El tiempo humano, ese que va conformando la memoria de cada persona, no es lineal ni continuo. Está hecho de una sucesión de momentos decisivos y largos períodos de letargo.
Vas paseando por el campo y, de pronto, un animalito salvaje, una liebre, un pudú, se arranca casi de tus pies y huye de ti. Ves cómo desaparece fugaz entre el matorral mientras oyes el ruido alarmado que hacen las plantas al abrirse para dejarle paso.
Enseguida vuelve la calma. A ti te queda el recuerdo.
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