jueves, 3 de marzo de 2011

THE COVE: matanza anual de delfines en isla Taiji, Japon

Anoche vi la película “The Cove”, que me prestaron amablemente mis vecinas y amigas de CCC (Conservación Cetáceos Chile), una organización que lleva años estudiando las ballenas azules desde aquí, Puñihuil y Duhatao, y luchando por la conservación de las ballenas en Chile y el mundo, en este último caso a nivel de la Comisión Ballenera Internacional.

Recomiendo vivamente esta película. “The Cove” podría traducirse por “La Cala”, en referencia a una pequeña cala donde cada año, en la bahía de Taiji, Japón, los pescadores matan brutalmente miles de delfines a los que previamente han acorralado, cercado y vendido los mejores como ejemplares vivos para delfinarios y parques acuáticos de todo el mundo.  La película narra todo el proceso mediante el que un grupo de activistas y cineastas, principalmente yanquis, y lo de yanqui hay que decirlo aquí con admiración por la valentía y la integridad de esa gente buena de Yanquilandia, donde para honra de este gran país hay muchos como ellos, pone de manifiesto. Describe muy bien además el ambiente en Japón y particularmente en Taiji respecto a la caza de ballenas y delfines, las limitaciones y corruptelas que inevitablemente se dan en la Comisión Ballenera Internacional, como en tantas otras organizaciones internacionales, la aventura fascinante de poder filmar la matanza a pesar de todas las prevenciones del pueblo de Taiji y las autoridades japonesas, etc. 

El momento culminante es el final, cuando en unos minutos de filmación trepidante y muy emotiva se muestra en toda su crudeza el horror de la matanza de los delfines, que convierte literalmente en sangre espesa las bellas aguas azules del mar japonés.

Nada más que decir respecto a la película en sí misma, solo eso, que hay que intentar verla. Pero me gustaría comentar algo sobre el activismo medioambiental y los perfiles de dos personas, Ric O’Barry y Paul Watson.


A la izquierda, O'Barry el joven, domador de delfines.
A la derecha, O`Barry el viejo, liberador de delfines.
Cuarenta años de lucha por los delfines entre uno y otro.
Ric O’Barry, nacido en 1941, fue en los años 60 del siglo XX el domador de los cinco delfines mulares con los que se rodó la serie Flipper, llamada así por el nombre del delfín protagonista de la misma. La serie en cuestión fue un espectacular éxito televisivo mundial, y Ric se hizo rico con ella. En 1970, la delfina estrella de la serie, es decir, la que de un total de cinco animales, más actuó en las tomas, cuyo nombre era Cathy, murió en los brazos de Ric. Cathy estaba atravesando una depresión y Ric está convencido de que se suicidó, es decir, que se quitó voluntariamente la vida, porque dejó de respirar, y la respiración es en todos los cetáceos un mecanismo voluntario, no reflejo como en los humanos y otros animales. A partir de ese momento Ric experimentó una suerte de conversión. En sus palabras, comprendió que los delfines eran unos animales muy inteligentes que no eran felices en cautividad, porque su mundo estaba en los océanos. Y desde entonces hasta hoy ha dedicado toda su vida y esfuerzos a poner en libertad delfines cautivos, por las buenas o por la fuerza, a lo largo de todo el mundo. 

Ric es el protagonista humano de “The Cove”, el origen y la inspiración permanente de todo el equipo que hace la película. Lo que yo quiero destacar aquí de Ric es su ARREPENTIMIENTO. Siendo una de los causantes principales del gran negocio de los delfines en cautividad, comprendió lo injusto de sus planteamientos y ha dedicado la mayor parte de su vida a intentar reparar el daño que él mismo había iniciado.
 Esto me parece de una honestidad muy digna de ser destacada. Y es un ejemplo importante para los jóvenes: el activismo medioambiental no es un capricho de gente joven y rica, más bien es una consecuencia del arrepentimiento que experimenta un humano decente que se da cuenta un día de que la humanidad practica sistemáticamente el ecocidio y el genocidio de animales capaces de sufrir, sin darle importancia. 

Una causa importante está en ese gran pecado creacionista que han cometido todas las religiones abrahámicas (Judaismo, Cristianismo, Islamismo), de considerar al humano como algo cualitativamente distinto del resto de la Creación, con la exclusiva de haber sido hecho a imagen y semejanza de Dios, mientras que todos los demás animales son bestias que los humanos podemos utilizar a nuestro antojo y matar cuando y como queramos. 
Otra causa es también ese gran error que han cometido todos los filósofos occidentales de considerar, mutatis mutandi, que solo el humano es portador de la capacidad de razonar, y que eso lo convierte en rey del mundo y dueño caprichoso y absoluto de los destinos del resto de los animales. 
Que yo sepa, solo se salvan explícitamente de esta vergüenza histórica un santo cristiano. Francisco de Asís, y un filósofo de nuestros días, Peter Singer.

El otro activista del que quiero comentar algo es el capitán Paul Watson, un marino 
Paul Watson,
defensor de ballenas
canadiense, líder de la Sea Shepherd Conservation Society, organización para la defensa de los animales oceánicos que lleva años librando una verdadera batalla naval en aguas del Antártico contra los balleneros japoneses, y que precisamente en este último verano austral ha derrotado a la flota japonesa, reduciendo dramáticamente sus cifras de caza, gracias a la interposición que los pequeños barcos de Sea Shepherd y sus valientes tripulantes hacen entre los cazaballeneros japoneses y los cetáceos a los que persiguen.

 Aunque la lucha de Paul Watson no es la de los delfines de Taiji, sale varias veces en la película “The Cove”, probablemente porque es uno de los activistas más destacados en la pelea violenta (sí, honorablemente violenta) por la defensa del derecho a la vida de los animales. Dice Watson en “The Cove” una frase que me ha impresionado y que es a la que me quiero referir. Hablando de la Comisión Ballenera Internacional, critica su ineficacia  y extiende su escepticismo a  otras muchas grandes organizaciones internacionales. Dice que la solución a la mayoría de los problemas e injusticias contra el resto de la Tierra de los que los humanos somos responsables, muy difícilmente vendrá de las organizaciones internacionales ni de los gobiernos del mundo. 

Sino de “the passion of individuals”, la pasión (el compromiso) de los individuos, las personas concretas que como ciudadanos de a pie  se ponen en marcha para enfrentar esas injusticias y acabar con ellas.
 Este ACTIVISMO ambiental tiene una larga tradición en Occidente. Por poner un ejemplo, en países como el Reino Unido los activistas llevan más de un siglo luchando contra los laboratorios que practican la crueldad con los animales en su experimentación científica: perros, monos, conejos, ratas, todas esas víctimas domésticas de los peores horrores.

Tal y como van los asuntos de la Tierra este activismo, probablemente, tendrá que ir a más. A mí me parece ver renacer así un nuevo anarquismo, después de que la última utopía, la marxista, se ha venido abajo. Es un anarquismo singular que siempre estuvo en las calles de USA, no doctrinario sino comprometido. Que quizá arrancó en Walt Whitman y ha pasado por muchos de los grandes narradores yanquis, que también incluyó en su día a Jack Kerouac y el movimiento beatnik, que luego fue el de Paul Goodman, Noam Chomsky y la oposición a la guerra del Vietnam, también el de la noviolencia cristiana de Martin Luther King.  Un anarquismo made in America, que recoge lo mejor de la fuerte tradición individualista yanqui: democrático, noviolento, valiente, capaz de asumir riesgos, con convicciones, con fe en la capacidad movilizadora del individuo humano.  

Bienvenido sea.







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