El mapa recoge el viaje que en noviembre de 1981 hicimos por África tres amigos españoles. En esta entrada intentaré dar una idea de su contenido, apoyándome en algunas fotos viejas. Mi objetivo es doble: animar a mis nietos a que se pongan en viaje, o en peregrinaje, para conocer mejor el mundo, y presentar el África de los africanos, una tierra entrañable y llena de valores humanos por la que merece la pena apostar. Todo ello como introducción a mi próxima entrada de la serie, en la que trataré los problemas y las oportunidades con los que probablemente se encontrará África a lo largo del siglo XXI.
En In Salah.. Mi mochila pesa 27 kg, un disparate. Como europeo y hombre de ciudad, he metido en mi equipaje muchísimas cosas innecesarias. Cuando el primer día de viaje, llegamos a Argel, anduvimos mucho tiempo mochila a cuestas buscando una pensión para pasar la noche. La encontramos, dejamos las mochilas en la habitación y salimos a estirar las piernas y tomar un sandwich. ¡Yo me sentí levitar! Tenía que sujetarme a las paredes para no salir volando como un globo, tal era mi sensación de alivio tras haberme liberado de los casi 30 kg de mochila sobre mis hombros. Luego fui acostumbrándome poco a poco.
Una parada en el desierto, entre In Salah y Tamanrasset. El bus era un camión Mercedes de tracción 4x4. Cuando viajas por Africa mezclado con los africanos, siempre hay alguien benevolente que te vigila en silencio y te advertirá a tiempo de los riesgos que puedas correr. En este caso, nuestro ángel de la guarda era el joven soldado argelino que queda a la izquierda de la foto, con las manos en los bolsillos. Era tímido, ni siquiera nos dijo su nombre, pero en los momentos adecuados nos fue dando indicaciones preciosas para evitar dificultades. Hasta compartió con nosotros una naranja.
Amaneciendo en las afueras de Tamaransset. Por aquellos años el movimiento hippy recorría el mundo.Tam tenía el suficiente exotismo para serles atractiva. Por eso su alcalde solo permitía a los extranjeros pernoctar en la ciudad dentro de un hotel caro para turistas. Pero nosotros viajábamos a lo pobre. Antes de la puesta del sol teníamos que estar fuera de la ciudad y acampar en el desierto, donde buenamente encontráramos un sitio libre de pedruscos. Cuando amanecía volvíamos a la ciudad. Así durante varios días, hasta que encontramos un camión que iba a cruzar el Sahara.
El camión Berliet con tracción simple en el que navegamos durante una semana por la transahariana. Aquí hemos parado poco después de salir de Tam para hacer acopio de leña. El camión lleva unas planchas de hierro (visibles en el costado) y un compresor de aire (no visible) para salir de los frecuentes atascos en la arena. Más que un camión, era un barco que cruzaba el mar de arena sahariano
La "tripulación" del camión transahariano. De izquierda a derecha: Abdullah, chófer y dueño, Saad primer ayudante y cuñado de Abdullah, y Mahmud, segundo ayudante y esclavo en la práctica de los otros dos. Abdullah y Saad eran árabes chaamba, del oasis argelino de El Golea. Mahmud era un bambara de Mali. Abdullah era astuto y autoritario, muy en su papel de capitán de aquella nave. Saad, más joven, algo arrogante e ingenuo. Mahmud, servicial y bondadoso. Obsérvese el sutil lenguaje corporal, que marca las diferencias jerárquicas: Mahmud no apoya su espalda en la pared.
A mediodía parábamos en mitad del desierto. Mahmud abría un hoyo en la arena donde hacía fuego. Preparaba un gran pan de sémola de trigo, horneándolo, y lo desmenuzaba en un cuscus al que añadía algo de carne de cordero y salsa de tomate. Otras veces hacía pasta. El aspecto de su cocina de campaña es terrible, pero la comida era deliciosa. Cuando se hacía de noche parábamos para dormir en mitad del desierto. Antes de tendernos bajo la bóveda maravillosa del cielo estrellado, bellísimo y multicolor en aquellas noches de luna nueva, Mahmud preparaba la cena, que comíamos a la luz de la hoguera. Era noviembre, y las noches en el desierto bastante frías.
Al amanecer, antes de partir, Mahmud hacía fuego y preparaba té. Algunos días Saad (a la derecha con una gabardina) preparaba un café muy cargado, aromático y azucarado, al estilo turco. Inclinado sobre el fuego está uno de nuestros compañeros de viaje, Julius. Estudiaba ingeniería agrícola en la Universidad de Zagreb, en la Yugoslavia de Tito, y volvía a Nigeria, su país, de vacaciones. No se llevaba bien con los chóferes árabes, que lo menospreciaban. Era un joven silencioso y taciturno. La noche que dejamos atrás el Sahara dijo en voz baja, a mi lado: "Now we are in West Africa". Estaba convencido de que Nigeria lideraría el futuro del Africa Occidental subsahariana. Él también menospreciaba a los árabes.
Algunos compañeros de viaje (falta el que hizo la foto) en la caja del camión. A la derecha, Julius. A la izquierda Lalo, español como nosotros pero al que nos encontramos casualmente en el camión de Abdullah; viajaba solo y su única intención era cruzar el Sahara. La carga que iba bajo nosotros era de sacos de dátiles del oasis de El Golea, con destino a Zinder, Nigeria. Pero bajo tres capas de sacos había contrabando de aceites lubricantes y otros productos petroquímicos, procedentes de las refinerías libias o argelinas, para venderlos en negro en el África subsahariana.
Nuestro camión avanza por la transahariana, que es una banda de hasta un kilómetro de ancho cubierta por rodadas y senderos innumerables. La estela de polvo que dejamos atrás casi se pierde en el horizonte. El desierto es inmenso, infinitamente plano y vacío. Se tiene una sensación muy intensa de estar en camino, viajando, dejando atrás no solo muchoskilómetros, sino una multitud de miserias y mezquindades, en una peregrinación que también es espiritual. El viaje libera y purifica como casi ninguna otra experiencia.
Otra vista de la transahariana desde el camión. La ruta esta cubierta de docenas de cadáveres de autos, camionetas y hasta camiones. En el desierto, una avería importante es la muerte del coche que la sufre. Les pasa como a los camellos. Dice la gente de por allí que cuando un camello en caravana se para en mitad del desierto, es porque va a morir.
La primera aldea que encontramos todavía en el desierto, pero ya asomada al Sahel, fue Teguidan Tessunt, que vive de algunos pozos de agua salobre que evaporan al sol para convertirla en grandes panes de sal. El día que llegamos esperaban la visita de un ministro del gobierno, aquello era ya la República del Níger. Los niños de la escuela y los hombres de la aldea lo estaban esperando, las mujeres permanecían en casa, siempre trabajando. Dos etnias: los nómadas
tuareg, con sus grandes turbantes blancos o negros y los rostros tapados. Los sedentarios
haussas, con sus gorros copudos y multicolores y sus trajes sueltos.
Teguidan Tessunt es una aldea extremadamente pobre. Corrales de adobe donde encerrar algunas cabras y burritos, viviendas de adobe en cuyas puertas las mujeresmuelen incansables el mijo, y niños sueltos, cubiertos de polvo y moscas pero siempre alegres, esos niños africanos que carecen de casi todo pero viven infancias felices.
En Teguidan Tessunt nuestros chóferes sacaron de lo más hondo del camión un saco de azúcar, que le interesó muchísimo a un grupo de
tuareg. Aquí Saad está tratando con ellos la compraventa, al pie del camión. Ya tiene en la mano los billetes de francos CFA que el tuareg del turbante blanco le está ofreciendo. De pronto, incomprensiblemente, Saad rompió el trato. Me dio mucha pena ver los rostros frustrados de aquellos
tuareg perdidos en la nada, para los que el saco de azúcar era sin duda un tesoro.
Muy cerca de In Guezzam, cuatro casas de adobe que marcan la frontera entre Argelia y Níger, en pleno desierto, se nos acercó por la noche un grupo de jóvenes
tuareg pidiéndonos cigarrillos. También nos despidieron al alba, donde se les ve en la foto. Su aspecto era salvaje y exótico. El de la izquierda, de piel totalmente negra, vestía una chaqueta azul con botones dorados, que algún viajero de paso le había regalado.
Ya en el Sahel, llegamos al pozo de Fofo, primer gran pozo saheliano al que acuden las familias
tuareg y
bororo para abrevar sus ganados: cabras de los
tuareg, vacas negras de grandes cuernos y burritos de los
bororo, camellos en todos los casos. Aquí, dos niñas y un pastor
bororos, observan cómo beben sus camellos en una gran pileta. El pastor lleva una espada al cinto, lo que es común en la zona.
Llegados por fin a Agadez, la primera ciudad saheliana, nos hicimos una foto con Lalo para compartir un recuerdo, pues él cogía el avión para volver a España. La tomó un fotógrafo de aquellos de mi niñez, con una gran cámara oscura sobre un trípode. El marco era encantadoramente ingenuo, como tantas cosas en Africa, un corazón sobre el que estaba escrito: "Souvenir, presence dans la absence", "Recuerdo, presencia en la ausencia".
Un taxi nos llevó desde Niamey a la frontera entre Níger y Mali. Allí almorzamos un plato de arroz blanco con carne y guisantes. La carne era dura, se resistía al diente. No pudimos terminar los platos, pero varios niños nos rodeaban y dieron enseguida buena cuenta de lo que habíamos dejado, no sin pedirnos antes permiso.
Luego, mientras escribíamos unas postales o nuestros diarios, los niños seguían junto a nosotros, sin hablar, compartiendo simplemente nuestra presencia. Se nos habían ofrecido como guías para llevarnos hasta el río Níger, muy cercano, donde podían verse hipopótamos, pero no teníamos tiempo. Ese concepto europeo del tiempo no se entiende en el Africa campesina.
Al fin llegó de Mali un
taxi-brousse, que nos llevaría hasta Gao, nuestra próxima etapa. En la foto, los pasajeros rodeamos el vehículo, un Toyota Land Cruiser de la época, mientras el chófer y un ayudante cargan los equipajes arriba. Entramos en el Toyota ¡diecisiete personas!, contando el chófer: cuatro en el asiento delantero y trece detrás, de estos cuatro en el banco derecho, cinco en el izquierdo y cuatro en cuclillas en el centro. Increíble la delicadísima cortesía africana, nadie molestaba a nadie, todos respetaban escrupulosamente el cortísimo espacio de los demás. En mitad del viaje una joven, mareada y con naúseas, empezó a vomitar. Nadie se inmutó, el Toyota paró enseguida para que la joven pudiera relajarse y para limpiar la vomitona, porque en el África negra la obsesión por la limpieza es permanente.
En Gao nos embarcamos en un gran barco fluvial, el
General Soumaré, para hacer el trayecto por el río Niger hasta la capital de Mali, Bamako. La foto, en la que aparecemos dos de nosotros, muestra muy bien su disposición. Arriba el puente de mando en el extremo izquierdo, detrás el salón comedor de primera clase, finalmente una toldilla para los pasajeros de primera. En medio, toda la mitad izquierda ocupada por los camarotes de segunda clase, y la mitad derecha por los de primera, donde estamos nosotros. En la cubierta inferior, la mitad izquierda es la cuarta clase, la mitad derecha la tercera clase. Ya fuera de la foto, en el extremo de popa, dos letrinas que compartíamos todos los pasajeros. Sobre el
General Soumaré podría escribirse un libro, pero no dispongo aquí del espacio ni el tiempo. Solo diré que cuando llegamos a Gao quisimos comprar billetes de cuarta clase, porque nuestro viaje era a lo pobre. El taquillero del barco nos miró un instante y dijo convencido, "Premiere", despachándonos billetes de primera sin permitirnos rechistar. Durante la mayor parte del viaje fuimos los únicos occidentales a bordo. Subieron y bajaron en el trayecto un neozelandés, que consiguió viajar en cuarta, y un aventurero hispanofilipino del que habría mucho que contar.
El barco iba deteniéndose en los pueblos importantes que quedaban al paso, a lo largo del río. Esta foto muestra la llegada al puerto de Tombuctu. Estas llegadas eran espectaculares, llenas de color y de vida. Mucha gente y algunos buses esperan al barco en la orilla, la plancha está ya preparada para lanzarla. El barco emite por sus altavoces una atronadora y bellísima música maliana. Esto es África. Por la estrecha plancha, durante una media hora de escala, entrarán y saldrán del barco docenas de personas. Siempre está presente la cortesía africana . Pero es una cortesía deportiva, a veces hay empujones, y cuando los hay todo se resuelve con sonrisas, como en un partido de rugby entre amigos.
En el barco iban dos soldados que representaban la ley y el orden. Aquí se les ve al final de la plancha, regulando el tráfico de entrada y salida. Nosotros los apodamos
Correa 1, un
tuareg (debería escribirse
targui, el singular de
tuareg en su lengua, el
tamachek) alto y huesudo que está al lado izquierdo, y
Correa 2, un
bambara más bajo y con bigote y boina verde que se ve a la derecha. Detienen con sus brazos a unos que quieren bajar del barco. Cuando el desorden se hacía muy grande, se desabrochaban sus cintos e imponían rápidamente el orden a correazos. Se producían escenas muy violentas y a la vez divertidas, porque la gente aceptaba los correazos con sonrisas, comprendiendo perfectamente la lógica de la situación.
En el Àfrica subsahariana los niños son siempre amistosos con los extranjeros, las mujeres también, aunque algo menos, y los hombres suelen mantener una distancia amable. En esta foto, uno de nuestros amigos niños del
General Soumaré, Salif Keita, hijo de un jefe de distrito que viajaba con toda su familia en primera, ha venido a enseñarnos, lleno de orgullo, a su pequeña hermanita. Mali es uno de los países más pobres del mundo pero también el más amable y alegre que he conocido. ¿Por qué será? Quizá la lección más grande que me dio África es que se puede ser feliz en la pobreza, lo que no significa que la pobreza te haga necesariamente feliz. El África negra rebosa de vida, seguramente siempre lo ha hecho. En términos de impulso humano, aportó a América mucho más de lo que le aportamos los europeos. Y sigue siendo una de las esperanzas que le quedan al mundo. Por eso, y porque se lo merecen, tenemos que ayudarlos. La gran cuestión es cómo.