El universo chamánico está lleno de realidades espirituales. Animales, plantas, ríos, montañas, todos los componentes de nuestro entorno físico, del plano central del universo en el que vivimos, tienen su espíritu. El plano inferior de este universo, el inframundo, también está lleno de realidades espirituales, las más de entre ellas con tendencia a la malevolencia. Como lo está el plano superior, el del supramundo, donde además de los dioses hay muchas realidades espirituales benevolentes. Los espíritus de los muertos vagan a su vez por todos estos entornos.
En un universo así, un individuo humano puede tener múltiples almas, es decir, albergar múltiples realidades espirituales. Además del alma por antonomasia, esa que es el asiento de la conciencia, se han propuesto en distintas culturas chamánicas categorías de alma adicionales, algunas de ellas con gran contenido poético, como el alma-sombra, que se revela por la fuerza de la luz del Sol, o el alma-reflejo, a la que, como Narciso, vemos cuando nos asomamos a una laguna escondida; las dos nos muestran algo de nuestra condición de personas, que sin su ayuda seríamos incapaces de ver.
La concepción de que el alma o las almas acompañan al cuerpo pero no tienen una ligazón indestructible con él, resulta en la creencia en la inmortalidad, una vida espiritual después de la muerte. También está en la base de la transformación que el candidato a chamán tiene que experimentar para llegar a convertirse en chamán. Tiene que morir, incluso en su cuerpo de alguna manera incomprensible, para renacer como chamán, y en este renacimiento su espíritu o su conjunto de almas han experimentado una profunda transformación y ya no son lo que habían sido antes.
Dentro de esta cosmovisión chamánica, en la que lo espiritual, que no lo material, es el asiento último de la realidad, el género al que un individuo humano pertenece también tiene su interpretación. El chamanismo diferencia el género del sexo. El sexo es una condición material, que viene determinada por la presencia en el individuo de órganos sexuales que tienen que ser masculinos o femeninos, salvo en los rarísimos casos de hermafroditismo. El género es una condición espiritual; hay cuatro géneros fundamentales: masculino, nomasculino, femenino y nofemenino. El género nomasculino se correspondería, en nuestro lenguaje actual, con la homosexualidad masculina, el nofemenino con la femenina, aunque ambas condiciones van, en el chamanismo, mucho más allá de lo que es una simple inclinación sexual.
Pareja de berdaches Navajos, una etnia amerindia del SW de USA |
Llego por fin al núcleo de lo que quiere ser la entrada que hoy escribo. ¿Qué relación hay entre el género a que se pertenece y la posibilidad de llegar a ser un chamán? Cualquier género puede devenir en chamán. En el chamanismo siberiano abunda los chamanes tanto masculinos como femeninos, también en el chamanismo mapuche de los/las machis, al menos en el de los tiempos antiguos. Pero hay una característica singular, presente en la mayoría de las culturas chamánicas, desde luego en la mapuche, que consiste en la predilección del género nomasculino para ser chamanizado. No voy a entrar en ofrecer explicaciones razonables para este fenómeno, que desbordarían mis escasos conocimientos. Pero en lo que conocemos del chamanismo mapuche más reciente, los chamanes más abundantes son nomasculinos o femeninos. En las culturas chamánicas de Norteamérica , el sesgo hacia los chamanes nomasculinos es todavía más pronunciado. Y en la inmensa mayoría de las culturas chamánicas siberianas están presentes los chamanes nomasculinos. Tan universal es el fenómeno que los antropólogos han dado a los chamanes nomasculinos el nombre de variante de género (gender variant), también el de Berdache, derivado del español Bardaje, que significa sodomita paciente, y que fue el apelativo que inicialmente les dieron los conquistadores españoles.
Me remito al interesante trabajo de la antropóloga chilena Ana Mariella Bacigalupo para un conocimiento más completo de este tema.
En los tiempos antiguos, los/las machis salvaguardaban totalmente a las comunidades mapuches a las que servían. Para ello desempeñaban múltiples roles, de los que dos más importantes eran defenderlas de sus enemigos y sanarlas. De ellos se derivaban dos especialidades, el chamán guerrero y el chamán sanador. El primero acompañaba a los hombres en expediciones militares, un papel que desempeñaban bien los machis nomasculinos. El chaman sanador solía pertenecer al género femenino, era una machi. Cuando en el S. XVII los españoles desistieron de doblegar a los mapuches, todavía abundaban los machis nomasculinos, de cuya presencia también es testigo, en el S. XIX, Tomás Guevara, que describe la situación de los mapuches cuando acaban de ser doblegados militarmente por el ejército chileno. Después y hasta el día de hoy, solo hay referencias de machis femeninas, quizá porque la actividad guerrera ha cesado, o porque una cierta intolerancia contra el berdache va apareciendo en una sociedad mapuche que no puede evitar cristianizarse, siquiera parcialmente. Son las machis quienes desempeñan actualmente un rol, no solo de sanadoras, sino también de conservadoras y protectoras de la cultura mapuche. Larga vida y mucho éxito tengan en estas tareas.
Termino aquí la serie de entradas que he llamado “Machis de Chiloé”, centrada fundamentalmente en los orígenes y las características básicas del chamanismo mapuche, una de las muestras mejor conservadas del chamanismo planetario, ese importante movimiento espiritual que está en el origen de lo religioso. No he hablado nada de las machis de Chiloé, porque no las conozco, pero sí creo haber hecho la introducción que necesito para, el día que esté frente a alguna de ellas, comprenderla mejor y respetarla.
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