Con esta entrada voy a iniciar una serie de tres o cuatro en la que, travestido de adivina, sentado ante una mesa redonda con faldones pintados con algunas constelaciones del firmamento y en su centro una hermosa bola de cristal sobre una base de plata repujada, voy a formular algunas conjeturas sobre lo que puede llegar a ser este siglo XXI que empezamos ahora a recorrer.
Tengo tres nietos, la más joven con cinco meses. Si todo les va bien, teniendo en cuenta los avances imparables de la medicina, atravesarán el siglo XXI y seguirán cumpliendo años en el siglo XXII. Ayer estuve con mi nieta más joven, una guagüita arrebatadoramente guapa, más fuerte que el más fuerte de los atletas adultos, que observa con inteligencia y una inmensa curiosidad la realidad del mundo, aprendiendo algo nuevo cada segundo que está despierta. Desde que me estrené como padre y pude observar de cerca a los bebés he estado convencido de que la plenitud del individuo humano está en la primera infancia, entre los cero y los cinco años; me gustaría exponer aquí mis argumentos, pero no tengo ni el espacio ni el tiempo ni quiero atentar contra la paciencia de mis lectores. Mi nieta benjamina cumplirá noventa años en enero del 2.101, entrando en el siglo XXII como una madurita todavía con bastante vida por delante y quién sabe, quizá capaz, como otras mujeres de su edad, de seguir despertando las ilusiones y encendiendo las pasiones de los maduritos de su generación. Este potencial suyo, tan lejano a lo que ha sido la vida de los terrícolas nacidos como yo en mitad del siglo XX, me parece una novedad extraordinaria, me hace mirarla con admiración y hasta me sobrecoge.
De una extraña manera difícil de racionalizar, mi nieta benjamina está siendo estos días la bola de cristal en cuyas transparentes profundidades intento entrever el futuro. En términos más concretos ella es ya mi futuro, al menos lo es del 25% de mi DNA, una fracción muy importante de mis determinantes heredables. Ella y mis otros dos nietos son, en buena medida, mi particular siglo XXI, e incluso el comienzo de mi siglo XXII. Esto me hace plantearme una pregunta interesante, entre otras muchas: ¿me asusta el siglo XXI que ahora comienza? Temo que sí, que me asusta bastante. Pero yo soy un viejo, y los viejos se agobian por cualquier cosa. Estoy seguro de que a ella, no es que no le asuste ahora su futuro, pues todavía es inocente, sino que no le va a asustar a lo largo de la mayor parte de su siglo.
Aun así, ¿hay motivos suficientes para inquietarnos ahora por lo que el siglo XXI pueda traernos? Creo que sí. Al menos dos problemas estructurales del planeta alcanzarán su punto de ruptura en algún momento del siglo XXI. Uno es el de la superpoblación, el otro el del deterioro ambiental. Ambos serán temas principales de las entradas que van a seguir a ésta.
La historia reciente de la humanidad está hecha de ciclos de duración entre uno y dos siglos en cada uno de los cuales se han ido sucediendo un gran avance cultural, el correspondiente avance tecnológico, la proposición de una utopía capaz de resolver definitivamente los problemas planteados por los avances anteriores y el fracaso trágico de su puesta en práctica.
A modo de ejemplo y limitándonos al área geográfica occidental o euroamericana:
1).- Ciclo del Renacimiento. En el siglo XV irrumpe el Renacimiento, una revolución cultural que trae consigo el desarrollo de las ciudades, la imprenta y el capitalismo. El siglo XVI es ya el de las exploraciones y descubrimientos, que cambian nuestra concepción del mundo. También el de la utopía y el cisma protestantes, que culminan en el siglo XVII con unas guerras de religión que ensombrecen Europa. En paralelo, como consecuencia del encontronazo de los amerindios con los europeos, se produce una tragedia demográfica en el continente americano.
2).- Ciclo de la Ilustración. El siglo XVII es también, en su segunda mitad, el de los grandes descubrimientos científicos: Galileo, Kepler, Newton, Leibniz, Descartes. Con la máquina de vapor se inicia la Revolución Industrial, basada en la energía del carbón. Termina siendo el siglo de las Luces, que con la Ilustración trae la utopía de la Razón y el Progreso que da origen a los Estados Unidos de Norteamérica y también culmina en la Revolución Francesa. Es el siglo de la burguesía, también el de la consolidación de la lengua alemana como una lengua de cultura, gracias sobre todo a Kant, primer gran filósofo que piensa en alemán. Todo esto culmina en los comienzos del siglo XIX con un Napoleón que queriendo transformar a Europa por la fuerza se convierte en el primer déspota europeo de nuevo cuño, que descoyunta a Europa, acaba con el Imperio Español y cuyo fracaso final lleva al Imperio Inglés y a la consolidación del mundo germánico como una potencia cultural y tecnológica emergente.
3).- Ciclo de la ciencia. El siglo XIX es el gran siglo de la ciencia y la tecnología, con figuras como Darwin, Pasteur, Mendel y Gauss. En sus realizaciones tecnológicas, el siglo XIX trae consigo un desarrollo espectacular del capitalismo y sus contradicciones, resultando en un siglo XX en el que se reparten el protagonismo dos grandes utopías transformadoras, el comunismo y el nazismo, que terminan como escalofriantes despotismos, llevando a máximos nunca imaginados la tragedia europea y culminando en la II Guerra Mundial.
Ya sé que lo que acabo de hacer es una simplificación abusiva de fenómenos muy complejos y entrelazados, pero lo que quiero poner de manifiesto es precisamente eso, que el desarrollo de la historia es como el régimen turbulento de un gran río en el que muchas corrientes, unas evidentes, otras subterráneas, entrechocan unas con otras y van dándole así una dirección más o menos azarosa al conjunto. Siempre hay un cuerpo de avances científicos que resulta en otro de avances tecnológicos, económicos y sociales, que generan contradicciones que quieren salvarse con la formulación de una nueva utopía que intenta llevarse a la práctica derivando en guerras que resultan en un estrepitoso fracaso ideológico y una gran cantidad de sufrimiento. Y vuelta a empezar. Así progresa el mundo, así lo hará a lo largo del siglo XXI si los humanos no consiguen ir conjurando los peligros que vayan saliendo al paso.
De esto es de lo que voy a hablar en las tres o cuatro entradas próximas. Lo haré cogido de la mano con mis nietos, pensando en su futuro, paseando con ellos `por las largas avenidas que cruzan o van a cruzar el siglo XXI. Un abuelo contando cuentos, pero no de lo que ya ha pasado, sino de lo que puede llegar a pasar. Que aspira así a entretenerlos y darles algo en que pensar.
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