Ocurrió hace muchos años, pero todavía no he podido olvidarlo. Era época de exámenes, hacía mucho calor durante el día y yo estudiaba la mayor parte de la noche. Me había acostado a las cinco de la madrugada. Ya con luz del Sol, me despertó un ruido extraño: todavía con los ojos semicerrados pude ver cómo alguien muy grande, casi un gigante, saltaba por la ventana de mi habitación, corría hacia mí, se me echaba encima y empezaba a estrangularme.
¡Diablos!, a nadie le deseo una experiencia así. Empecé a debatirme bajo aquélla masa, a la vez que me iba espabilando. Pensé enseguida que tenía que tratarse de una pesadilla, hice un esfuerzo por despertarme completamente, cuando lo conseguí estaba tendido en la cama, con la cabeza echada hacia atrás, viendo solamente el techo de la habitación, pero las manazas seguían aferrando mi cuello y apretando. ¡No podía ser un sueño! Casi inmovilizado por el peso de aquélla bestia, me debatí hacia uno y otro lado, luchando por mi vida. Así hasta que recobré completamente la lucidez. Entonces pude darme cuenta de que eran mis propias manos las que intentaban estrangularme. No había nadie en la habitación y yo era víctima, afortunadamente, de una estúpida pesadilla.
Reconstruí lo que había pasado. Aquel verano me había dado por dormir bocabajo. Seguramente mis manos estaban cerca de mi cuello y el peso de mi cuerpo hizo que mis brazos se durmieran. Cuando sintió el roce de mis manos en mi cuello, mi cerebro dormido imaginó enseguida la terrorífica pesadilla del gigante estrangulador. Pero lo peor fue que ya despierto, como mis brazos seguían dormidos, no sentía yo conexión alguna entre las manos (mías) que apretaban mi cuello y el resto de mi cuerpo. ¡Hulk estaba sobre mí y a punto de matarme!
Así son los sueños, capaces de hacerte experimentar las aventuras más insólitas, con un grado de realismo que ya quisiera tener la realidad. No hay aventura carnal más libidinosa que un sueño erótico, ni sentimientos más desoladores que los que te llegan con una pesadilla. Adoro el mar y me he pasado muchas horas de mi vida contemplando su belleza, que siempre es distinta, pero jamás he visto un mar tan bello como el que a veces he soñado.
Según los científicos, soñamos al menos durante dos horas todas las noches, lo que significa que pasamos soñando casi un 10% de nuestro tiempo de vida, la tercera parte del que pasamos durmiendo. Es mucho tiempo, tiene que significar muchísimo para nosotros.
Sin embargo, tristemente, a medida que nos vamos haciendo viejos nos va costando más recordar, al despertarnos, nuestros sueños. Yo hago gimnasia mental para mantener en forma esta capacidad de recordar, sin mucho éxito. Quizá es que la conexión entre el subconsciente y la conciencia se va endureciendo con la edad.
Pero no importa. Basta con que, a veces, sea uno capaz de recordar un sueño para constatar que Hulk, tu monstruo verde, sigue ahí dentro, en el fondo de su mazmorra cerrada ahora con muchas llaves, debatiéndose, conspirando, bramando, imaginando. Vivo en definitiva, como tú mismo.
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