Anteayer al anochecer volvió el machito pudú, y yo lo estaba esperando con mi cámara, medio tapado por las cortinas de mi ventana. Salió del bosquecillo con mucha cautela, sin dejar de mover su cabecita entre posturas de vigilancia y de pastar. Su alerta es permanente, me recuerda a la del futbolista cuya mirada oscila continuamente entre ver dónde está él y dónde está el juego. También aquel dicho de los navegantes solitarios ingleses, los de las grandes aventuras oceánicas del siglo XX: "one hand for yourself, one for the ship", significando que había que agarrarse bien para no caer al agua a la vez que se hacían las maniobras de la vela, porque se estaba solo.
Esta sensación de soledad que el pudú transmite... enternece y a la vez entristece. Pero eso son subjetivismos del observador, en él es una costumbre, su día a día.
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