sábado, 9 de julio de 2011

Machis de Chiloé (4).- Chamanismo

Arqueología y genética han probado que el poblamiento de América se hizo desde el NE de Asia, probablemente en dos etapas: en los máximos de la última glaciación, hace entre 25.000 y 30.000 años, un grupo de humanos del Paleolítico siberiano quedó atrapado por los hielos en Beringia, donde sobrevivió durante varios miles de años, sin poder volver a Asia o penetrar en América; hace unos 20.000 años, cuando la glaciación empezó a declinar pero el deshielo no había sido todavía suficiente para que el mar invadiera el estrecho de Bering, estos beringios emigraron rápidamente hacia el Sur, a lo largo de las costas americanas, llegando hasta la latitud de Chiloé en menos de 5.000 años.

Este parentesco genético e histórico entre asiáticos y americanos, ¿ha dejado algún rastro cultural en América, capaz de persistir hasta nuestros días? Sí. Este rastro es el chamanismo, una forma muy antigua de religión que a pesar de todas las vueltas y revueltas que ha dado la historia en los 15.000 años transcurridos, se sigue practicando por amerindios y siberianos en pleno siglo XXI.


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Chaman siberiano dibujado en el S. XVII por el explorador holandés Witsen

Durante casi 2.000.000 de años, desde que, separándose de los grandes simios, emergió el género Homo, hasta que hace 200.000 años éste cristalizó en la especie Homo sapiens, tuvo lugar un largo proceso de evolución biológica: bipedalismo, cambios en la estructura de la mano, con oposición del dedo pulgar a los otros cuatro, desarrollo del neocortex cerebral, cambios anatómicos en la laringe que hacen posible la emisión de sonidos complejos, etc. Culminadas  todas estas innovaciones anatómicas, se dispara en el Homo sapiens un rapidísimo proceso de evolución cultural, en el que estamos todavía inmersos: el cerebro humano es capaz de idear símbolos abstractos correlacionados con objetos reales, la laringe humana permite que algunos de estos símbolos se expresen en sonidos complejos, de este modo nace el lenguaje, haciendo posible la acumulación y transmisión de conocimientos que se concretan en culturas. A partir de este momento, se establece una separación neta entre los humanos y el resto de los animales, más aún, el conjunto de la naturaleza. Los humanos, simbolizados por la Biblia en Adán y Eva, se convierten en reyes de la Creación y terminan siendo expulsados del Paraíso, es decir, perdiendo la inocencia que hasta entonces los había mantenido unidos al resto de los animales.
Enterraniento de un Homo neanderthalensis
  en la cueva de Kebara, Israel.
Homo sapiens aplica desde muy pronto su capacidad de idear símbolos y conceptos abstractos a la investigación de un problema que lo obsesiona, el de la muerte. El humano sufre con la muerte de sus seres queridos, particularmente cuando estos son niños, que por ley biológica no deberían morir. La muerte se le hace intolerable y este hecho, unido a la pérdida de la inocencia ya citada, es lo que define la condición humana. Para mantener viva la memoria de los que han muerto, el humano los entierra haciendo uso de un ceremonial funerario. Este enterrar a los muertos es posiblemente el primer rito que los humanos inventan, mucho antes que la magia. La prueba está en que, proporcionalmente,  hay más vestigios de enterramientos en los yacimientos prehistóricos del Paleolítico que en los del Neolítico, siendo este último un período más avanzado en el proceso de humanización. También algunos hallazgos arqueológicos sugieren que no solo Homo sapiens, sino también Homo neanderthalensis, enterraba ya a sus muertos. Y por cierto, muchos de estos primeros  enterramientos lo son de niños o jóvenes, casi nunca de viejos.
Como la muerte le es intolerable y para mantener viva su esperanza, el humano se convence de que tiene que haber algo más allá de la muerte. A esto le ayuda también la realidad de su mundo onírico, la existencia, en ese reino de la fantasía que son los sueños, de figuraciones, premoniciones , revelaciones y sentimientos, muchas veces más intensos que los que se tienen cuando bien despierto. De aquí al descubrimiento de las realidades espirituales hay un solo paso. La construcción de un mundo de espíritus es, junto con la del lenguaje, las dos columnas sobre las que se basa el extraordinario progreso cultural del humano primitivo.

Enterramiento de un Homo sapiens en el yacimiento paleo-
lítico de Lepenskivir. Lo acompañan algunos grandes huesos
 de bisonte, quizá formando parte de un ceremonial funerario.
Los humanos descubren la religión. La primera construcción religiosa es el animismo, que impera todavía hoy en las sociedades más primitivas. El mundo y un más allá del mundo están llenos de espíritus. Todo lo que el humano percibe con sus sentidos tiene un espíritu: los animales que caza, los ríos en los que pesca, los arroyos de los que bebe, las rocas, los montes que a veces revientan airados en volcanes, los océanos, el cielo estrellado, yo, tú, él y ella, todo, absolutamente todo, tiene su contrapartida espiritual. También los muertos. Los espíritus de los muertos salen de sus enterramientos cuando se hace de noche, lo que aterroriza a los vivos, que no osan salir de sus chozas y poblados, protegidos por empalizadas y barreras de espinos. Estos sentimientos animistas, tal y como siguen vivos en el África de hoy, los ha descrito magistralmente el gran periodista polaco Kapuscinski en su libro “Ébano”: ese blanco de los ojos africanos que empieza a llenarse de nubes de terror cuando la noche los coge en despoblado.

Habría mucho que escribir sobre todo esto, pero tengo que limitarme a lo que me parece imprescindible.

El siguiente paso esencial en el desarrollo religioso de la humanidad es el chamanismo. Un paso gigantesco,  una tremenda aventura espiritual. Poniendo a toda máquina su capacidad de abstracción, los chamanistas desarrollan una cosmovisión que les permite trazar un mapamundi de los espíritus, apoyada en una idea de Dios, aunque la presencia de éste sigue siendo todavía secundaria, lejana.  La figura del chamán, que puede ser varón, mujer  o varón trocado en mujer, es esencial en el chamanismo. El chamán es simplemente el intermediario necesario entre los humanos y los espíritus. No es un sacerdote, sino un compañero de viaje, un embajador, un mediador. El mundo de finales del Pleistoceno, ése en el que impera el Paleolítico y donde los precursores de los amerindios están ya prisioneros de los hielos en Beringia, es un mundo chamanista.

Rewe ceremonial usado por las machis mapuches para aislar-
se del plano del mundo real, elevándose al eje del mundo. A
su derecha, un retoño de canelo, el árbol sagrado.
Mircea Eliade es el gran historiador de las religiones que nos revela la importancia central del chamanismo en la evolución religiosa de los humanos. La cosmovisión chamánica divide el universo en tres capas o planos, engarzados por un eje central, el Axis mundi. El plano superior es el de los dioses y los espíritus benevolentes, el intermedio el de nuestro mundo, el inferior el de los espíritus malevolentes, aunque esto es una simplificación que tiene sus matices, pues benevolencia y malevolencia son en la mayoría de los espíritus relativas, y como en los humanos, pueden coexistir. El chamán es un elegido por espíritus poderosos para llegar a serlo, pero su aceptación tiene que ser voluntaria, y pasa por una transformación profunda y dolorosa, que termina en un renacimiento, ya como chamán. La comunicación del chamán con los espíritus tiene lugar en lo que Eliade llama un “estado alterado de conciencia”, una suerte de éxtasis, facilitado por los elementos ceremoniales de la intervención chamánica. Entre estos pueden estar sustancias alucinógenas de origen vegetal, también estímulos musicales, producidos típicamente con el tambor ceremonial, y un relativo aislamiento físico (el chamán cubre sus ojos o se sube a una especie de escalera empinada que simboliza al árbol cósmico o eje del mundo). Una vez situado en este trance, el chamán viaja por los diferentes planos cósmicos al encuentro de los espíritus, particularmente de los relacionados con la encomienda que le han dado los humanos que, confiando en sus poderes, buscan una curación o una iluminación particular (adivinación). Valga esta síntesis apretadísima de lo que el chamanismo significa, pues en un blog no se debe llegar más allá, aunque en próximas entradas desarrollaré más algunos de estos temas.

Todo lo escrito hasta ahora en esta entrada ha sido una introducción necesaria a la afirmación fundamental que la entrada contiene: hay una proximidad asombrosa entre la fenomenología del chamanismo siberiano y la del chamanismo mapuche, es decir, entre cómo se comportan los chamanes siberianos y cómo lo hacen las machis mapuches o williches, también entre las cosmovisiones y cuerpos doctrinales correspondientes. Esta proximidad habla  a gritos no solo de un origen común, también de un parentesco estrecho.
Izquierda: mujer chamán siberiana. Centro: hombre chamán siberiano. Derecha: mujeres machi mapuches.

Los datos arqueológicos sugieren que en los finales del Pleistoceno, que se corresponden culturalmente con el Paleolítico, el Chamanismo se extendía como religión predominante por todos los territorios ocupados por Homo sapiens. Pero la evolución cultural de éste continuaba a un ritmo trepidante. Acabada la era glacial, el Paleolítico dio paso al Neolítico, que trajo en los valles de los grandes ríos de latitudes medias (Tigris, Eufrates, Indo) la revolución agrícola y el nacimiento de la vida urbana. En el mundo neolítico el chamanismo va siendo desplazado por formas religiosas más estructuradas; aparece la figura del sacerdote, intermediario de los dioses, que desplaza al chamán, intermediario de espíritus mucho más próximos.
Pero amplias regiones situadas en la periferia de los grandes centros neolíticos, como pudieron ser Europa Occidental y desde luego toda el Asia continental, la de las inmensas estepas, taigas y tundras, así como la América de los paleoindios, se mantienen en una cultura cazadora/recolectora cuyo soporte religioso sigue siendo el chamanismo. Los beringios que pueblan América a lo largo de la costa pacífica son chamanistas, y este chamanismo llega con toda su fuerza hasta el extremo Sur, el de los pueblos mapuches y williches, donde ha perdurado hasta hoy, así como en Siberia, con todas sus esencias originales.
Ello a pesar de muchas dificultades. En particular, de la neutralización ideológica aplicada en Siberia y China por el budismo y el comunismo, y en América por el cristianismo.

Este chamanismo mapuche/williche nos trae aquí, en el Sur de Chile y hasta nuestros días, unos valores religiosos que en buena parte del mundo se han perdido. Podemos oler su perfume y captar sus contenidos de Verdad, particularmente potentes en lo que se refiere a la relación fraternal de los humanos con el resto de la naturaleza. Pero de esto, que es tan importante, seguiremos tratando en próximas entradas.

Machi mapuche y chamán siberiano de nuestros días.

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