 400.000 millones de estrellas en la Vía Láctea, y hasta 1.000.000 de millones en las galaxias más grandes. Entre la legión de estrellas que llena el cielo, algunos puntos luminosos son precisamente galaxias. A simple vista no puedo distinguirlas como tales, pero sé que en el Universo observable por los telescopios de los astrónomos puede haber más de100.000 millones de galaxias.

El espectáculo es muy bello, pero el gigantismo de las cifras me resulta aterrador. Con mi razón puedo comprender sus dimensiones, pero soy incapaz de intuirlas, es decir, de aprehenderlas, de hacerlas mías, o yo de ellas. Ese macrocosmo tiene muy poco que ver conmigo. Puedo contemplar admirado su belleza, pero esta belleza no es suya, sino mía, es la interpretación que hacen mis ojos de una realidad que me sobrepasa. Desde muy antiguo, casi desde que empezamos a ser humanos, hemos reorganizado el cielo estrellado en figuras artificiosas a las que llamamos constelaciones: las Osas Mayor y Menor, Casiopea, las Pléyades, los Gemelos, Orión el cazador con sus tres Marías al cinto, Sagitario, tantas otras. Al hacerlo hemos convertido ese Universo misterioso y profundo en un telón semiesférico lleno de grafitos que nos son familiares. Así nos da menos miedo, pero no hemos hecho sino construir una mentira piadosa.

Cruzo los brazos, aprieto mis manos sobre los hombros porque la noche empieza a refrescar. Abarco así mi cuerpo, al que intuyo como algo familiar: mi carne, mi sangre y mis huesos, asiento material de mi psique y mi espíritu. Míos ellos porque yo soy suyo, de hecho son todo lo que tengo.

Pero no puedo evitar razonar. Este cuerpo mío está integrado por más de 100 millones de millones (1014) de células. Cada una de ellas contiene en su núcleo 46 cromosomas, iguales por parejas. Cada uno de los cromosomas está constituido por una simple y larga molécula de DNA. Puestas estas 46 moléculas de DNA una a continuación de otra, tienen una longitud total de 6.400 millones de pares de bases, equivalente a unos 2 metros, y una anchura de 2 milimicras (millonésimas de milímetro), lo que significa que la relación anchura/longitud es de 1 a 1.000 millones. Esta larguísima y estrechísima fibra tiene que empaquetarse dentro de un núcleo celular equivalente a una esfera de un diámetro de 6 micras, lo que resulta en una relación de empaquetamiento de un millón a uno. Si ahora, desde el conjunto de mi cuerpo, reduzco mi  atención a mi cerebro, este contiene 100.000 millones de neuronas, entre las cuales se establecen 100 millones de millones (1014) de conexiones o sinapsis.

Estas cifras de mi cuerpo, el cual está, por su parte, tan cerca de mis reflexiones, me aterran por sus dimensiones, como las del cielo estrellado. También las comprendo, pero me es imposible intuirlas. En la oscuridad, palpo con mis manos este cuerpo mío: cabeza, rostro, tronco, vientre, piernas, pies. Están ahí, me son familiares, me parecen sencillos, pero en realidad encierran, como el cielo estrellado, una complejidad inmensa. Yo, que me creía un microcosmo frente al macrocosmo del universo, me doy cuenta de que soy un macrocosmo frente al microcosmo de mis componentes esenciales, un tropel de adeninas, timinas, citosinas, guaninas, uracilos y otras, no más de cincuenta, moléculas orgánicas sencillas. Yo, que me creía casi un punto frente a la inmensidad del espacio, me doy cuenta de que también soy un espacio complejísimo, inmenso hacia dentro.

Desde mi conciencia de mí mismo floto pues entre dos espacios, uno  exterior y otro interior, ambos casi infinitos y llenos de incertidumbres y misterios. Los humanos estamos solos entre gigantes y enanos gigantescos. Nuestra sensibilidad y nuestra intuición son incapaces de rebasar los tres órdenes de magnitud. Quizá yo sea capaz de haber leído a fondo algunos centenares de libros, y tú seas capaz de recordar, vibrando con ellas, algunos centenares de canciones. Quizá los individuos humanos seamos capaces de fidelizar algunas decenas de amigos de verdad, también de haber amado a fondo a no muchas más de diez o doce personas. Tenemos dos brazos y dos piernas, cinco dedos en cada uno de nuestros pies y manos, dos ojos, una nariz, una boca, un cerebro, un corazón. Dos padres y cuatro abuelos. Difícilmente llegaremos a vivir cien años. Recordamos muchos momentos maravillosos a lo largo de nuestras vidas, pero seguro que no sobrepasan el millar.

Así todo lo sentimentalmente  humano. Unidades, decenas, centenas, millares como mucho, frente a los millones de millones de los universos que por dentro y por fuera nos rodean.
Solos los humanos, sí, rodeados de mundos inacabables, refugiados sentimentalmente en nuestra sencillez, sobreviviendo sin enloquecer gracias a ella. 
Poca cosa los humanos, afortunadamente, porque esta poquedad nos permite intuir y apreciar todo lo que es capaz de emocionarnos.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Olo, que puedo agregar después de este potente comentario, creo que este macro y micro universo en el que vivimos, y también del que somos parte, es una maravilla.
Cada mañana veo mi gato, sus formas, los detalles, un felino perfecto en miniatura, con su personalidad además, y así todas las creaturas, arboles, plantas, etc. Nuestro planeta, vivo, desde un punto de vista geológico, sus paisajes son parte de esta maravilla que tan bien describes.