lunes, 30 de mayo de 2011

Desde Leiden

Hoy es el último día de una semana que he pasado  en Leiden .  
Más allá de Amsterdan y Rotterdam, dos ciudades éstas grandes e inevitablemente desordenadas, la mayor parte de Holanda es una llanura de campos exquisitamente cultivados, viento abundante, grandes árboles rumorosos y pequeñas ciudades antiguas, limpias, perfectamente conservadas. Leiden es una de ellas. En su centro histórico apenas circulan los autos y uno llega fácilmente a sentirse en pleno siglo XVII, cuando Holanda se hizo protestante, independizándose  del  imperio español  y dominando con su potencia naval el comercio con Extremo Oriente.
Los holandeses de hoy son gente amable y tranquila, apasionados de la bicicleta y usuarios de unos trenes que unen todo el país con veloz puntualidad.  El inglés es la segunda lengua para la inmensa mayoría de la población. Una parte importante del territorio ha sido reconquistada al mar y está por debajo del nivel de éste, protegida por grandes diques, no en balde los holandeses son, probablemente, los mejores ingenieros del mundo. Canales y gaviotas innumerables interconectan el océano con la tierra firme, dotando al paisaje de un romanticismo nuboso, súbitamente soleado, que no puede ser sino  holandés.


Un canal en las afueras de Leiden, con barcos para pasear a los turistas.

Canal residencial dentro del casco histórico de Leiden. Aguas mansas, mucha paz y un silencio que solo rompe a veces el viento agitando las frondas de los árboles que cubren sus orillas.











Los holandeses no solo inventaron los tulipanes, sino que son apasionados de todas las flores, las cuales te sorprenden a veces desde rincones muy escondidos, como las pequeñitas de la foto. Vi también muchas hortensias que me hicieron acordarme de Chiloé.













De vez en cuando, en plena ciudad, un molino se planta cerca de un cruce de canales, dispuesto a recoger cualquier viento. Todos ellos funcionan perfectamente y son visitables. Museíllos de barrio para turistas incansables.










Esta iglesia de San Pedro y la de San Pancracio, las más grandes de Leiden, tienen el tamaño de catedrales. Construidas en el siglo XV, cuando Holanda era todavía católica, los protestantes las vaciaron de imágenes.





Dejándolas así por dentro. Austeras, desnudas del calor católico pero dotadas de una espiritualidad impresionante y puritana.















Bicicletas aparcadas por todas partes. También ciclistas de todas las edades y anatomías volando veloces por las calzadas, como grandes pájaros silenciosos que, milagrosamente, nunca te atropellan.










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