Es como si hubieras salido de un estanque profundo, de esos que yacen a veces escondidos en los bosques, al que he visto iluminado desde dentro por un resplandor sobrenatural. Sus aguas eran sólidas, impenetrables como el cristal de roca.
Estabas allí dentro, petrificada, y de pronto, sin romper nada, ya estás aquí. Ha pasado mucho tiempo que a la vez es ninguno, un instante larguísimo. Estás aquí, el color de tus mejillas y la risa bailando en tus ojos revelan tu vitalidad, que te rebosa.
Estás aquí y hemos llegado casi al final del túnel.
Tu fuerza.
NATURALEZA y CULTURA. Observaciones sobre los intentos vanos del espacio por liberarse del tiempo
martes, 29 de noviembre de 2011
Gente de la mar (4).- Un toque de Dios (1958)
Una mañana calurosa de junio, en el puerto de Ceuta, el patrón del Ángela María despedía a su cocinero en la misma plancha del ferry que iba a partir para Algeciras. Le deseó suerte, pues su hijo había sufrido un grave accidente. Luego el patrón volvió apresuradamente al muelle pesquero, donde su barco estaba listo para zarpar hacia los caladeros marroquíes. ¿Cómo podría encontrar un sustituto de su cocinero? Nadie en su tripulación cocinaba lo suficientemente bien, y la estancia en la mar iba a ser larga, pues pescarían calamar al sur de Agadir, muy cerca ya de las costas del Sahara. El patrón sabía la importancia de que los marineros estén bien comidos para que rindan y no se peleen, así que el asunto de encontrar otro cocinero le parecía crucial.
Recorrió apresuradamente el muelle pesquero, preguntando en otros barcos conocidos. ¿Sabía alguien de un cocinero disponible? Al cabo, unos alicantinos le dijeron que en el bar del Ecijano habían visto a uno ofreciéndose para el puesto.
Corrió hacia allí. Sudaba. Llegó casi sin aliento. Preguntó al camarero, que le indicó a alguien sentado en una mesa, con un café por delante. Se sentó junto a él. Lo interrogó. Se trataba de un hombre de mediana edad, fuerte, con bigote recortado, pelo abundante y largas patillas. Vestía pobremente y hablaba con soltura. Le contó que había sido cocinero en un hotel de Almería y que luego estuvo varios años en la Legión Extranjera, un cuerpo de infantería de élite, donde también había cocineado.
- ¿Te has embarcado alguna vez? - le preguntó el patrón.
- He trabajado de joven en las traíñas de Tarifa, que es mi pueblo.
- ¿Y por qué te quieres embarcar ahora?
- Para ganarme la vida – y al decirlo, el hombre miró al patrón con cara de saber lo que era eso.
Sin comprender exactamente por qué, al patrón no acababa de gustarle aquel aspirante a cocinero, pero no tenía elección. Le preguntó algo de cocina, que cómo preparaba él los guisos de papas y los arroces, y lo que contestó le convenció de que aquél hombre conocía el oficio.
Corrieron los dos hasta la Comandancia de Marina para arreglar el pasaporte de mar del nuevo cocinero del Angela María. Se llamaba Juan Antúnez. Volvieron al Ecijano, donde Juan recogió de detrás del mostrador una maleta de madera, se la cargó al hombro, y siguió a su patrón hasta el barco.
El Angela María zarpó inmediatamente, para aprovechar la corriente que corre hacia el Oeste con la marea, facilitando mucho la travesía del Estrecho de Gibraltar. Juan Antúnez quedó en manos del contramaestre, quien una vez fuera del puerto le enseñó la cocina y lo presentó al resto de la tripulación.
El patrón llevaba el timón, navegando muy cerca de la orilla marroquí del Estrecho, sorteando los bajos y arrecifes que conocía muy bien. La mañana era magnífica. A poco el contramaestre subió hasta el puente, para contarle sus impresiones de Antúnez. Eran muy favorables. Parecía saber mucho de guisos y conocía bien todo el cacharreo de la cocina. Se relamieron los dos de lo bien que iban a comer en este turno de pesca.
El propio Antúnez subió al puente cuando estaban al través de Punta Malabata, con la ciudad de Tánger al fondo. Pidió órdenes. El patrón le dijo que había cuatro conejos en la nevera, que preparara un arroz con ellos.
Pronto corrió la voz entre los marineros. Todos esperaban, relamiéndose excitados. Antúnez trasteaba en la cocina, silencioso, hasta que estuvieron al través del cabo Espartel, cuando el contramaestre entró y lo encontró cambiado: hosco, ensimismado, inseguro. Los marineros, reunidos en la cubierta de proa bajo una dulce brisa del Norte, hablaban de comida, con las bocas hechas agua.
Pasó una media hora. Ya frente a La Teta, una colina con forma de pecho femenino que se ve desde el mar entre Tanger y Larache, el contramaestre entró de nuevo en la cocina y se extrañó de no ver fuego encendido. Le preguntó a Antúnez que cómo iba el arroz. Éste, sin contestarle nada, llenó una cacerola grande de agua y se la llevó hasta la cubierta de popa. Echó dos paquetes de arroz dentro de ella y se puso a esperar, sin calentar el agua ni hacer otra cosa que no fuera mirar sin mirar la estela que el barco iba dejando,
Siguió pasando el tiempo. La tripulación empezó a inquietarse, pero nadie se atrevía a preguntarle nada a Antúnez. Al cabo, bajó el patrón y lo conminó a que se explicara. Antúnez se mostró sorprendido.
- Es bien sabido que el arroz hay que dejarlo al menos ocho horas en agua fría, para que se ablande - dijo.
Algo vio el patrón en los ojos y gestos de Antúnez que le impresionó. “Por la Virgen del Carmen, este hombre está loco como una cabra”, pensó.
Mandó el patrón al contramaestre que hiciese las veces de cocinero, y a Antúnez decidió convertirlo en un marinero más. Compadecido, lo llamó al puente; le dijo que el turno de pesca iba a ser duro y que necesitaba hombres fuertes en las maniobras; que no era el cocinero adecuado para el barco, y que lo iba a cambiar a marinero, respetándole el sueldo que como cocinero le hubiera correspondido; Antúnez aceptó con mansedumbre; parecía tener su cabeza puesta en otras cosas.
A lo largo de los días de pesca que siguieron, Antúnez, con sus patillas de legionario y su bigote recortado, además de su locura, impuso un respeto reverencial entre el resto de los marineros. Nadie se metía con él. Unas veces estaba más cuerdo y otras más loco, pero parecía no acordarse de su fracaso inicial como cocinero. Cuando se le mandaba, obedecía con extraordinaria docilidad. Era un buen marinero, fuerte y preciso, que si no estaba muy nervioso hacía bien las faenas. No le temía al frío, de modo que también ayudaba a los encargados de la nevera donde el barco guardaba el hielo con que conservarían los calamares pescados.
Así se fue ganando la simpatía de la tripulación. Cuando descansaban en el rancho de proa, les contaba muchas historias fascinantes de su vida en la Legión, guerreando contra los moros. Era, cuando estaba lúcido, un conversador brillante.
El Ángela María volvió por fin a El Puerto de Santa María, cargado de calamares. El turno había sido muy bueno. Algo le decía al patrón, desde lo más hondo de su instinto supersticioso, que debía conservar a Antúnez en su tripulación. El cocinero de siempre los estaba esperando en el muelle; su hijo murió, pero él estaba ya listo para volver a la mar.
Estaban pasando la primera noche en tierra, y el guardián del Ángela María fue a buscar al patrón a su casa. Antúnez estaba detenido en el cuartelillo de la Guardia Municipal por pasearse totalmente desnudo por la Ribera, el paseo principal del Puerto. El patrón lo sacó de allí, después de pagar una multa y ponerle un mono azul de mecánico, pues sus ropas se habían perdido. Mientras que lo llevaba hacia el barco, Antúnez iba estando más y más excitado, de manera que cuando por fin lo subieron a bordo tuvieron que sujetarlo entre varios y amarrarlo a una litera.
Por la mañana el patrón llamó a un amigo de Tarifa. Indagó hasta que le localizaron al padre de Antúnez, que lo telefoneó a su vez y le contó que su hijo era un esquizofrénico, que no había hecho más que rodar por el mundo desde hacía años. Hasta había estado internado en un manicomio.
El padre de Antúnez era médico, un hombre educado y paciente. A la mañana siguiente, vino en un taxi desde Tarifa para recoger a su hijo, que lo reconoció y abrazó, pero estaba muy tenso. Finalmente, Juan Antúnez, ex-legionario y ex.cocinero del Angela María, se despidió del patrón con un fuerte abrazo, y se fue llorando. Su padre también lloraba.
Todo esto lo iba recordando el patrón mientras que navegaba desde El Puerto hacia la boca del Estrecho, una vez más rumbo a Ceuta para repostar gasoil antes de dirigirse al caladero marroquí. Era de noche y las luces de Tarifa titilaban a babor, entre la bruma. Hacía ya años que pasó lo relatado, y desde entonces el patrón no había vuelto a saber nada más de Antúnez. Pero siempre que navegaba frente a Tarifa se acordaba de él. El Angela María nunca había vuelto a hacer una pesquera de calamares tan abundante como la que hizo en aquel turno que lo tuvo a bordo. “Quizá es porque los locos”, pensó el patrón, “como dicen los moros, tienen un toque de Dios”.
Y recordó las veces que, habiendo entrado en un puerto marroquí, algún loco se había pasado todo el tiempo que estuvieron atracados maldiciéndolos y tirándoles piedrecitas y basuras desde el muelle, mientras que otros moros que pasaban cerca, gente tranquila y pacífica, ni siquiera se atrevían a mirarlo. Porque para los marroquíes hay algo misterioso en los locos, que ni se entienden a sí mismos ni son entendidos por los demás hombres. Ese algo emana directamente de Alá, el Misericordioso, el Compasivo.
Un soplo, un toque de Dios.
lunes, 28 de noviembre de 2011
Vivimos en el tiempo
Todo humano empieza su vida siendo un manojo de esperanzas y la termina siendo una colección de recuerdos. Aunque unas y otros parezcan vivencias de naturaleza muy distinta, no lo son tanto. Hasta me atrevería a afirmar que esperanzas y recuerdos están hechos de los mismos materiales. Las esperanzas son la voluntad proyectada hacia el futuro, los recuerdos esa misma voluntad proyectada hacia el pasado. ¿La voluntad? El deseo de vivir algo, de llegar a vivirlo en la esperanza, de haberlo vivido en el recuerdo. En cuanto al realizarse de la vida de cualquier individuo humano, consiste fundamentalmente en ese irse transformando de las esperanzas en recuerdos.
Por todo ello, un valor humano fundamental es el de saber enlazar tus esperanzas con tus recuerdos. En lo afectivo, este imperativo categórico podría resumirse en un mandato muy corto: <<sé capaz de convertir un “siempre te querré” en un “nunca te olvidaré”>>. En lo moral, el mandato es igual de sencillo: << no te permitas otras aspiraciones que aquellas de cuya consecución nunca tengas que avergonzarte ante ti mismo >>. Una buena guía para la acción, sin duda.
sábado, 26 de noviembre de 2011
Una mujer
Ha venido desde muy lejos y tiene que irse ya. Antes de hacerlo, ha comprado un paquete de detergente español, que dedicará estrictamente a lavar sus sábanas, “no hay nada allí que les de ese olor que me gusta”, dice. También se lleva unas cuantas latas de cerveza de aquí, que se irá bebiendo poco a poco, en ocasiones especiales, porque con su sabor le traen esos recuerdos de cuando era niña que la ayudan a seguir viviendo.
Una mujer. ¡Tan distintas todas ellas a los hombres! El mundo sería inconcebible sin la sensibilidad femenina, esa que los varones nunca llegaremos a comprender del todo y que nos pasa, en su mayor parte, desapercibida. Hay en las mujeres, en la mujer, algo que los hombres jamás dejaremos de buscar y añorar. Anillos en esos dedos finos, cada uno de los cuales es una banderola que recuerda un amor, pulseras que son cadenas que las atan a recuerdos felices, trajes, blusas, zapatos, maquillajes… no hay nada en la corteza de una mujer que no tenga un significado especial, único. Y luego, por dentro de esa piel, hay siempre, lo quiera ella o no, un amor de madre, esperando su oportunidad, listo para manifestarse de formas tan distintas como insospechadas, muchas veces muy lejanas del gestar, parir o criar un hijo.
En cada uno de estos seres extraordinarios hay un misterio entrañable e inmanente, único, abrigado por y a la vez envolviendo a, todo lo demás. Al menos así me lo parece a mí.
lunes, 21 de noviembre de 2011
Elecciones en España: ¿por fin un timonel?
Los resultados de las elecciones en España deberían alegrar a todos. Después de ocho años de gobierno de los socialdemócratas (PSOE), el centroderecha (PP) consigue la mayoría absoluta. Este era un requerimiento esencial, teniendo en cuenta que el factor más crítico para la salud de una democracia es la alternancia en el poder.
Zapatero, presidente del gobierno español durante los ocho años del PSOE, ha sido un malísimo gobernante. No solo por la torpeza con que ha conducido la crisis económica, sino porque ha hecho todo lo posible por ahondar las diferencias ideológicas que existen entre los españoles y, carente en su largo mandato de una mayoría absoluta, ha mostrado una gran debilidad frente a los gobiernos regionales. Deja una España fragmentada y desconfiada de sí misma.
En su defensa hay que decir que era un hombre muy mal preparado: no había tenido experiencia previa de gobierno y su ignorancia en temas económicos y en idiomas extranjeros era enorme, dejándolo muy por debajo del perfil de gobernante que España requería.
La responsabilidad de todo esto recae, más que en Zapatero, en las bases del PSOE que lo aclamaron como candidato a la Presidencia del Gobierno, quizá creyendo que no iba a ser elegido. Por eso la lección más importante que debería aprender el PSOE vencido es que en política no se puede ser frívolo, que gobernar es cosa difícil para la que hay que estar bien preparado.
En cuanto a la victoria, creo que ha sido más de Rajoy que del PP. Un Rajoy que ha tenido ya amplia experiencia de gobierno y que ha vencido muchas resistencias externas y conspiraciones internas. Cultiva Rajoy un perfil bajo, que siendo así termina mostrándose como firme y sólido. No va de líder carismático, sino de timonel de un barco al que solo puede impulsar el viento que levanten los españoles. Espero que sea duro en lo esencial y moderado en todo lo demás, prudente e integrador, valiente pero no bravucón. Algo así es lo que España necesita: un timonel, que mantenga un rumbo y le saque el mayor partido posible al viento de los españoles, que es muy capaz de soplar con fuerza.
sábado, 19 de noviembre de 2011
"Los mercados" frente a los ciudadanos
Cada colectivo humano tiene su jerga, que cambia con los tiempos. En el nuestro, que atraviesa una crisis financiera profunda, los medios de comunicación han adoptado una expresión, "los mercados", para designar a los poderes financieros que, habiendo escapado del control de los estados soberanos, hacen y deshacen gobiernos y deciden friamente sobre los destinos de muchos millones de ciudadanos de a pie. Con esta expresión no se refieren a los mercados genuinos, que son los de bienes y servicios y los de factores de producción, sino a los mercados de dinero, constituidos principalmente por bolsas y bancos.
El plural empleado para calificarlos los deshumaniza, pero para convertirlos en dioses paganos. Las decisiones y acciones de "los mercados" son inapelables, porque como dioses que son, siempre aciertan. Los ciudadanos las acataban sin escrúpulos en la época dorada del Capitalismo de la Abundancia, cuando "los mercados" impulsaban el consumismo y el estado del bienestar. Pero las cosas han cambiado. Ahora "los mercados" han condenado a Europa, por vieja y por derrochadora. Y los ciudadanos europeos empiezan a sentir cierto malestar, que delata el peligro.
"Los mercados" han empezado castigando a los PIIGS (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y Spain). Se trata de los locos irlandeses junto a los países mediterráneos, que nunca tuvieron las virtudes recias de los bárbaros del Norte. Pero que no se confíen los disciplinados germanos, los laboriosos flamencos y los brillantes galos. Están simplemente detrás en la fila de los condenados, pero también les llegará su hora del degüello. A no ser que, de una vez por todas, la vieja Europa decida unirse. Algo, por cierto, extremadamente difícil, ya que la historia de Europa es una turbulencia profundísima.
La visión que los ciudadanos tienen de lo que está pasando la expresan muy bien los chistes. Freud puso de manifiesto la relación estrecha que existe entre el chiste y el subconsciente. Los buenos chistes son intuiciones geniales. A la vez son como los sueños, que revelan a medias lo que la gente siente de verdad, por debajo de lo que aparenta. De manera que yo, para hablar de "los mercados" y los ciudadanos, he elegido unos cuantos chistes que me han parecido certeros .
Un lenguaje orwelliano.
.
El Roto, que publica sus chistes en el diario "El Pais", de España, expresa muy bien en estos dos la dialéctica de "los mercados".
Se trata de un mundo orwelliano. "Los mercados" no se interesan por el lenguaje, lo suyo es la acción. Se les podría aplicar con justeza las palabras que estaban escritas en un letrero inmenso anclado en lo alto del Ministerio de la Verdad, en la novela "1984" de George Orwell:
<<La guerra es la paz, la esclavitud es la libertad, la ignorancia es la fuerza>>
Porque para "los mercados" lo que se dice tiene que ser siempre oportuno, y cuando se pueda, además, oportunista, es decir, creador de oportunidades. Las palabras deben estar siempre al servicio de la acción y de los resultados de las batallas financieras planteadas. Los números sí deben ser ciertos, con los números no se puede engañar, ese es el único pecado imperdonable por "los mercados". Pero las palabras pueden ser verdad o mentira, según convenga o sea posible.
La sumisión de los ciudadanos
Los ciudadanos empiezan a comprender, no sin cierta sensación de terror, que todo el poder está en manos de "los mercados".
"Los humillados solo aspiramos a lo que buenamente nos quieran dar", dice la mujer del chiste del Roto.
"La avaricia de los ricos rompe el saco de los pobres", se lamenta el ciudadano agobiado del chiste de Forges.
No hay nada que hacer, es el mensaje de ambos. Porque, ¿cómo vamos a rebelarnos contra los dioses?
La rendición de los políticos
En las democracias occidentales, los políticos eran los representantes libremente elegidos de los ciudadanos.
Pero ya no es así. En el chiste de Forges, los políticos (en este caso los españoles Zapatero y Rajoy) se han convertido en sacerdotes del Dios Dinero, que ofician en el altar de los sacrificios la inmolación del estado del Bienestar.
Y en el de Brieva, el ciudadano perplejo ya no sabe distinguir entre la izquierda y la derecha. "¿Quién soy, dónde estoy, y cómo demonios he llegado hasta aquí?", se dice
¿Quiénes están detrás de "los mercados"?
Pero los más sagaces de entre los ciudadanos saben que detrás de "los mercados", de estos dioses paganos, hay humanos de carne y hueso, con sus creencias, ambiciones y autojustificaciones.
Forges dibuja en su primer chiste a la Señora Merkel grafiteando el nombre de la Unión Europea, tachando de él lo de "Unión". Y en efecto, parece ser cierto que en la crisis financiera que martiriza a Europa los contendientes son en su mayoría europeos. Que son unos europeos los que están luchando contra otros. Esto, por otra parte, ¡es tan exquisitamente europeo! ¿Cuántas veces, en nuestra larga historia de grandezas y miserias, nos hemos los europeos desangrado unos a otros? Pues esta ocasión parece ser una más, de eso los ciudadanos empiezan a darse cuenta.
En su segundo chiste, Forges apunta como también responsables de lo que está pasando a los banqueros, es decir, a las grandes finanzas. El mantra del momento es "too big to fail". Los ciudadanos, en una aparente y terrible paradoja, ayudan con su dinero a que los Bancos se salven de sus propios errores.
En esta reminiscencia de "Las Mil y Una Noches", la cueva lo es de Alí Ba Bank.
El desencanto
Finalmente, ante lo que está pasando y dado el gran poder de "los mercados", a los ciudadanos no les queda otra que agachar la cabeza. Esto los instala en el desencanto.
El ciudadano del primer chiste de Forges va a la Oficina de Objetos perdidos en busca de su ilusión, que no tenía ningún nombre especial, era ilusión a secas. Nada menos.
El del segundo chiste se ve sometido a pruebas de stress análogas a las que han sido sometidos los bancos europeos. Solo que él, que no es más que un pobre hombre, se está desgarrando en dos al nivel del escroto.
En el tercer chiste, un ciudadano reflexiona sobre los contenidos reales de su libertad democrática. Se sabe condenado, pero tiene el derecho de elegir a sus verdugos. En este sentido, es libre, no puede negarlo, tan libre como ha venido siendo para elegir entre Pepsi y Coca..
Sanación
Sientes la necesidad de hacer algo. Presientes su sufrimiento y esto te conmueve. Entonces te diriges a Dios y le ofreces un cambio: tu vida por la suya. No le estás proponiendo un trueque, porque lo has hecho sin pensarlo, sin cálculos. Sino un sacrificio, como aquellos ceremoniales y antiguos que ya no suelen hacerse, en el que Abraham e Isaac se funden ahora en una sola persona. Te acuerdas de cuando la acariciabas, imponiéndole tus manos sanadoras. Sabes que toda caricia enamorada tiene un misterioso poder de curación. Que las reglas implacables del juego de la vida, sus cadenas, pueden romperse si se pone el suficiente empeño en ello.
Ahora buscas testigos que confirmen la seriedad de tu propuesta.
lunes, 14 de noviembre de 2011
Imperio de las máquinas (7).- La megamáquina del Dinero
Esta es mi última entrada en la serie sobre “El imperio de las máquinas”. Las circunstancias la han hecho muy oportuna, pues vivimos una profundísima crisis en Europa, que amenaza con extenderse al mundo entero y cuyo componente fundamental es el dinero. El maldito dinero, podría decirse, pues a lo largo de su historia le ha traído a los humanos mucha más desgracia que felicidad. El necesario dinero, también, pues sin él volveríamos a una primitiva economía de trueque, propia de sociedades campesinas. Lo que no es que sea malo, sino que es imposible, porque somos ya demasiados los humanos que poblamos la Tierra, y no cabemos en ella sino confinada la mayoría en megaciudades.
En esta tragedia monetaria, el villano está representado por “Los mercados”, y las víctimas por los ciudadanos de a pie. Pero eso de “los mercados” no es más que un apelativo mistificador tras el que se oculta gente que conocemos bien y con la que nos cruzamos todos los días, dedicada a las Finanzas y a la Política. Probablemente no se trata de que estos financieros y políticos sean gente mala, sino de que, situados como estaban a los mandos de la Megamáquina del Dinero (MmdD) perdieron el control de la misma, que corre ahora desbocada como una yegua enloquecida, hacia una catástrofe inminente. Y lo han perdido este control por dos razones bien diferentes: primero porque se han distraido, ocupándose de sus intereses particulares más que de su obligación fundamental, cuidar la seguridad y el bienestar de los ciudadanos; segundo porque la MmdD ha evolucionado a su antojo, incorporando novedades que, pasando inadvertidas para políticos y financieros, han cambiado radicalmente su funcionamiento, haciéndola inmanejable por sus pilotos.
Todo ello está resultando en la que puede llegar a ser la mayor crisis conocida del Capitalismo, y hasta su crisis terminal. Ya que esta crisis económica y financiera se ha encontrado con otras tres crisis planetarias como compañeras de viaje: el cambio climático, el agotamiento de muchos recursos naturales y la superpoblación. Esta conjunción extraordinaria nos lleva hacia una conclusión de la que difícilmente podremos escapar: no estamos ante una crisis más, sino ante un cambio de época. Todo lo que es querido para nosotros los humanos va a tener que cambiar profundamente, y conviene que este cambio lo gobernemos los ciudadanos, antes que minorías poderosas que más que resolver los problemas de todos protegerán sus intereses egoistas, incluso con la guerra si ello les parece necesario.
Pero los ciudadanos, para gobernarse a sí mismos, necesitan saber. Hoy día se conoce mucho, pero se sabe poco y se comprende casi nada. Google, que es en sí misma una herramienta revolucionaria, nos ha traído como subproducto indeseable que nos creamos que ya no hace falta que estudiemos ni memoricemos. Y entre un Internet mal digerido y una Televisión alienante nos convencen de que conocemos el mundo, cuando estamos muy lejos de ello.
Por todo lo anterior, mi intención en esta entrada es pedagógica. Quiero contribuir modestamente a que los ciudadanos decidan por sí mismos sobre los asuntos que les son cruciales No dándoles mis soluciones, que sería ofenderlos, sino ofreciéndoles herramientas con las que ellos, mediante su esfuerzo y su inteligencia, puedan construir sus propios criterios. Porque en las cosas importantes de la vida no hay que tener muchas ideas, sino pocas, sencillas...¡y sobre todo propias!
-----ooo-----
El dinero es uno de los grandes inventos de la humanidad. Ni los cazadores paleolíticos ni los agricultores neolíticos lo necesitaban, porque sus aldeas estaban habitadas por grupos familiares autosuficientes, que practicaban una economía de trueque. Pero el Neolítico dio paso muy pronto, en Egipto, Mesopotamia y los valles de otros grandes ríos, a monarquías estructuradas sobre un territorio amplio, alrededor de una gran ciudad, en la que habitaba el rey apoyado en tres grandes castas, la sacerdotal, la militar y la administrativa. Emergió con fuerza la división del trabajo. Ninguna de las castas dominantes podía ofrecerle a los campesinos y artesanos otra cosa que autoridad. Pero la autoridad no se despacha en pedazos, se tiene o no. Es imposible intercambiar un trozo de autoridad por un saco de trigo o un ánfora de aceite. Por eso el rey tuvo que inventar el dinero. Pagaba a las castas dirigentes con moneda acuñada por él, con la cual estas castas compraban a los campesinos y artesanos los alimentos y utensilios que necesitaban. La moneda fue enseguida utilizada por muchos más para comprar y vender lo que necesitaban y lo que producían. Nació así el dinero, que tuvo un gran éxito porque favorecía el comercio, intensificando los intercambios y haciendo más ricas a las ciudades y más grandes a sus reyes. Y que muy pronto se consolidó como una Megamáquina del Dinero (MmdD), objeto de mi última entrada en esta serie sobre el Imperio de las Máquinas.
Este nacimiento tuvo lugar hacia el siglo VII A.C. En el sigloXVI de nuestra era, la MmdD había adquirido ya plena madurez, y su estructura básica no se diferenciaba mucho de la actual.
La imagen nos muestra anverso y reverso de un doblón de oro acuñado hacia 1550 en Brabante, bajo los auspicios y con la garantía del emperador Carlos V. La información que la moneda tiene acuñada es suficientemente compleja como para que sea muy difícil falsificarla.
En el anverso (a la derecha de la foto), figura la imagen del emperador, vistiendo una armadura, con la espada empuñada en la mano derecha y el orbe coronado por la cruz, un símbolo imperial, sostenido en la izquierda. Rodea a esta figura un texto que dice en latín: KAROLUS D.G. ROM. IMP. HISPA. REX, cuya traducción literal es: “Carlos por la Gracia de Dios Romano Emperador de España Rey”.
En el reverso (a la izquierda de la foto), figura una versión resumida del escudo de armas del emperador. El águila bicéfala, símbolo imperial de los Habsburgo, encierra los escudos de algunos de sus reinos: Castilla, León, Borgoña, Austria, Brabante y Flandes. El conjunto es rodeado por un texto que dice en latin: DA MIHI VIRTUTEM CONTRA HOSTES TUOS, cuya traducción literal es “Dáme fuerza contra tus enemigos”, trozo de una antigua oración eclesial dirigida a la Virgen María.
La moneda es de oro, un mineral noble que permanece estable por siempre y que pudo haber sido traido a Europa, en este caso, desde las Indias conquistadas por la Corona española.
Este doblón de oro de Carlos V fue quizá el primer intento, tras el Imperio Romano, de crear una moneda paneuropea. El segundo ha sido el euro.
En el caso de Carlos V, la moneda es soportada por un estado fuerte, un poder imperial que ha doblegado en España a las ciudades independientes del poder real y que está empeñado en guerras de religión en Europa y en la conquista de América. Hay ya por entonces muchos banqueros, que guardan el dinero de unos y lo prestan a otros, entre los que destaca la familia alemana Fugger, banqueros del emperador Carlos V en el pago de sus ejércitos.
Muchos europeos viven en ciudades cada día más industriosas, que necesitan de la moneda y los bancos para su comercio, pero otros muchos siguen viviendo en el campo, donde son autosuficientes como lo han sido hasta hace poco los habitantes de Chiloé y otras regiones apartadas de Sudamérica.
El equivalente a las empresas de hoy son entonces los señores feudales, la iglesia y los gremios de artesanos. El estado dispone de recaudadores de impuestos, soldados y tribunales de justicia.
La estructura básica de la MmdD no ha cambiado mucho en los cuatro siglos transcurridos entre Carlos V y el euro. Se representa en la figura siguiente, que el lector debería examinar ahora con atención.
El esquema es el más sencillo posible. El dinero es la energía (el combustible) que permite el movimiento de esta MmdD. Hay cuatro componentes importantes entre los que tienen lugar la mayoría de las transacciones: ciudadanos (que consumen), empresas (que producen), estado (que gobierna) y bancos (que energizan con dinero los flujos de todo el sistema). También hay dos repositorios de materiales, que a la vez son dos mercados: el de bienes y servicios y el de factores de producción. Estos componentes y repositorios están conectados por dos tipos de flujos: materiales (en verde) y de dinero (en amarillo), que discurren en sentidos contrarios, como lo harían dos engranajes uno de los cuales transmite al otro su fuerza motriz.
Los principios de funcionamiento de esta MmdD son dos:
1).- En toda la parte perimetral de esta megamáquina, no puede haber flujos verdes si no hay flujos amarillos en sentido contrario; es decir, son los flujos de dinero (amarillos) los que permiten los flujos de bienes, servicios y factores de producción (verdes) entre las empresas y los ciudadanos.
2).- Los flujos de dinero dependen de la masa total de dinero y su distribución dentro de la megamáquina, dos variables que son gestionadas por los bancos y sometidas a regulación por el estado.
La gestión del crédito, proceso principal mediante el que operan los bancos, ha sido el objeto lde importantes innovaciones tecnológicas. Destacan los distintos mecánismos de préstamo, entre ellos los hipotecarios tan de actualidad en la crisis presente. También los inventos de dinero virtual, empezando por los cheques asociados a las cuentas corrientes, siguiendo por las tarjetas de crédito con sus cajeros automáticos y, últimamente, con el desarrollo de todo tipo de transacciones bancarias a traves de Internet. Este frenesí innovador continuará, muy probablemente, sin tregua.
Aunque se trata de una megamáquina gigantesca y muy compleja, que en muchos aspectos funciona de un modo autónomo, como megamáquina que es tiene que disponer de un panel de mandos y controles, de cuya operación sea finalmente responsable alguien de naturaleza humana. A lo largo de la historia, la MmdD estuvo inicialmente gestionada y gobernada por los recaudadores al servicio de la Monarquía, luego por los banqueros y cambistas de la Burguesía, finalmente por el Capitalismo, cuyo corazón es su sistema bancario, y dentro del cual hay que diferenciar como variación notable el capitalismo de estado representado por el comunismo, que actualmente solo sobrevive en el caso chino.
El funcionamiento de la MmdD no es perfecto. Sufre averías, a las que se da el nombre de crisis económicas. La mayoría de estas averías proceden de alguna de las siguientes tres causas:
1).-Limitaciones en el diseño de la megamáquina. Sirva como ejemplo la actual crisis de la Unión Europea, que se obstina en mantener una moneda común, el euro, sin la correspondiente política fiscal común, con resultados que se están revelando como desastrosos.
2).- Fallos en su mantenimiento. Es el caso del defícit crónico de los ingresos sobre los gastos de muchos estados soberanos, que, como actualmente en el caso de Grecia, puede llevar a la quiebra de estos estados.
3).- Errores humanos en su manejo. Como la obcecación de Allen Greenspan, presidente de la Reserva Federal USA durante los 2000’s, por mantener muy bajas la tasa de interés del dólar, permitiendo la creación de una burbuja inmobiliaria en USA que condujo a la gran crisis financiera del 2008, de la que se deriva directamente la actual..
Además, en la interacción de los humanos con la MmdD está siempre presente una de las debilidades humanas más conspicuas, la avaricia, ese “afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas” (Diccionario de la Academia), y que es muchas veces consecuencia del miedo a vivir. Una importante manifestación dineraria de esta avaricia es la usura, que deriva de una propiedad fundamental del dinero, la de generar un interés. Este interés significa, en definitiva, que el dinero engendra dinero. Expresado en términos más prácticos, que el que presta dinero recibe una remuneración en dinero por este préstamo, a la que llamamos el interés. Dicho de otra forma, que el receptor de un crédito tiene que pagar su coste dinerario. La usura consiste en exigir y recibir un interés excesivo por un préstamo. En sus formas más modernas, la usura se presenta como esas formas de especulación financiera tan de moda hoy en las que, arriesgando muy poco dinero puede ganarse, con suerte y maña, muchísimo.
-----ooo-----
Me concentraré ahora en la última etapa histórica de la MmdD, en la que ésta ha sido comandada por el Capitalismo.
El funcionamiento de un sistema económico como el Capitalismo es cíclico. Muchos de los ecosistemas naturales tienen también un comportamiento cíclico. Estas dinámicas cíclicas son una indicación de que los sistemas en cuestión están autorregulados. Algunos ejemplos de sistemas autorregulados son:
.- En la naturaleza, la relación presa-predador. La población de leones crece cuando hay abundancia de antílopes en la sabana africana; con ello la población de antílopes disminuye, lo que hace que finalmente disminuya la de leones, lo que resulta en un aumento de la población de antílopes. Y así sucesivamente.
.- En la economía, la relación precio-demanda en los mercados. Si el precio de los automóviles baja, su demanda aumenta, lo que hace subir el precio, lo que disminuye la demanda, lo que hace bajar el precio, etc.
La MmdD capitalista está sometida en su funcionamiento a ciclos de expansión-depresión. En períodos de expansión económica, el dinero abunda, el crédito es fácil, los negocios se expanden y la riqueza crece. Pero los períodos de expansión se alternan con períodos de depresión, en los que el dinero escasea, apenas hay crédito, muchos negocios quiebran y la pobreza aumenta. La depresión se justifica operacionalmente como la corrección de una expansión que ha llegado a ser desordenada, y la expansión como la corrección de una depresión. Esta dinámica cíclica es una manifestación de la capacidad de autorregularse de la MmdD.
La MmdD monárquica, anterior a la capitalista, también tenía una dinámica cíclica. Pero mientras que en la capitalista los períodos que se alternaban eran casi siempre de expansión y depresión de las actividades económicas, en la monárquica lo eran de paz y guerra. Su MmdD no estaba suficientemente bien ajustada, y las guerras eran la solución de una paz expansiva o depresiva en lo económico.
En la MmdD capitalista, pese a las mejoras en su diseño, nunca ha dejado de estar presente este ciclo monárquico antiguo: períodos de depresión económica especialmente intensos, que llegan a parecer irreversibles, se han solucionado mediante una gran guerra, que ha dado paso a la expansión económica. Un ejemplo paradigmático de este fenómeno es el de la II Guerra Mundial, que fue quizá la única salida posible a la Gran Depresión de 1929.
Durante estas dos fases, las MmdD capitalistas se correspondían con los estados soberanos en que estaba fragmentado el mundo occidental, donde el capitalismo nació y prosperó. Cada uno de estos estados soberanos tenía su propia MmdD, totalmente autónoma.
Pero los grandes ciclos económicos del Capitalismo no se detienen. Parece ahora como si la fase del Capitalismo de la Abundancia hubiera entrado en una crisis aguda. Ejemplo trágico de ello son los acontecimientos que están teniendo lugar en Europa. ¿Cuáles son las causas profundas del desmoronamiento económico del euro y del conjunto de países más avanzados socialmente del mundo?
En mi modesta opinión, las modificaciones/innovaciones que se han ido introduciendo en las MmdD impiden o dificultan su autorregulación natural, a la vez que dejan obsoletas las técnicas de control que se venían usando. Las crisis que venían siendo cíclicas y sin mucha amplitud, porque los mecanismos de control las corregían fácilmente, se ahondan y parecen no querer acabar nunca. Los efectos sobre los ciudadanos son cada vez más destructivos. Aparecen circulos viciosos muy peligrosos. Todo esto es en buena parte consecuencia del impacto que en el funcionamiento de la MmdD están teniendo algunos avances tecnocientíficos y transformaciones sociales de gran calado, que enumero a continuación:
1).- Revolución informática. La velocidad de las transacciones bancarias y financieras ha aumentado muchísimo. La toma de decisiones de préstamo e inversión se ha hecho mucho más sofisticada, con la aparición de complejos modelos matemáticos para el análisis de riesgos y la respuesta casi instantánea de los mecanismos de las Bolsas a una decisión de inversión o desinversión. El mundo de los productos financieros “derivados” se ha diversificado y complicado extraordinariamente. Todo esto ha llevado a que los mercados bursátiles se hayan escindido en dos, el de los expertos y el de los inversores de siempre. En el de los expertos abunda la sofisticación tecnológica, la rapidez en la implementación de decisiones, la información privilegiada, todo lo cual los lleva fácilmente a una especulación desatada y artificiosa alimentada por una codicia que, lamentablemente, en muchas ocasiones no ha tenido límites. Ante esta artillería, los inversores tradicionales no tienen nada que hacer. Bolsas locales como la de Madrid han perdido su papel de dirigir el dinero hacia la inversión productiva, y no son ya sino la cola del león de la especulación, que reside en Wall Street.
2).- Revolución en las comunicaciones. Mediada por los satélites, la televisión, los teléfonos celulares e Internet. Lo que nos está llevando a que cada día que pasa vivamos más en un solo mundo, dominado al nivel de sus aspiraciones por el paradigma consumista del último Capitalismo de la Abundancia. Se ha dado un fuerte impulso a la desaparición de las barreras comerciales entre estados soberanos, avanzándose mucho en la conversión del mundo en un mercado único. En lo que se refiere específicamente a la MmdD, esta globalización ha sido completa en su componente bancario/financiero, lo que ha liberado a éste del control por los reguladores gubernamentales de los países soberanos. Más todavia teniendo en cuenta que la mayoría de las grandes potencias financieras han permitido el establecimiento de paraisos fiscales, libres e independientes de toda inspección o regulación financiera externa, desde los que las grandes entidades bancarias y financieras pueden organizar todo tipo de operaciones, más o menos heterodoxas, con una impunidad casi total.
3).- Revolución en el transporte. Que ha llevado a la deslocalización de muchas industrias, trasladadas a zonas económicas especiales de China y otros países de Extremo Oriente. Esto está induciendo el empobrecimiento de lo que ya eran clases medias en muchos países occidentales. El aprovechamiento de una mano de obra barata en origen, sometida a regímenes dictatoriales que no respetan los derechos humanos, es mucho más rentable para un Capitalismo falto de valores éticos y guiado solo por la racionalidad más fria, que la emigración de trabajadores del Tercer Mundo a los países avanzados. Esto explica el tremendo crecimiento económico de China. Pero tiene un límite. Cuando el empobrecimiento de las clases medias en los países occidentales alcance un punto crítico, habrá una crisis de demanda y todo el planeta podría precipitarse en una gran depresión económica.
Esta es la situación. El Capitalismo vive actualmente bajo el paradigma neoliberal, según el cual hay que dejar que los mercados se autorregulen y descubran a ciegas su camino óptimo. La MmdD planetaria no tiene ya ningún cerebro humano al mando. De megamáquina está pasando a convertirse en una jungla, donde dominará el más fuerte. El Capitalismo de la Abundancia corre el riesgo de entrar en una tercera fase, a la que podría llamarse el Capitalismo de la Avaricia.
Pero la avaricia, como dice el viejo refrán castellano, rompe el saco. La crisis capitalista coincide con otras tres grandes crisis globales que tienen una relación directa con ella. Hay:
1).- Una crisis climática, producida por la acción humana sobre la biosfera y que lleva hacia un calentamiento de la atmósfera cuyas consecuencias todavía no están claras pero difícilmente serán favorables.
2).- Una crisis de agotamiento de recursos, que afecta a los combustibles fósiles, el agua potable, la tierra cultivable y otras variables de primera importancia. Estos recursos, sencillamente, se están agotando como consecuencia de su consumo por unos humanos que han creído que eran inagotables.
3).- Una crisis de superpoblación, que nos llevará a alcanzar a finales del siglo XXI los 10.000 millones de terrícolas, que solo podrán sobrevivir en grandes ciudades.
Esta conjunción de crisis inevitables pone de manifiesto que algo fundamental tiene que cambiar en la forma en que los humanos se relacionan entre sí y con el mundo que los rodea. Estamos, sin duda alguna, ante un gran cambio de época. El entrar decentemente en los nuevos tiempos, sin que tenga que mediar en la transición una guerra atroz, será la gran tarea del siglo XXI, encomendada a los que todavía son jóvenes.
O el Mundo cambia radicalmente en sus planteamientos de vida y en sus sistemas de valores o entrará en otra Edad Oscura, similar a la que sucedió al Imperio Romano, llena de violencia y sufrimiento. Este es el gran desafío para los jóvenes del mundo, quienes desde la noviolencia y la fe valiente en que hay un futuro posible, tienen que cambiar el rumbo de colisión que lleva nuestra entrañable nave espacial, la Tierra.
Como Andy Singer pone de manifiesto en su dibujo con el que cierro esta entrada, nuestro peor enemigo no será la violencia ni la injusticia, sino la mentira.
viernes, 11 de noviembre de 2011
Gente de la mar (3).- Un chiquillo
Tiene diez años, el pelo de un color rubio pajizo y los ojos azules, casi celestes, el cuerpo desgarbilado de un niño que está creciendo y una expresión inocente en la mirada. Sonríe como si el que le habla estuviera a punto de hacerle una foto, pero hay algo sombrío en las arruguitas jóvenes que rodean sus ojos, indicadoras de que carga con una pena muy grande.
El niño ha heredado los rasgos de su padre, al que todos llaman el Chamarín, por chamariz o lugano, el pajarillo que es pariente silvestre del canario. Este padre con apodo de pájaro es un pobre alcohólico, que la tiene tomada con el niño, el mayor de cinco hermanos, y le pega cada vez que está borracho, que es casi siempre. La madre del niño es hija del contramaestre de un barco pesquero de Sanlúcar de Barrameda, que va a faenar a las aguas de Marruecos. Este abuelo comprende que la única salida para su desgraciado nieto es enrolarlo como chiquillo en el barco en que él trabaja, y así lo hace.
Un chiquillo como pudo ser el pequeño Chamarín |
De manera que, como tantos otros niños de su edad, el pequeño inicia su carrera de chiquillo o grumete, que terminará convirtiéndolo en un hombre de mar, impidiéndole ser, en el futuro, otra cosa que no sea un marinero embarcado, que apaga con las mecidas de las olas y las caricias de los vientos, pero sobre todo con la soledad radical y monótona de las aguas lejanas, sus malos recuerdos.
En el barco va aprendiendo a pescozones el duro oficio. Entre sus faenas está llevar y traer cosas a los hombres que trabajan, iluminar con una antorcha encendida las faenas nocturnas, ayudar al cocinero vigilando el hervor de cacerolas y ollas. Muchas veces los marineros pagan con él sus frustraciones y malos humores, pero en otras ocasiones también saben ser tiernos, aunque todos comprenden que un chiquillo está en el barco, sobre todo, para hacerse un hombre de mar, y que esto solo puede conseguirse si se le trata con severidad.
Al niño le aterra volver a puerto, porque allí se encuentra, inevitablemente, con las tinieblas de su familia. Su padre está perdido, y parece como si lo estuviera esperando con ansia para volver a pegarle y pegarle. Algún día, si todavía no se ha muerto, este niño que está haciéndose un hombre le parará las manos, y entonces todo cambiará. Pero el niño ni siquiera se atreve a pensar en esto, solamente lo intuye, lo presiente, como un mal pensamiento. Su madre se gana la vida limpiando los suelos y altares de la parroquia de Santo Domingo. La desgracia la ha convertido en una mujer dura, a la que le es muy difícil darle el cariño que el niño necesita. Pero él lo comprende, y la quiere más que a nadie en el mundo. Tanto la quiere que cuando piensa en ella se le saltan las lágrimas.
Este niño tiene muchas ganas de vivir. Es inteligente y soñador. Llegará a ser también valiente y generoso, todos los indicios lo apuntan. En el barco han empezado a llamarle como a su padre, Chamarín, y el niño, a pesar de todos los malos recuerdos que lo rondan, está orgulloso de ello.
Algún día, Chamarín el joven volará definitivamente de esa jaula pequeña y tristona que es su vida. Como tantos otros marineros perdidos sin remedio, no tendrá más límites a sus recorridos que las orillas de todos los océanos y mares del mundo. A su manera será, por fin, libre.
jueves, 10 de noviembre de 2011
Gente de la mar (2).- Todo el cine para nosotros (1942)
La pesca al cerco que se hace con el arte de la traíña no tiene muchas complicaciones. Cuando se localiza un banco de sardinas, el barco echa al agua la traíña, una red enorme, que una vez sumergida en la mar forma una pared de mallas tupidas. Uno de los lados verticales de este rectángulo queda fijo en la mar, cogido en su esquina superior a un bote auxiliar que permanece inmóvil, tensado en la inferior por lastres de plomo. Del otro lado vertical, asimismo de su esquina superior, tira el barco con toda la potencia de su máquina, y así va rodeando al bando de sardinas, cercándolo. Cuando el barco alcanza de nuevo su bote auxiliar, cierra un círculo sobre la superficie de las aguas y remata el cerco. El lado inferior del rectángulo que forma la red está guarnecido de argollas, por cuyo interior corre un cabo al que se llama jareta, cuyos dos extremos libres suben hasta la superficie del mar a lo largo de los dos lados verticales de la traíña. El barco va cobrando ahora estos dos extremos libres de la jareta. Lo que cuando se completó el cerco era un gran cilindro vertical de red, con su fondo abierto, se convierte en una copa que encierra a las sardinas, capturándolas. Ahora hay que traer esta enorme copa con las sardinas a bordo. Los marineros, desde un costado del barco, habitualmente el de babor, empiezan a jalar del lado superior de la traíña, a la vez que el barco va moviéndose lentamente alrededor de ella; jalan y jalan los hombres, con gran esfuerzo, trayendo poco a poco la pesada red a bordo, y lo que va quedando en el agua es una copa cerrada cada vez más menguada. Así hasta que esta copa llega a ser muy pequeña, y todas las sardinas están concentradas en ella, de modo que llega a contener, más que agua, un caldo espeso de sardinas, que saltan y brillan presintiendo la muerte cercana. La copa se ha transformado en copo, del que los marineros, con canastas o salabares, van recogiendo el pescado y trayéndolo a bordo. La cubierta se llena de peces de plata que saltan asustados en sus últimos estertores, asfixiados por tanto aire.
En la traíña El Tigre (a los barcos que pescan con una red de traiña se les da también el nombre de traiñas), una de las más afamadas de Barbate, la dotación era muy numerosa, de más de veinte hombres. Yo, Tomás Santos, tenía ocho años e iba enrolado de grumete. Tantos éramos en aquel barco que casi no cabíamos a bordo. Los marineros comían en cubierta, cerca de la cocina, de tres o cuatro palanganas grandes llenas de un guiso de papas o arroz, por el sistema de cuchará y paso atrás. Engullían muy deprisa, por la competencia y para ser los primeros en encontrar el mejor rincón para dormir. Para los dos niños que íbamos por entonces de grumetes en El Tigre, nunca había un sitio mínimamente cómodo, no en balde éramos los más jóvenes y a la vez queríamos presumir de ser ya unos hombres. Dormíamos como podíamos con los marineros más débiles, en la bodega, encima de las sardinas que, a granel, se mezclaban allí con sal que las secaba y conservaba. Usábamos unas cajas de madera como improvisados catres, que nos separaban de aquella mezcla maloliente de sal y pescado.
El trabajo era mucho y se hacía casi siempre de noche. Estaba yo en un estado tan permanente de falta de sueño que recuerdo cómo, un día, me quedé dormido justo en el portillo que hay sobre el motor, y al hacerlo por poco me caigo encima de éste, que rugía permanentemente allá abajo. Caí justo en el rincón donde los motoristas y el contramaestre jugaban, siempre que podían, a las cartas. Mi padre, Barranco, que era precisamente el primer motorista, me sacudió de lo lindo, para que me espabilara.
En aquel barco estábamos comidos de piojos e impregnados de un olor penetrante a sardinas secas, que ya no percibíamos. Éramos jóvenes, nos gustaban las aventuras y se ganaba un buen dinero. ¿De qué preocuparnos, y para qué?
Un día la traíña El Tigre entró de arribada en el puerto de Ceuta, a causa de un temporal malo de Levante que nos había ido empujado, dando tumbos sobre olas enormes, desde la bahía de Alhucemas. Como no había nada que hacer más que esperar a que pasara el mal tiempo, y por lo que decían los más viejos esto iba para largo, los tripulantes más jóvenes le pedimos permiso y dinero al patrón para irnos al cine, y nos los concedió. Éramos diez o doce, desembarcamos con la mejor ropa que teníamos y nada más hacerlo entramos en los baños de un bar cercano al puerto, nos medio lavamos cabeza y cara con agua dulce y nos peinamos como buenamente pudimos.
Consumimos unos cafés para que los del bar no protestaran, y al salir a la calle experimentamos esa sensación que tiene todo marino que ha desembarcado por los azares del mal tiempo en un puerto extraño: el aire te huele a hogar, la gente con la que te cruzas te gusta, piensas que estás, de alguna manera, en tu casa.
Subíamos los diez jovencitos calle Real arriba como si la ciudad fuera nuestra, con las manos en los bolsillos o ciñendo con nuestros brazos los hombros de los compañeros, mirando los escaparates de las tiendas de indios y hebreos, admirando los relojes y las plumas estilográficas que en ellos se exhibían, pero sobre todo devorando con nuestros ojos hambrientos a todas las mujeres jóvenes con las que nos cruzábamos. Lo hacíamos con prudencia, porque ya sabíamos que a más de un marinero las miradas procaces le habían causado disgustos serios, y que cuando desembarcas en una tierra que no es la tuya, más te vale ir con los ojos bajos y no mirar a la gente si no es de lejos. Sobre todo si eres un chiquillo.
Llegamos a la puerta de un cine y allí echaban la “Blancanieves” de Walt Disney. Como todos éramos muy jóvenes nos entusiasmó la idea de verla, así que compramos nuestras entradas y ocupamos nuestros asientos en la sala, locos de contento. Allí había bastante gente, y observé que cuando entrábamos nos miraban con curiosidad. Se apagaron las luces y empezó la película. Todavía recuerdo lo que representó para mí. Casi nunca en mi vida había ido al cine, jamás a una película de dibujos animados, aunque sabía de la existencia del Ratón Mickey.
Blancanieves me emocionó. ¡Tantas cosas! Yo no podía imaginar que existiera una música así. ¡Y los siete enanitos! Me identifiqué enseguida con el más joven, el atolondrado. Y los colores, nunca pensé que pudiera haber colores tan bonitos. Al final de la película lloré e intenté ocultarlo a mis compañeros, y creo que a muchos de ellos les pasó lo mismo que a mí. No tengo que decir que ninguno se perdió un solo detalle. Absortos en aquellas maravillas, después de tantos días en la mar y además en El Tigre, todo nos parecía sencillamente extraordinario. Lo único que yo echaba de menos en aquellos momentos, me acuerdo muy bien, era un cucurucho lleno de helado de caramelo entre mis manos. Pero ya no nos quedaba dinero para comprarlo.
Terminó la sesión y se encendieron las luces. Volvimos a la realidad. Me sorprendió que la sala estaba ahora medio vacía, y que particularmente alrededor de nosotros, al menos hasta cinco filas por delante y por detrás, no había quedado nadie sentado, y eso que cuando empezó la película el cine estaba casi lleno.
Cuando salíamos, un acomodador viejo sostenía abiertas las cortinas de pesado damasco rojo que durante la proyección de la película impedían la entrada de la luz del vestíbulo. Nos miraba, entre socarrón y cabreado. Debió considerarme el más joven, y por tanto el más inofensivo, porque cuando pasé a su lado me susurró en voz baja:
- Anda niño, anda niño...que echáis una peste a pescado que no hay quien la aguante. La siguiente vez que vengáis me lo decís con tiempo, y reservo todo el cine para vosotros...La madre que te parió...
Mis compañeros no se dieron cuenta de este incidente, y yo no les quise decir nada. Volvimos a El Tigre muy contentos, corriendo unos tras otros por el muelle vacío y solitario. A pesar de lo tarde que era, cuando llegábamos a nuestro barco algunos marineros más viejos salían de él con el aire de ir a correrse una gran juerga, y así debieron hacerlo. Mucha de aquella gente de la mar, que llevaba una vida azarosa y solitaria, era algo bohemia: cuando las cosas venían bien se aprovechaban, cuando mal se aguantaban, y así iban barajando su vida como se barajan las olas, una detrás de otra.
Al día siguiente amainó por fin y nos hicimos de nuevo a la mar, en busca de más sardinas, para terminar de llenar nuestra bodega y poder regresar a Barbate. Íbamos contentos, mirábamos hacia el muelle que se iba quedando atrás con aire victorioso, dispuestos a comernos el mundo si preciso fuera.
Años después he vuelto a pensar algunas veces en aquella tarde en el cine de Ceuta. He recreado lo que debió ser nuestra hediondez, y cómo nosotros, acostumbrados a ella, éramos incapaces de percibirla, mientras los pobres ceutíes que nos rodeaban no podían soportarla.
¡Tantas veces sucede algo así a lo largo de nuestras vidas! Porque llegamos a acostumbrarnos a nuestras peores miserias, a esas que nos han vencido, tanto que ya no las vemos, mientras que apartan asustada o asqueada a la gente que un día nos quiso.
Pero algo parecido pasa con nuestras mejores cualidades. Son tan nuestras que no reparamos en ellas, y atraen a la gente que nos quiere sin que lleguemos nunca a comprender la causa. No entendemos por qué les gustamos. A eso muchos le llaman humildad, pero yo creo que es simple ignorancia, quizá inocencia.
Un hombre, más aún si es gente de la mar, no se fija nunca en lo malo o lo bueno que tiene. Vive, simplemente, el correr de sus días, con eso le sobra.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)