Hoy es el último día de una semana que he pasado en Leiden .
Más allá de Amsterdan y Rotterdam, dos ciudades éstas grandes e inevitablemente desordenadas, la mayor parte de Holanda es una llanura de campos exquisitamente cultivados, viento abundante, grandes árboles rumorosos y pequeñas ciudades antiguas, limpias, perfectamente conservadas. Leiden es una de ellas. En su centro histórico apenas circulan los autos y uno llega fácilmente a sentirse en pleno siglo XVII, cuando Holanda se hizo protestante, independizándose del imperio español y dominando con su potencia naval el comercio con Extremo Oriente.
Los holandeses de hoy son gente amable y tranquila, apasionados de la bicicleta y usuarios de unos trenes que unen todo el país con veloz puntualidad. El inglés es la segunda lengua para la inmensa mayoría de la población. Una parte importante del territorio ha sido reconquistada al mar y está por debajo del nivel de éste, protegida por grandes diques, no en balde los holandeses son, probablemente, los mejores ingenieros del mundo. Canales y gaviotas innumerables interconectan el océano con la tierra firme, dotando al paisaje de un romanticismo nuboso, súbitamente soleado, que no puede ser sino holandés.


Los holandeses no solo inventaron los tulipanes, sino que son apasionados de todas las flores, las cuales te sorprenden a veces desde rincones muy escondidos, como las pequeñitas de la foto. Vi también muchas hortensias que me hicieron acordarme de Chiloé.




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