jueves, 28 de julio de 2011

Posesión

En los años 40 del S.XX tuvo lugar una posesión del espíritu humano por el espíritu de la guerra. Hace unos días se han descubierto unas fotos del alemán Franz Krieger sobre este asunto terrible. Las buenas fotografías tienen una enorme capacidad de sugestión y revelación. Este es el caso de Krieger, que hizo un viaje al frente recién abierto por Hitler en Rusia, donde tomó muchas fotos de soldados alemanes y prisioneros rusos o judíos; también coincidió con el mismo Hitler en una estación de tren. De este conjunto de fotos impresionantes, he seleccionado tres que quiero comentar.



Hitler espera con su séquito en el andén de la estación de Mariemburg (entonces alemana, actualmente Malbork, en Polonia) al dictador húngaro, mariscal Miklos Horthy. Quiere convencer a Horthy de que meta a Hungría en la guerra, al lado de Alemania. 
La inmensa mayoría de los militares nazis que lo acompañan están vueltos hacia Hitler, en una señal corporal de subordinación. Hitler protege sus joyas de la corona, quizá porque no está seguro del final de esta reunión.
La sociedad alemana está ya, en ese momento, totalmente militarizada, el país convertido en una máquina de guerra. La obsesión de Hitler, el sumo sacerdote de ese espíritu malvado que ha poseído a Alemania, es vengarse de todo el que se ponga por delante de su rencor, ya sea el comunismo, los judíos, el capitalismo o las razas inferiores. Ira y soberbia, esos son sus dos vectores fuerza.



Mientras tanto, el fotógrafo Krieger recorre Bielorrusia en un autobús de los servicios de propaganda nazis, visitando el frente ruso y la retaguardia cercana. Ha tomado esta instantánea de un grupo de suboficiales alemanes que contemplaban, quizá desde lo alto de un castillo, el paisaje bucólico de un pueblecito frente a su lago. Me impresionan los rostros de estos hombres. Reflejan seguridad en sí mismos, agresividad contenida, una cierta sorpresa. Hombres en guerra, mucho más peligrosos que una manada de lobos, unidos por una camaradería disciplinada, lejísimos del calor de sus mujeres y sus niños.



Estos son tres soldados alemanes. Para verlos bien hay que concentrar primero la mirada en sus rostros: son hombres, gente humana como tú y como yo. Luego hay que examinar el entorno. Primero los cascos: encierran cerebros humanos bajo un designio malvado, el de matar, que les ha sido impuesto. Luego los correajes que ciñen sus cuerpos y que parecen los amarres que los mantienen prisioneros. Finalmente el águila-símbolo del ejército alemán, que es, en sus circunstancias, la única identidad, colectiva, que les está permitida.


Sería absurdo señalar a Alemania y los alemanes con un dedo acusador. Todos o casi todos somos Alemania, esa es la enseñanza que nunca deberíamos olvidar. Las fotos de guerra testimonian el acontecimiento que a lo largo de la historia ha sido capaz de unir más veces a los humanos en pos de un objetivo. Muestran la posesión de los hombres  por los espíritus del mal. Un endemoniado también es, a su manera, inocente.

 El único exorcismo posible es la enseñanza a los jóvenes de la noviolencia. Pero no mediante el adoctrinamiento en los colegios, sino con el ejemplo y la práctica. Como lo hicieron Jesús, el Buda, los cuáqueros, Gandhi, Martin Luther King, tantos otros desconocidos que han preferido tender la mano abierta antes que lanzar el puño cerrado. Poniendo su vida en ello.


Suprema ironía: la traducción al español del nombre del fotógrafo que nos hace pensar, Franz Krieger, es Pancho Guerrero.

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