Estoy leyendo dos libros durante las vacaciones. Uno es sobre parapsicología, el otro sobre el partido comunista chino y su modo capitalista de gestionar ese inmenso país.
Rupert Sheldrake |
El autor del primero, Rupert Sheldrake, es un científico inglés que se tiró al monte hace muchos años y desde entonces se ha caracterizado por su provocativa heterodoxia. Lleva el concepto físico de campo de fuerzas (electromagnético, gravitatorio) a un extremo desgarrador. Se hizo heréticamente famoso cuando postuló la existencia de campos mórficos (morphic resonance) para explicar la evolución de los organismos. Su tesis en el libro que estoy leyendo es que la mente desborda al cerebro, extendiéndose fuera del cuerpo, tanto en el espacio (lo que daría razón de la telepatía) como en el tiempo (lo que explicaría la anticipación del futuro). Sheldrake no escribe disparatadamente. Se sitúa muy lejos de los paradigmas científicos actuales, pero lo hace de una forma razonable y escéptica, proponiendo hipótesis que, por exageradas que parezcan, tienen todo el derecho a la existencia. Él postula una suerte de “campos mentales” (la mente extendida) que, en lejana analogía con los magnéticos, mediarían algún tipo de relación mental entre individuos humanos muy alejados en el espacio o en el tiempo. No me disgusta leer de vez en cuando libros así, que ponen en cuestión todo lo establecido y escandalizan a las cabezas conservadoras. Creo que es sano hacerlo. Además, Sheldrake escribe bien y me interesan todos los aspectos puramente fenomenológicos de la telepatía, que el libro presenta exhaustivamente. Porque la telepatía sí es algo que me tomo en serio. Su existencia no está probada científicamente, pero tampoco lo estaba la existencia de los campos electromagnéticos en los tiempos de Newton, ni la de los campos gravitatorios en los de Galileo. La ciencia debería tener siempre una ventana semiabierta a lo misterioso, a través de la cual los científicos puedan mirarlo, siquiera sea de reojo. A mí me basta con ver volar un bando de palomas, sus evoluciones tan precisas, su coordinación instantánea, para empezar a soñar despierto.
Miembros del Comité Permanente del Politburó en el XVII Congreso del Partido Comunista Chino (2007). Forma parte de la uniformidad que todos los que lo tengan cano se tiñan el pelo. |
El libro sobre la China de hoy está escrito por un buen periodista, Richard McGregor. Pone de manifiesto muy claramente cómo, en aquellos años 1990 en que el comunismo se derrumbaba por todas partes, los chinos, con mucha inteligencia y sangre fría, consiguieron salvarlo. Lo que han montado es un partido comunista que mantiene un control férreo de toda la complejidad económica china, plenamente abierta al capitalismo más ortodoxo. ¡Quién lo hubiera pensado!, la combinación de un comunismo político con un capitalismo económico, sin duda la amenaza más seria con la que se enfrentan las democracias liberales al viejo estilo occidental. Menos mal que los chinos, siempre bajo la influencia del sabio Confucio y una vez olvidado Mao Ze Dong, son gente moderada, capaz de distinguir entre todas las muchas modalidades del color gris, cuyos extremos son, precisamente, el blanco y el negro de los intolerantes.
2 comentarios:
Quizás los chinos no tienen canas, porque pensar que se tiñen?, creo que hay razas que no desarrollan barba o son lampiños, en cambio los europeos son muy peludos
creo que no hay japoneses colorines, aunque las japonesas modernas se tiñen el pelo de todos los colores
Lo de que se tiñen el pelo lo dice el libro. Y tiene que ser verdad. Todos los miembros del Politburo tienen el pelo negro, pero es facil ver chinos viejos con el pelo blanco. Los chinos encanecen, lo del teñido es una cuestión de etiqueta del PCC, algo así como quitarse los pelos de la nariz o cortarse las uñas. ¿Por qué no? La uniformidad es importante, refleja la necesaria unidad de pensamiento.
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