sábado, 30 de julio de 2011

El equilibrista

Aquel hombre se había quedado solo. Cuando repasaba su vida, caía en la cuenta de la mucha gente que había ido decepcionando a su paso. Para cada caso particular encontró una justificación que lo dejaba a salvo. Pero ahora que tenía tiempo para pensar, porque nadie lo importunaba, comprendía que tantas decepciones apuntaban a una causa común, que no podía ser otra que él mismo. “Tienes lo que mereces”, le decía una molesta voz interior. “Uno no llega nunca a conocerse del todo”, concluía él. Sabía que ya era tarde para intentarlo otra vez, por eso se limitaba a ir combinando mucha imaginación con mucho método y organizaba así su día a día. No era tarea fácil.
Pensó en comprarse un perro, “me hará compañía”, se dijo. Pero pasaban los meses y no acababa de decidirse a hacerlo. Con ello ponía de manifiesto su prudencia, exquisita, equidistante, lejana, fría. Sin reparar en que era ella, esta prudencia maldita, una forma de cobardía, su compañera fiel, capaz de llenar y soportar su vida.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Olo,que quieres proponer con esta entrada, mas aun despues de la anterior donde hablas de una mujer que se fue, que hay que dejar de hacer equilibrio y lanzarse al vacio

olo dijo...

Proponer, lo que se dice proponer, no he querido proponer nada. La entrada me ha salido, valga la aparente contradicción, espontánea, como el dibujillo literario de un rostro que el escritor garrapatea en su teclado antes de irse a dormir. Pero quizá acierte usted en lo que dice: cuando uno reflexiona sobre su vida se da cuenta de que muchas más veces de las que lo hizo debió atreverse, arriesgarse, exponerse, entregarse. Aunque al final todos somos equilibristas y puede que al mundo le vaya mejor así. No a uno mismo, desde luego.

En cuanto a esa mujer que se fue, el escribir sobre ella me ha influido, sin duda, porque representó mucho para mí, todavía la recuerdo en detalle. Los humanos somos como tablillas de barro caldeas en las que se va escribiendo nuestra vida; algunas de estas tablillas pasan por el horno y lo escrito queda indeleble, para siempre. Esta serie sobre la Cartuja me va a traer muchos recuerdos de aquella época en la que pude ser un mal equilibrista y dejarme caer del alambre, pero no me atreví a hacerlo. Quede mi testimonio para que lo tengan en cuenta los jóvenes locos o aburridos que lleguen a leer mis textos.