sábado, 12 de marzo de 2011

Un aquelarre en Chiloé



Hace ya bastantes años, cuando todavía no había llegado la televisión a los campos de Chiloé, abuelos y padres contaban historias por las tardes, o durante los largos días de lluvia, para entretener a los niños. También para transmitirles su cultura y para mostrarles cómo es la vida. En definitiva, para ilustrarlos acerca de eso tan complicado que es el irse haciendo una persona.
Ayer me contó mi amiga y vecina, campesina chilota hasta el tuétano de sus huesos, una historia que le contaron sus padres, a ella y a su hermano, cuando era niña. Es una historia de brujos y aquelarres, no apta, por algunos de sus detalles, para personas muy sensibles. Ahí va.

<< Había un hombre en los campos de Chiloé que era amigo de un brujo. Tan amigos eran que el brujo, que no por ser brujo dejaba de ser una persona como él, le había revelado su condición. Lo había hecho por una razón que al brujo le pareció de fuerza mayor. Su amigo tenía una polola (novia), y el brujo sabía que ella era también bruja, y consideraba que a su amigo, que era un cristiano normal, no le convenía una mujer de esa condición. Los dos secretos le reveló; primero que su polola era una bruja, y el amigo se lo tomó a broma; después que él lo sabía porque era brujo también, y el amigo se rió todavía más. Entonces el brujo le dijo que hablaba en serio, y que podía demostrárselo. Para ello le propuso un plan. El amigo, quizá pensando en seguir lo que creía que era una broma, aceptó el envite.  Eso dio lugar a que se desarrollaran los acontecimientos extraordinarios que voy a narrar. Antes debo decir que el brujo, cuando le reveló a su amigo su condición de tal, le advirtió de que debía mantener el secreto, porque si lo descubría a alguien, en ese mismo momento el brujo moriría.

Una noche en la que los brujos iban a celebrar un aquelarre en su cueva, el brujo se llegó hasta casa de su amigo para recogerlo, porque en ese aquelarre estaría su polola, y él podría verla y comprobar que era una bruja. Le dijo el brujo que lo llevaría volando por los cielos, que se aferrara con los brazos a su cuello y montara sobre su espalda. Le advirtió que se agarrara muy bien y, sobre todo, que no se le ocurriera mentar el nombre de Dios en todo el trayecto, porque si lo hacía el brujo perdería sus poderes y se estrellarían.

Así emprendieron su mágico viaje. Llegaron a la entrada de la cueva, que era un túnel muy oscuro en cuyo final había dos grandes pavos, uno a cada lado, guardando el paso. El brujo le había advertido que llevara unas cuantas agujas de las de coser, y ahora le indicó que clavara, más aún, que enterrara, una aguja en la cabeza de cada pavo. De no hacerlo así, los pavos gritarían con fuerza, señalando que era un intruso.

Pasaron con éxito este control y entraron por fin en la cueva, que era grande y estaba iluminada y llena de gente, hombres y mujeres, es decir, brujos y brujas. El brujo dejó a  su amigo en un rincón más oscuro, para que pasara desapercibido.

Empezaron a servir un banquete. El primer plato era carne de guagüita (niño pequeño  o bebé; mi amiga dijo carnecita de un cristiano, y como no la entendí me explicó que era carne de una guagüita bautizada, no sabía si cogida viva o muerta,  robada en este segundo caso de un cementerio). Al amigo del brujo le correspondió en su plato una manita, y por eso pudo reconocer enseguida su origen humano. Horrorizado, apartó el plato de su vista, y desde ese momento otros brujos que estaban cerca de él empezaron a sospechar de su condición.
El segundo plato fue de cordero asado. Pero lo peculiar era que se trataba de corderos negros, como indicaban sus pieles desolladas, expuestas en el centro de la cueva, pues los corderos se habían sacrificado allí.
Sucedió también en este banquete que los cubiertos que acompañaban a los platos brillaban como si fueran de la mejor plata. El amigo del brujo nunca había visto una cosa así, hasta el punto de que no pudo resistir la tentación de esconder una cuchara en su bolsillo.

Terminado el banquete, las mujeres, que estaban todas vestidas de blanco, empezaron a bailar alrededor de un chivo grande, negro y viejo, con enormes cuernos y largas barbas, que según se comportaban brujas y brujos con él parecía el jefe de todo el grupo. Pronto se unieron al baile los hombres. El amigo del brujo pudo comprobar que una de las mujeres que bailaba alrededor del chivo era su polola, lo que además de una revelación fue una terrible decepción para él.

La fiesta seguía, pero el amigo del brujo quería marcharse ya, se ahogaba allí. Pasó el brujo cerca de él y así se lo dijo. También le contó lo de la manita de la guagüita, y cómo desde entonces había algunos brujos cercanos que no dejaban de mirarlo con sospecha. El brujo comprendió que había que salir de allí cuanto antes.

Eso hicieron.  Ya en el túnel, el amigo del brujo tuvo que volver a clavar sendas agujas en las cabezas de los pavos, para que no gritaran la alarma. Y al volar de nuevo hacia su casa, el amigo del brujo tuvo que hacer esfuerzos extraordinarios para no mentar a Dios, que era lo que le pedía su alma aterrorizada.

Al día siguiente, el amigo del brujo, más calmado pero todavía lleno de pena por dentro, cogió su chaqueta para sacar del bolsillo la fantástica cuchara de plata que había robado en el aquelarre. Metió la mano pero no encontró la dureza del metal, sino algo blando y frio, que sacó sorprendido. Cuando lo vió a la luz comprobó que era la piel seca de una lagartija bien grande, un descubrimiento que le produjo un terror del que nunca después en su vida consiguió liberarse. >>

Comentarios:
.- Esta narración está más próxima a las tradicionales brujas europeas que a la mitología chilota. La descripción del aquelarre recuerda a los testimonios que dieron ante la Inquisición las brujas vasconavarras (españolas) de Zugarramurdi, y otros testimonios similares. El chivo es, por supuesto, Satanás.
.- Tiene también de particular que , al menos en todo lo que yo he leído de la brujería en Chiloé, los brujos son siempre hombres, mientras que aquí hay hombres y mujeres. Claro que podría ser una situación simétrica a la de la tradición europea, donde solo hay mujeres brujas (que por cierto también vuelan), aunque en los aquelarres aparecen mujeres y hombres.
.- El sacrificio de guagüitas (bebés o niños muy pequeños) parece una tradición brujeril más universal. Viajando por Mali hace muchos años, conocí a un español aventurero que había vivido algún tiempo en Benin, el antiguo Dahomey, un país de fama mundial por sus brujerías. Me dijo que estando él viviendo en un poblado en el campo, empezaron a desaparecer bebés de todas la comarca, y la gente decía que era para la celebración de los funerales de un brujo muy poderoso que acababa de morir cerca de allí.
.- En relación con estos temas, recuerdo haber visitado  hace años con un amigo geologo una cueva en las proximidades del Puerto de Santa María, en España. Está en unos terrenos que siempre fueron del Ejército, y más que una cueva es una cantera de la que se extraían piedras para hacer fortificaciones, allá por los siglos XVI al XVIII. El caso es que extrayendo, extrayendo, llegó a formarse allí una cueva subterránea del tamaño de una catedral, que hace ya muchos años dejó de ser explotada como cantera. La entrada es por una suerte de túnel largo y ancho, que desciende en cuesta empinada, por el que entra luz suficiente para iluminar la cueva en penumbra. Descendimos allí y estábamos admirando  la magnitud de aquella obra, cuando vimos que en el suelo, en el mismo centro de la cueva, había cenizas y restos de una fogata. Examinado todo ello más de cerca encontramos huesos de animales, que por su tamaño podían ser de chivo u oveja. Todos estos restos eran recientes, de los últimos años anteriores a nuestra visita, incluso de los últimos meses. Perfectamente podían proceder de un  aquelarre, porque es difícil pensar que nadie bajara hasta allí para asar un chivo por el simple gusto de hacerlo. Sabido es que, con poderes mágicos o sin ellos, hay gente por todo el mundo que sigue practicando los antiguos cultos de la brujería.
.-Los dos grabados de aquelarres que acompañan a la entrada los pintó Goya.

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